2024/10/05

Noche 570



Y cuando llegó la 570ª noche


Ella dijo:
"... Y el cargador echó a andar detrás de Califa con el arca a la espalda. Y mientras caminaba, se decía para su ánima Califa: "¡Ya no llevo encima ni oro, ni plata, ni cobre, ni siquiera el olor de semejante cosa! ¿Y cómo voy a arreglarme para pagar a este maldito cargador al llegar a casa? ¿Y qué necesidad tenía yo de cargador? ¿Y qué necesidad tenía yo tampoco de esta arca funesta? ¿Y quién pudo meterme en la cabeza la idea de comprarla? ¡Pero ha de ocurrir lo que está escrito! Por lo pronto, para salir de mi compromiso con este cargador, voy a hacerle correr y andar y perderse por las calles hasta que esté extenuado de fatiga. Entonces se parará por su voluntad y se negará a seguir. ¡Y me aprovecharé de su negativa para negarme a pagarle a mi vez y me echaré a la espalda el arca yo mismo!"
Y tras de imaginar de aquel modo su proyecto, lo puso en práctica inmediatamente. Empezó, pues, por ir de calle en calle y de plaza en plaza, y por hacer que el cargador diera vueltas con él por toda la ciudad, y así estuvo desde mediodía hasta la puesta del sol, de modo que el cargador estaba ya completamente extenuado y acabó por refunfuñar y murmurar, y se decidió a decir a Califa: "¡Oh amo mío! ¿dónde está tu casa?"
Y contestó Califa: "¡Por Alah, que ayer sabía yo aún dónde estaba, pero hoy lo he olvidado completamente! ¡Y heme aquí dedicado a buscar contigo donde se halle!"
Y dijo el cargador: "¡Pues dame mi salario y toma tu arca!"
Y dijo Califa: "¡Espera un poco todavía y anda despacio mientras yo ordeno mis recuerdos y reflexiono acerca del sitio en que está mi casa!" Luego, al cabo de cierto tiempo, como el cargador se pusiera a protestar entre dientes, le dijo: "¡Oh Zoraik! no llevo encima dinero para darte tu salario aquí mismo! ¡Porque me he dejado el dinero en casa, y se me ha olvidado cuál es mi casa!"
Y cuando el cargador se paraba, sin poder andar ya, e iba a dejar su carga, acertó a pasar un conocido de Califa, que le dió en el hombro, y le dijo: "¡Por Alah! ¿eres tú, Califa? ¿Y qué te trae por este barrio tan alejado de tu barrio? ¿Y qué lleva para ti este hombre?" Pero antes de que el consternado Califa tuviese tiempo de contestarle, el cargador Zoraik se encaró con el transeúnte consabido, y le preguntó: "¡Oh tío! ¿dónde está la casa de Califa?" El hombre contestó: "¡Por Alah! ¡Vaya una pregunta! ¡La casa de Califa está precisamente al otro extremo de Bagdad, en el khan ruinoso que hay junto al mercado del pescado en el barrio de los Rawssin!"
Y se marchó riendo.
Entonces Zoraik el cargador dijo a Califa el pescador: "¡Vamos, anda, oh miserable! ¡Ojalá no pudieras vivir ni andar!" Y le obligó a ir delante de él y a conducirle a su vivienda del khan ruinoso cercano al mercado del pescado. Y hasta que llegaron no cesó de injuriarle y de reprocharle su conducta, diciéndole: "¡Oh tú, rostro nefasto, así te cortara Alah el pan cotidiano en este mundo! ¡Cuántas veces no habremos pasado por delante de tu casa de desastre sin que hicieras el menor ademán para que me parase! ¡Anda, ayúdame ahora a descargarme de la espalda tu arca! ¡Y ojalá estuvieras pronto encerrado para siempre en ella !"
Y sin decir una palabra, Califa le ayudó a descargar el arca, y limpiándose con el dorso de la mano las gotas gordas de sudor que le caían de la frente, dijo Zoraik: "¡Ahora vamos a ver la capacidad de tu alma y la generosidad de tu mano en el salario que me corresponde por todas las fatigas que me has hecho soportar sin necesidad! ¡Y date prisa para que me vaya por mi camino!" Y le dijo Califa: "¡Claro que serás retribuido espléndidamente, compañero! ¿Quieres, pues, que te traiga oro o plata? ¡Escoge!"
Y contestó el cargador: "¡Tú sabrás mejor lo que conviene!"
Entonces Califa, dejando a la puerta al cargador con el arca, entró en su vivienda, y salió de ella enseguida llevando en la mano un formidable látigo con correas claveteadas cada una con cuarenta clavos agudos, capaces de derribar a un camello al primer golpe. Y se precipitó sobre el cargador con el brazo en alto y enarbolando el látigo, lo dejó caer sobre la espalda del otro, y comenzó de nuevo, de modo que el cargador empezó a aullar, y volviendo la espalda, pasó por delante de él, tapándose la cara con las manos, y desapareció por una esquina.
Libre así del cargador, que al fin y al cabo había cargado con el arca por propia iniciativa, Califa se creyó en el deber de arrastrar el arca aquella hasta su vivienda. Pero al oír aquel ruido, afluyeron los vecinos, y al ver el extraño atavío de Califa con el traje de raso cortado por las rodillas y el turbante, le dijeron: "¡Oh Califa! ¿de dónde sacaste ese traje y esa arca tan pesada?"
El contestó: "¡Me los ha dado mi criado y aprendiz que tiene el oficio de clarinete y se llama Harún Al-Raschid! ..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2024/10/04

