2024/03/29

Noche 377



Pero cuando llegó la 377ª noche

Ella dijo:

... Decía una: "¡Oh hermana mía! ¿Cómo puedes soportar la rudeza de la barba de tu amante cuando, al besarte, te frota con ella los senos y las espinas de su bigote rozan las mejillas y los labios? ¿Qué haces para que no te lastime y desgarre la piel cruelmente cada vez? Créeme, hermana mía; cambia de enamorado y haz lo que yo; búscate a un joven con un ligero vello en las mejillas deseables cual una fruta, con una carne delicada que se derrita en tu boca durante el beso. ¡Por Alah, que ya sabrá él compensar a tu lado su falta de barba con muchas otras cosas llenas de sabor!"

Al oír estas palabras, le contestó su compañera: "¡Qué tonta eres, hermana mía, y cómo careces de finura y buen sentido! ¿Acaso no sabes que el árbol sólo resulta hermoso cuando está lleno de hojas, y el cohombro sólo resulta sabroso con su pelusa y con todas sus asperezas? ¿Hay en el mundo algo más feo que un hombre imberbe y calvo como una cotufa? Has de saber que la barba y el bigote son para el hombre lo que para las mujeres son las trenzas de pelo. ¡Y tan notorio es, que Alah el Altísimo (¡glorificado sea!) creó en el cielo especialmente a un ángel que no tiene otra ocupación que la de cantar alabanzas al Creador por haber dado barba a los hombres y dotado de cabellos largos a las mujeres! ¿A qué me hablas, pues, de elegir como enamorado a un joven imberbe? ¿Crees que consentiría yo en tenderme debajo de quien apenas se pone encima piensa en quitarse, apenas está en tensión piensa en aflojarse, apenas se une piensa en desatar el nudo, apenas se halla en su sitio piensa en abandonarlo, apenas adquiere consistencia piensa en derretirse, apenas erigido piensa en derruirse, apenas enlazado piensa en desligarse, apenas pegado piensa en despegarse, y apenas en funciones piensa en ceder? ¡Desengáñate, pobre hermana mía! ¡Nunca abandonaré al hombre que no se separa de la que enlaza, que cuando entra permanece en su sitio, cuando se vacía se llena otra vez, cuando acaba recomienza, cuando se mueve es excelente, cuando funciona es superior, cuando da es generoso y cuando empuja perfora!"

Al oír tal explicación, exclamó la mujer que tenía el amante imberbe: "¡Por el Dueño de la Kaaba santa, ¡oh hermana mía! que me hiciste entrar en ganas de probar al hombre barbudo!

Luego, tras una corta pausa, dijo seguidamente Schehrazada:

EL PRECIO DE LOS COHOMBROS

Un día en que el emir Moinben-Zaida iba de caza, se encontró con un árabe que volvía del desierto montado en su borrico. Se puso delante de él, y después de las zalemas consiguientes, le preguntó: "¿Adónde vas, hermano árabe, y qué llevas envuelto tan cuidadosamente en ese saquito?" El árabe contestó: "Voy en busca del emir Moinben para llevarle estos cohombros tempranos que ha dado la primera recolección de mis tierras. Como se trata del hombre más generoso que se conoce, estoy seguro que me pagará mis cohombros a un precio digno de su esplendidez". El emir Moinben, a quien el árabe no había visto hasta entonces, le preguntó: "¿Y cuánto esperas que te dé por esos cohombros el emir Moinben?" El árabe contestó: "¡Mil dinares de oro, por lo menos!" El emir preguntó: "¿Y si te dice que eso es mucho?" El otro contestó: "¡No le pediré más que quinientos!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Cincuenta!" - "¿Y si te dice que es mucho?" - "¡Treinta! - "¿Y si te dice todavía que es mucho?" - "¡Oh! ¡Entonces meteré mi borrico en su harem y me daré a la fuga con las manos vacías!"

Al oír estas palabras, Moinben se echó a reír y espoleó a su caballo para reunirse con su séquito y entrar enseguida en su palacio, donde dio orden a sus esclavos y a su chambelán para que dejaran entrar al árabe con sus cohombros.

Así es que cuando una hora más tarde llegó el árabe al palacio, el chambelán se apresuró a conducirle a la sala de recepción, donde le esperaba el emir Moinben sentado majestuosamente en medio de la pompa de la corte y rodeado por sus guardias, que ostentaban la espada desnuda en la mano. Y he aquí que el árabe estuvo muy lejos de reconocer en él al jinete que había encontrado en el camino y con el saco de cohombros en las manos esperó, después de las zalemas, a que el emir le interrogara.

El emir le preguntó: "¿Qué me traes en ese saco, hermano árabe?" El otro contestó: "¡Confiando en la esplendidez de nuestro dueño el emir, le traigo los primeros cohombros tempranos que nacieron en mi campo!" - "¡Qué inspiración tan buena! ¿Y en cuánto estimas mi esplendidez?" - "¡En mil dinares!" - "¡Es mucho!" - "¡En trescientos!" "¡Es mucho!" - "¡En ciento!" - "¡Es mucho!" - "¡En cincuenta!" - "¡Es mucho!" - "¡En treinta, entonces!" - ¡También es mucho!" Entonces exclamó el árabe: "¡Por Alah, que fue de real augurio el encuentro que tuve antes cuando vi en el desierto aquel rostro de brea! ¡No, por Alah, ¡oh emir! no puedo dar mis cohombros en menos de treinta dinares!'"

Al oír estas palabras, sonrió sin contestar el emir Moinben. Entonces le miró el árabe, y al darse cuenta de que el hombre con quien se encontró en el desierto, no era otro que el propio emir Moinben dijo:

"¡Por Alah, oh mi amo! haz que traigan los treinta dinares, porque tengo el borrico atado ahí a la puerta." A estas palabras, el emir Moinben rompió a reír de tal manera, que se cayó de trasero; e hizo llamar a su intendente y le dijo: "¡Es preciso contar inmediatamente mil dinares primero, luego quinientos, luego trescientos, luego ciento, luego cincuenta, y por último, treinta, para dárselos a este hermano árabe con objeto de que se decida a dejar atado donde está a su borrico!" Y el árabe llegó al límite de la estupefacción al recibir mil novecientos ochenta dinares por un saco de cohombros. ¡Tanta era la esplendidez del emir Moinben! ¡Sea por siempre con todos ellos la misericordia de Alah!

Después dijo Schehrazada:


CABELLOS BLANCOS

Cuenta Aba-Suwaid:

"Un día entré en un huerto para comprar fruta, y he aquí que desde lejos vi sentada a la sombra de un albaricoquero a una mujer peinándose. Cuando me acerqué a ella, noté que era vieja y que estaban blancos sus cabellos; pero su rostro resultaba perfectamente gentil y su tez fresca y deliciosa. Al ver que me acercaba a ella no hizo ningún movimiento para taparse el rostro ni ningún ademán para cubrirse la cabeza, y continuó, sonriendo, en su tarea de alisarse los cabellos con su peine, que era de marfil. Me paré enfrente de ella, y después de las zalemas, le dije: "¡Oh vieja de edad, pero joven de rostro! ¿Por qué no te tiñes los cabellos y parecerías entonces una joven de verdad? ¿A qué obedece el que no lo hagas? ...

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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