Pero cuando llegó la 414ª noche
Ella dijo:
... hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.
Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:
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- ¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a su promesa y se entrega a su amiga!
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- ¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos tenían cautivos en la separación!
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- ¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus favores diligentemente!
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- ¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó la copa pura del placer!
-
- Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras
penas pasadas y nuestras noches de insomnio que transcurrieron entre
tristezas
-
- ¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el olvido el Dispensador de misericordias!
-
- ¡Ah! ¡Cuán dulce es la vida! ¡Cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi llama y mi ardor!
Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por
segunda vez, y cayendo en su cama nupcial, se enlazaron estrechamente en
medio de las más exquisitas voluptuosidades; y continuaron
acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que
se hundieron en el mar de los amores tumultuosos. Y fueron tan intensas
sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y sus
alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse
cuenta de la fuga del tiempo y su mudanza, como si las siete jornadas no
hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de
instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de
su matrimonio. Así es que en el límite de la sorpresa, Rosa-en-el Cáliz
improvisó al instante los versos que vas a oír:
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- ¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
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- ¡Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil
caricias, encima de un colchón de tierna piel y relleno con plumón de
pájaros de especie extraordinaria!
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- ¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace saborear su saliva voluptuosa?
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- ¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que
nos da el olvido! ¿No es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre
nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos enteráramos?
-
- Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah eternice tu unión con tu amigo!"
Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abrazó
un número incalculable de veces, y luego improvisó estos versos:
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- ¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del aislamiento!
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- ¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
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- ¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del mundo a mis sentidos!
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- ¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos embriagado
tendidos en nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras bebíamos!
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- ¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos distinguir el primer día del último!
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- ¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los míos!
-
- ¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo que me favoreció a mí!
Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de
la cámara nupcial y distribuyeron a toda la servidumbre del palacio
grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y presentes. Tras de
lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran
evacuar para ella sola el hammam del palacio, y dijo a
Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡Ahora quiero verte por
fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en
aquel momento al límite de la dicha, improvisó estos versos:
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- ¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! – no quiero hablar de cosas pretéritas-!
-
- ¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya
,sustituir en mi intimidad, ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí
será como un infierno de llamas en medio de un paraíso de delicias!
-
- ¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embalsamados llenen la sala toda y se esparzan en todos sentidos!
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- ¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de nuestro Señor!
-
- Y al mirarte en el baño, cantaré: “!Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"
Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y
fueron al hammam, donde pudieron disfrutar de instantes agradables. Tras
de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de las
felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la
Destructora de placeres y la Separadora de amigos!
¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!
"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada que esta
historia puede asemejarse a la HISTORIA MÁGICA DEL CABALLO DE ÉBANO!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Schehrazada! con
los versos nuevos que se recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me
tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica que no
conozco!"
Y dijo Schehrazada:
HISTORIA MAGICA DEL CABALLO DE EBANO
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del
tiempo y lo pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy
grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba
Sabur, y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como
también el más dotado de sagacidad y de prudencia. Además, estaba lleno
de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin desmayo la
mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes
le solicitaban un socorro. Sabía otorgar la hospitalidad liberalmente a
los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus
palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los
corazones heridos. Era bueno y caritativo con los pobres; y los
extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los
palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban
gracia ni indulgencia de su severa justicia. Y así era, en verdad, él.
El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas
hermosas en un cielo glorioso o como tres flores maravillosas por su
brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma luna y se
llamaba Kamaralakmar. (Luna de las Lunas)
Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al
comienzo de la primavera, la de Nuruz, y otra en el otoño, la del
Mihrgán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus
palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos
proclamasen edictos de indulto, nombraba numerosos dignatarios y
otorgaba ascensos a sus lugartenientes y chambelanes. Así es que de
todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para rendir
pleitesía a su rey y regocijarse en aquellos días de fiesta, llevándole
presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.
Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera
precisamente, estaba sentado en el trono de su reino el rey, quien a
todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la geometría y a la
astronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy
versados en las diversas ramas de los conocimientos más secretos y de
las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una
perfección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los
misterios que de ordinario escapan al espíritu humano. Y llegaban a la
ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy distintas y
hablando diferente lengua cada uno: el primero era hindí, el segundo
rumí y el tercero ajamí de las fronteras extremas de Persia.
Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey,
besó la tierra entre sus manos, y después de haberle deseado alegría y
dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente
real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de
gran precio, que tenía en la mano una trompeta de oro.
Y le dijo el rey Sabur: '”¡Oh, sabio! ¿Para que sirve esta figura?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! este hombre de oro posee una virtud
admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será un guardián a
toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le
adivinará a distancia, y soplando en la trompeta que tiene a la altura
de su rostro, le paralizará y le hará caer muerto de terror!" Y al oír
estas palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh
sabio! que si es verdad lo que dices, te prometo la realización de todos
tus anhelos y de todos tus deseos!"
Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las
manos del rey, y le ofreció como regalo una gran fuente de plata, en
medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por
veinticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con
asombro, y encarándose con el rumí, le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué
sirven este pavo y estas pavas?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o
de la noche, el pavo da un picotazo a cada una de las veinticuatro
pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga a las
veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado
transcurrir el mes de esta manera, abre la boca, y en el fondo de su
gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva".
Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus aspiraciones!"
El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre
las manos del rey, y después de los cumplimientos y de los votos le
ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más
rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con
una silla, una brida y unos estribos como sólo llevan los caballos de
los reyes. Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de
la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel
caballo; luego dijo: "¿Y qué virtudes tiene este caballo de ébano?"
El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo
son cosa prodigiosa, hasta el punto de que cuando uno monta en él,
parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del relámpago, y
le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día
distancias que tardaría un año en recorrer un caballo vulgar".
Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que se
habían sucedido en un mismo día, el rey encarose con el persa, y le
dijo: "¡Por Alah el Omnipotente (¡exaltado sea!), que crea los seres
todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de tus
palabras te prometo la realización de tus anhelos y del menor de tus
deseos!"
Tras de lo cual el-rey mandó someter a prueba durante tres días las
virtudes diversas de los tres regalos, haciendo que los tres sabios los
pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló con su
trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a
sus veinticuatro pavas reales de oro, y el sabio persa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.