Noche 569



Y cuando llegó la 569ª noche


Ella dijo:
¡... Anda, ¡oh pobre! coge la tercera y última!" Y una vez más sacó un papel Califa, y cogiendo la papeleta, Giafar leyó en voz alta: "¡Un dinar al pescador!"
Al oír estas palabras, exclamó Califa el pescador: "¡Maldición sobre ti, oh clarinete funesto! ¡Un dinar por cien palos! ¡Vaya una generosidad!
¡Así te recompense Alah el día del Juicio!"
Y el califa se echó a reír con toda su alma, y Giafar, que al fin y al cabo había conseguido distraerle, cogió de la mano al pescador Califa y le hizo salir de la sala del trono.
Cuando Califa llegó a la puerta del palacio, se encontró con el eunuco Sándalo, que le llamó y le dijo: "¡Ven, Califa! ¡Ven a hacernos participar de la gratificación que te haya dado la generosidad del Emir de los Creyentes!"
Y le contestó Califa: "¡Ah! ¿quieres participar de ella, negro de brea?
¡Ven, pues, a recibir la mitad de cien palos sobre tu piel negra, antes de que Eblis te los administre en el infierno! ¡Toma ahora el dinar que me ha dado tu amo el tañedor de clarinete!"
Y le tiró a la cara el dinar que Giafar le puso en la mano, y quiso trasponer la puerta para marcharse por su camino. Pero el eunuco echó a correr detrás de él, y sacando del bolsillo una bolsa con cien dinares, se la ofreció a Califa, diciéndole: "¡Oh pescador, toma estos cien dinares para pago del pescado que te compré ayer! ¡Y vete en paz!"
Y al ver aquello, Califa se alegró mucho y tomó la bolsa con los cien dinares y también el dinar que le dió Giafar, y olvidando su mala suerte y el trato que acababa de sufrir, se despidió del eunuco y se volvió a su casa, lleno de gloria y en el límite de la satisfacción.
Y ahora. ..
Como cuando Alah decreta una cosa la ejecuta siempre, y aquella vez su decreto se refería precisamente a Califa el pescador, hubo de cumplirse su voluntad. En efecto, al atravesar los zocos de regreso para su casa, Califa se vió detenido, ante el mercado de los esclavos, por un corro considerable de personas que miraban todas al mismo punto
Y se preguntó Califa: "¿Qué mira así este tropel de gente?" E impulsado por la curiosidad, apartó la multitud empujando a mercaderes y corredores, a ricos y a pobres, quienes se echaban a reír cuando le reconocían, diciéndose unos a otros: "¡Paso! ¡dejad paso al opulento valiente que va a comprar todo el mercado! ¡Paso al sublime Califa, maestro de taladradores!"
Y Califa, sin desconcertarse y animado al sentirse provisto de los dinares de oro que llevaba en su cinturón, llegó en medio de la primera fila y miró para ver de qué se trataba. Y vió a un anciano que tenía delante de sí un arca en el cual estaba sentado un esclavo. Y aquel anciano recitaba a voces un pregón que decía: "¡Oh mercaderes! ¡oh gente rica! ¡oh nobles habitantes de nuestra ciudad! ¿quién de vosotros quiere colocar su dinero en un negocio que le rentará un