Pero cuando llegó la 898ª noche
Ella dijo:
"... Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.
Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena? Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadumbra y te amarga el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de esperar un momento, a fin de que nuestros criados te ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud, tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"
A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la morada, acompañado por los votos de su amigo. Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal, y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y permaneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.
Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:
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- ¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada la significación de la belleza!
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- ¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de par en par!
Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:
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- ¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpados de maravilla!
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- Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso, hasta en mi corazón dichoso!
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- ¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que quiera!
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- ¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco sobre blanco!
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- ¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?
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- ¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en tinieblas cuando ella pasa!
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- ¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mirada expresiva conmueve al pueblo y le encanta!
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- ¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abrasaría en los fuegos del deseo!
Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche. Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le preguntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor! levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta mañana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"
En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se acostó con el espíritu muy deprimido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuánto el Donador (¡glorificado sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.
Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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