ciento por ciento, si compra con su contenido, que ignoramos, esta arca de buen origen, procedente del palacio de Sett Zobeida, hija de Kassem, esposa del Emir de los Creyentes? ¡Ofreced por él! ¡Y que Alah bendiga al que más ofrezca!" Pero un silencio general respondió a su llamamiento, porque los mercaderes no se atrevían a aventurar una suma de dinero en aquella arca cuyo contenido ignoraban, ¡y mucho se temían que hubiese dentro alguna superchería!
Pero uno de ellos alzó por fin la voz, y dijo: "¡Por Alah, que es muy aventurado el trato! ¡Y se corre mucho riesgo! ¡ Sin embargo, voy a hacer una oferta, a condición de que no se me reproche por ella! ¡Voy a decir una palabra, y nada de censuras para conmigo!
¡Hela aquí! ¡veinte dinares, y ni uno más!"
Pero inmediatamente pujó otro mercader, y dijo: "¡Es mío por cincuenta!" Y pujaron otros mercaderes; y las ofertas llegaron a cien dinares.
Entonces gritó el subastador: "¿Hay quien puje más entre vosotros, ¡.oh mercaderes!? ¿Quién da más? ¡Cien dinares! ¿Quién da más?" Entonces alzó la voz Califa, y dijo: "¡Es mío por cien dinares y un dinar!"
Al oír estas palabras de Califa, los mercaderes, que sabían estaba tan limpio de dinero como una alfombra, sacudida y golpeada, creyeron que bromeaba, y se echaron a reír. Pero Califa se quitó el cinturón, y repitió con voz más fuerte y furiosa: "¡Cien dinares y un dinar!" Entonces, a pesar de las risas de los mercaderes, el subastador dijo: "¡Por Alah, que te pertenece el arca! ¡Y sólo a él se la vendo!"
Luego añadió: "Toma. ¡oh pescador! ¡paga los ciento y uno, y llévate el arca con su contenido! ¡Alah bendiga la venta! ¡Y sea contigo la prosperidad merced a esta compra!"
Y Califa vació entre las manos del subastador su cinturón, que contenía los cien dinares y un dinar juntos; y la venta se hizo con pleno consentimiento mutuo de ambas partes. Y el arca quedó desde entonces como propiedad de Califa el pescador.
Entonces, viendo ultimada la venta, todos los cargadores del zoco se precipitaron sobre, el cofre, regañando por quien conseguiría llevárselo para ganar su salario. Pero aquello no entraba en los cálculos del desventurado Califa, que con aquella compra se había privado de cuanto dinero poseía, ¡y no llevaba encima ni conque comprar una cebolla! Y los cargadores continuaban pegándose a más y mejor y quitándose el arca unos a otros hasta que los mercaderes intervinieron para separarlos, y dijeron: "¡Ha llegado primero el cargador Zoraik! ¡A él, pues, le corresponde el arca!" Y ahuyentaron a todos los cargadores, excepción hecha de Zoraik, y a pesar de las protestas de Califa, que quería llevar él mismo el arca, se la cargaron a la espalda del cargador, y le dijeron que siguiera con su carga a su amo Califa.
Y el cargador echó a andar detrás de Califa con el arca a la espalda ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2024/10/03

Noche 568



Y cuando llegó la 568ª noche


Ella dijo:
"... Pero dime ya, ¡oh clarinete! ¿quién pudo echarte mano y apresarte y atarte a esa silla?"
Al oír estas palabras de Califa, el califa sonrió, y cogiendo con las dos manos la jofaina de oro en que estaban las papeletas escritas por Giafar, le dijo: "¡Acércate, ¡oh Califa! y ven a sacar una papeleta entre estas papeletas!"
Pero exclamó Califa, echándose a reír: "¡Cómo! ¡oh clarinete! ¿cambiaste ya de oficio y abandonaste la música? ¡Y hete aquí ahora convertido en astrólogo! ¡Y ayer eras aprendiz de pescador! ¡Créeme, clarinete, que ese proceder no te llevará lejos! ¡Porque cuantos más oficios se tienen, menos provecho se saca de ellos! ¡Da, pues, de lado a la astrología, y torna a ser clarinete o vuelve conmigo para continuar tu aprendizaje de pescador!"
Y aún iba a proseguir hablando, cuando Giafar se acercó a él, y le dijo: "¡Basta ya de semejante palabrería! ¡Y ven a sacar de esas papeletas, como te ha ordenado el Emir de los Creyentes!" Y le empujó hacia el trono.
Entonces Califa, aunque resistiéndose al empujón de Giafar, se adelantó renegando hacia la jofaina de oro, y metiendo en ella con torpeza toda su mano, sacó un puñado de papeletas a la vez. Pero Giafar, que le vigilaba, le hizo soltarlas, y le dijo que cogiera una sola. Y Califa, rechazándole de un codazo, volvió a meter la mano y no sacó aquella vez más que una sola papeleta, diciendo: "¡Lejos de mí toda idea de volver a tomar a mi servicio en adelante a este tañedor de clarinete de mejillas abultadas, a este astrólogo sacador de horóscopos!"
Y así diciendo, desdobló la papeleta, y con ella al revés, pues no sabía leer, se la dió al califa, preguntándole: "¿Quieres decirme, ¡oh clarinete! el horóscopo escrito en esta papeleta? ¡Y ten cuidado con no ocultarme nada!"
El califa cogió la papeleta, y sin leerla, se la dió a su vez a Giafar, diciéndole "¡Dinos en alta voz lo que está escrito ahí!" Y Giafar cogió la papeleta y habiéndola leído, alzó los brazos y exclamó: "¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Omnipotente!"
Y el califa preguntó a Giafar, sonriendo: "¡Supongo que serán buenas noticias, oh Giafar! ¿De qué se trata? ¡Habla! ¿Es preciso que baje yo del trono? ¿Hay que sentar aquí a Califa? ¿o hay que apoderarse de él?"
Y Giafar contestó con mohíno acento: "¡Oh Emir de los Creyentes! en esta papeleta han escrito: "Cien palos al pescador Califa".
Entonces, a pesar de los gritos y protestas de Califa, el califa dijo: "¡Que se ejecute la sentencia!" Y el portaalfanje Massrur hizo que se apoderaran del pescador, que aullaba como un loco, y cuando le echaron de bruces, mandó que le aplicaran cien palos justos, ¡ni uno más ni uno menos! Y aunque Califa no sentía dolor alguno, a causa del encallecimiento que había adquirido, daba gritos espantosos v lanzaba mil imprecaciones contra el tañedor de clarinete.
¡Y el califa se reía extremadamente!
Y cuando hubieron acabado de administrarle los cien golpes, Califa se levantó como si no hubiese pasado nada, y exclamó: "¡Maldiga Alah tu música, oh hinchado! ¿Desde cuándo forman los palos parte de las bromas entre las gentes distinguidas?"
Y Giafar, que tenía un alma misericordiosa y un corazón compasivo, se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permite al pescador que saque otra papeleta! ¡Quizá la suerte le sea esta vez más propicia! ¡Y después de todo, no querrás que tu antiguo amo se aleje del río de tu liberalidad sin haber apagado su sed!"
Y el califa contestó: "¡Por Alah, ¡oh Giafar! que eres muy imprudente! ¡Ya sabes que los reyes no tienen costumbre de desdecirse de sus juramentos y promesas! ¡De modo que puedes estar seguro de antemano de que, si al sacar la segunda papeleta el pescador, le toca la horca, se le ahorcará sin remisión! ¡Y así serás tú el causante de su muerte!" Y Giafar contestó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que la muerte del desdichado es preferible a su vida!"
Y el califa dijo: "¡Sea! ¡Que saque, entonces, otra papeleta!"
Pero Califa exclamó, encarándose con el califa: "¡Oh clarinete funesto, que Alah te recompense por tu liberalidad! pero dime, ¿es que no podrías encontrar en Bagdad otra persona más que yo para hacerle experimentar tan agradable prueba? ¿O acaso yo sólo estoy disponible en todo Bagdad?"
Pero Giafar se acercó a él, y le dijo: "¡Coge otra papeleta, y Alah te la elegirá!"
Entonces Califa metió la mano en la jofaina de oro, y al cabo de un momento, sacó una papeleta en blanco. Y el califa dijo: "¡Ya lo estás viendo! ¡La fortuna de este pescador no le espera entre nosotros! ¡Dile, pues, ahora que se quite de mi vista cuanto antes! ¡Ya estoy harto de verle!"
Pero Giafar dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡te conjuro, por méritos sagrados de tus santos antecesores los Puros, a que permitas al pescador que saque la tercera papeleta! ¿Quién sabe si encontrará así con qué no morir de hambre?" Y contestó Al-Raschid: "¡Bueno! ¡Que coja, pues, la tercera papeleta, pero nada más!"
Y Giafar dijo a Califa: "¡Anda, oh pobre! coge la tercera y última ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

2024/10/02

Noche 567



Y cuando llegó la 567ª noche


Ella dijo:
"... Y el califa alzó hacia Giafar unos ojos llenos de lágrimas, mirándole con una mirada dolorosa, y le contestó: "¡Y contigo ¡oh Giafar! la paz de Alah y su misericordia y sus bendiciones!" Y Giafar preguntó: "¿Permite el Comendador de los Creyentes que le hable su esclavo, o se lo prohíbe? Y Al-Raschid contestó: "¿Y desde cuándo ¡oh Giafar! te está prohibido hablarme, a ti, que eres señor y cabeza de todos mis visires? ¡Dime cuanto tengas que decirme!"
Y Giafar dijo entonces: "¡Oh señor nuestro! cuando yo salía de entre tus manos de vuelta para mi casa, he encontrado de pie a la puerta de palacio, en medio de los eunucos, a tu amo y profesor y compañero, Califa el pescador, que tenía muchas quejas que formular contra ti, y se querellaba diciendo: "¡Gloria a Alah! ¡no comprendo nada de lo que me sucede! ¡Le he enseñado el arte de la pesca, y no solamente no me guarda ninguna gratitud, sino que se marchó para comprarme dos cestos y ha tenido buen cuidado de no volver! ¿Se puede llamar a eso una intención formal y un buen aprendizaje? ¿O acaso es así cómo se corresponde con los amos?"
¡De modo que yo, ¡oh Emir de los Creyentes! me he apresurado a venir a avisarte de la cosa para que, si sigues teniendo la intención de ser su asociado, lo seas, y si no, para que le avises el haberse terminado el acuerdo existente entre ambos, a fin de que pueda él encontrar otro socio o compañero! "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de su visir, a pesar de los sollozos que le ahogaban, no pudo por menos de sonreír primero, riendo luego a carcajadas, y de pronto sintió que se le dilataba el pecho, y dijo a Giafar: "¡Por mi vida sobre ti, ¡oh Giafar! dices la verdad!
¿Es cierto que el pescador Califa está a la puerta del palacio ahora?" Y Giafar contestó: "¡Por tu vida, ¡oh Emir de los Creyentes! que a la puerta está el propio Califa con sus dos ojos!"
Y dijo Harún: "¡Oh Giafar! ¡por Alah, que necesito hacerle justicia hoy con arreglo a sus méritos, y darle lo que le corresponde! ¡Así, pues, si por mediación mía Alah le envía suplicios o sufrimientos, no se le perdonará ninguno, y si, por el contrario, escribe para suerte suya la prosperidad y la fortuna, las tendrá también!"
Y diciendo estas palabras, el califa cogió una hoja grande de papel, la cortó en trozos pequeños de igual tamaño, y dijo: "¡Oh Giafar!" ¡Escribe con tu propia mano primero en veinte de estas papeletas, sumas de dinero que oscilen entre un dinar y mil dinares, y los nombres de todas las dignidades de mi imperio, desde la dignidad de califa, de emir, de visir y de chambelán hasta los más ínfimos cargos de palacio; luego escribe en las otras veinte papeletas todas las clases de castigos y de torturas, desde los azotes hasta la horca y la muerte!"
Y contestó Giafar: "¡Escucho y obedezco!" Y cogió un cálamo y escribió con su propia mano en las papeletas indicaciones ordenadas por el califa, tales como Un millar de dinares, cargo de chambelán, emirato, dignidad de califa y sentencia de muerte, prisión, azotes, y otras cosas parecidas. Luego dobló de igual manera todas las papeletas las metió en una palangana de oro, y se lo entregó todo al califa, que le dijo: "¡Oh Giafar! ¡por los méritos sagrados de mis santos antecesores los Puros, y por mi ascendencia real que se remonta a Hamzah y a Akil, juro que cuando Califa el pescador se halle aquí, dentro de poco, voy a ordenar que saque una papeleta de esas papeletas cuyo contenido sólo yo y tú conocemos, y le concederé lo que tenga escrito el papel que él saque, cualquiera que sea la cosa escrita! ¡Y si le tocara mi propia dignidad de califa, yo la abdicaré al instante en favor suyo y se la transmitiré con toda generosidad de alma! ¡Pero, si por el contrario, le corresponde la horca, o la mutilación; o la castración, o cualquier género de muerte, se la haré sufrir sin apelación!
¡Vé, pues, por él, y tráemelo sin tardanza!"
Al oír estas palabras, Giafar dijo para sí: "¡ No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Omnipotente! ¡Es posible que la papeleta que saque ese pobre sea una papeleta de las malas que ocasione su perdición! ¡Y sin quererlo, seré yo entonces la causa primera de su desdicha! ¡Porque lo ha jurado el califa, y no hay que pensar en hacer que cambie de resolución! ¡Por tanto, tengo que limitarme a buscar a ese pobre hombre! ¡Y no ha de suceder más que lo que estuviera escrito por Alah!"
Luego salió en busca de Califa el pescador y, cogiéndole de la mano, quiso arrastrarle al interior del palacio.
Pero Califa, que hasta entonces no había cesado de gesticular, quejarse de su arresto y arrepentirse por haber ido a la corte, estaba a punto de perder del todo la razón, y exclamó: "¡Qué estúpido fui al hacerme caso a mí mismo y venir aquí en busca de ese eunuco negro, de ese Tizón funesto, de ese hijo maldito de una maldita negra de narices anchas, de ese Barriga-Negra!"
Pero Giafar le dijo: "¡Vamos, sígueme!" Y le arrastró con él, precedido y escoltado por la muchedumbre de esclavos y de mozos, a quienes Califa no cesaba de injuriar. Y le hicieron pasar por siete inmensos vestíbulos, y Giafar le dijo: "¡Atención, ¡oh Califa! porque vas a entrar en presencia del Emir de los Creyentes, el defensor de la Fe!" Y levantando un cortinaje le empujó a la sala de recepción, en cuyo trono aparecía sentado Harún Al-Raschid, a quien rodeaban sus emires y los grandes de su corte. Y Califa, que no tenía la menor idea de lo que estaba viendo, no se desconcertó lo más mínimo, sino que, al mirar con la mayor atención a Harún Al-Raschid en medio de su gloria, se adelantó hacia él riendo a carcajadas, y le dijo: "¡Ah! por fin te encuentro, ¡oh clarinete! ¿Te parece que has obrado legalmente al dejarme ayer solo para que guardara el pescado, después que te enseñé el oficio y te encargué que fueras a comprarme dos cestos? ¡Me dejaste indefenso y a merced de una porción de eunucos que, como una bandada de buitres fueron a robarme y a quitarme mi pescado, que hubiera podido producirme cien dinares lo menos! ¡Y también tú eres el causante de lo que me sucede ahora entre todos estos individuos que me retienen aquí! Pero dime ya, ¡oh clarinete! ¿quién pudo echarte mano y apresarte y atarte a esa silla. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.

2024/10/01

Noche 566



Y cuando llegó la 566ª noche


Ella dijo:
"... Y se metió la mano en el bolsillo para coger dinero y dárselo, cuando un grito anunció la presencia del gran visir Giafar, que salía de ver al califa. Así es que los eunucos, los esclavos y los jóvenes mamelucos se levantaron para ponerse en dos filas; y Sándalo, a quien el visir hizo con la mano seña de que tenía que hablarle, dejó al pescador y a toda prisa se puso a las órdenes de Giafar. Y empezaron a hablar ambos largamente, paseándose.
Cuando Califa vió que el eunuco tardaba en volver junto a él, creyó que aquello era una estratagema suya para no pagarle, máxime cuando el eunuco parecía haberle olvidado completamente, sin preocuparse ya de su presencia y como si no existiera el pescador. Entonces éste comenzó a moverse y a hacer al eunuco desde lejos señas que querían decir: "¡Vuélvete ya!" Pero como el otro no le prestaba la menor atención, le gritó Califa con irónico acento: "¡Oh mi señor Tizón, dame lo que me debes para que me vaya!"
Y a causa de la presencia de Giafar, el eunuco se avergonzó mucho de este apóstrofe, y no quiso contestarle. Por el contrario, se puso a hablar con más viveza para no atraer hacia el otro la atención del gran visir; pero fué trabajo perdido. Porque Califa se acercó más y exclamó con una voz formidable, haciendo muchos gestos: "¡Oh tramposo pillastre! ¡confunda Alah a las gentes de mala fe y a cuantos privan de lo suyo a los pobres!"
Después cambió de acento y le gritó con sorna: "Bajo tu protección me pongo, ¡oh mi señor Barriga-Hueca! Y te suplico que me des lo que me debes para que me marche".
Y el eunuco llegó el límite de la confusión, pues Giafar había visto y oído aquella voz; pero como aún no sabía de qué se trataba, preguntó al eunuco: "¿Qué le ocurre a ese hombre? ¿Y quién le ha engañado?"
Y el eunuco contestó: "¡Oh mi señor! ¿no sabes quién es ese hombre?"
Giafar dijo: "¡Por Alah! ¿cómo voy a conocerle si es la primera vez que le veo?"
El eunuco dijo: "¡Oh señor nuestro! ¡si precisamente es el pescador a quien ayer disputamos los peces para llevárselos al califa! ¡Y como yo le prometí dinero por los dos últimos peces que le quedaban, le dije que viniera hoy a buscarme para que le pagase lo que le debía! ¡Y hace un rato iba a pagarle, cuando tuve que acudir entre tus manos! ¡Y por eso me apostrofa ahora de esa manera, impaciente ya el buen hombre!"
Cuando el visir Giafar hubo oído estas palabras, sonrió ligeramente, y dijo al eunuco: "¿Cómo te has atrevido ¡oh jefe de los eunucos! a faltar así al respeto, a la prontitud y a los miramientos que se deben al propio amo del Emir de los Creyentes?
¡Pobre Sándalo ¿qué dirá el califa si llega a enterarse de que no se ha honrado en extremo a su socio y maestro Califa el pescador?"
Luego Giafar añadió de pronto: "¡Oh Sándalo! ¡sobre todo no le dejes marchar, porque nos puede hacer mucha falta! Precisamente el califa tiene el pecho oprimido, el corazón afligido, el alma condolida, y está sumido en la desesperación con la muerte de la favorita Fuerza-de-los-Corazones, y he tratado inútilmente de consolarle por todos los medios usuales.
Pero quizá consigamos dilatarle el pecho con la ayuda de ese pescador Califa. ¡Reténle, pues, en tanto que voy yo a tantear el ánimo del califa!" Y contestó el eunuco Sándalo: "¡Oh mi señor, haré lo que juzgues oportuno! ¡Y Alah te conserve y te guarde por siempre como sostén, pilar y piedra angular del imperio y de la dinastía del Emir de los Creyentes! ¡Y caiga sobre ti y sobre ella la sombra protectora del Altísimo! ¡Y ojalá la rama, el tronco y la raíz permanezcan intactos durante siglos!"
Y se apresuró a reunirse con Califa, mientras Giafar iba a ver al califa. Y al ver por fin llegar al eunuco, el pescador le dijo: "¡Hete aquí ya!, ¡oh Barriga-Hueca!" Y como el eunuco daba a los mamelucos orden de detener al pescador y de impedirle que se marchara, le gritó éste: "¡Ah! ¡eso es lo que no me esperaba! ¡El acreedor se convierte en deudor, y el demandante resulta demandado! ¡Ah, Tizón de mi zib! ¡Vengo aquí a reclamar mi deuda, y se me coge preso con pretexto de atraso en las contribuciones y de falta de pago de impuestos!"
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto al califa, cuando Giafar penetró en su aposento, le encontró doblado por la cintura, con la cabeza entre las manos y el pecho hinchado de sollozos. Y recitaba lentamente estos versos:
¡Sin cesar me reprochan mis censores el dolor inconsolable que me embarga! ¿Pero qué voy a hacer, si el corazón rechaza todo consuelo? ¿Acaso depende de mí este corazón independiente?
¿Y cómo, sin morir, podré soportar la ausencia de una niña cuyo recuerdo llena mi alma, de una niña encantadora y dulce, y tan dulce, ¡oh corazón mío!?
¡Oh no! ¡Jamás la olvidaré! ¡Olvidarla cuando la copa ha circulado entre nosotros, copa en que bebí el vino de sus miradas, vino que me embriaga todavía!
Y cuando Giafar estuvo entre las manos del califa, dijo: "¡La paz sea contigo, oh Emir de los Creyentes! ¡oh defensor del honor de nuestra Fe! ¡oh descendiente del tío del Príncipe de los Apóstoles! ¡Que la plegaria y la paz de Alah sean con Él y con todos los suyos sin excepción!"
Y el califa alzó hacia Giafar unos ojos llenos de lágrimas, mirándole con una mirada dolorosa, y le contestó:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.