2025/02/10

Noche 735



Pero cuando llegó la 735ª noche

Ella dijo:
"... Y miró al maghrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba claramente: "¡Acepto!" Y el maghrebín comprendió entonces que le agradaba la proposición, y dijo a Aladino: "Ya que quieres convertirte en un personaje de importancia, en un mercader con tienda abierta, procura en lo sucesivo hacerte digno de tu nueva situación. Y sé un hombre desde ahora, ¡oh hijo de mi hermano! Y mañana, si Alah quiere, te llevaré al zoco, y empezaré por comprarte un hermoso traje nuevo, como lo llevan los mercaderes ricos, y todos los accesorios que exige. ¡Y hecho esto, buscaremos juntos una tienda buena para instalarse en ella!"
¡Eso fué todo!
Y la madre de Aladino, que oía aquellas exhortaciones y veía aquella generosidad, bendecía a Alah el Bienhechor, que de manera tan inesperada le enviaba a un pariente que la salvaba de la miseria y llevaba por el buen camino a su hijo Aladino. Y sirvió la comida con el corazón alegre, como si se hubiese rejuvenecido veinte años. ¡Y comieron y bebieron, sin dejar de charlar de aquel asunto, que tanto les interesaba a todos! Y el maghrebín empezó por iniciar a Aladino en la vida y los modales de los mercaderes, y por hacerle que se interesara mucho en su nueva condición. Luego, cuando vió que, la noche iba ya mediada, se levantó y se despidió de la madre de Aladino y besó a Aladino. Y salió, prometiéndole que volvería al día siguiente. Y aquella noche, con la alegría, Aladino no pudo pegar los ojos y no hizo más que pensar en la vida encantadora que le esperaba.
Y he aquí que al día siguiente, a primera hora, llamaron a la puerta. Y la madre de Aladino fué a abrir por sí misma, y vió que precisamente era el hermano de su esposo, el maghrebín, que cumplía su promesa de la víspera. Sin embargo, a pesar de las instancias de la madre de Aladino, no quiso entrar, pretextando que no era hora de visitas, y solamente pidió permiso para llevarse a Aladino consigo al zoco. Y Aladino, levantado y vestido ya, corrió a ver a su tío, y le dió los buenos días y le besó la mano.
El maghrebín le cogió de la mano y se fué con él al zoco. Y entró con él en la tienda del mejor mercader y pidió un traje que fuese el más hermoso y el más lujoso entre los trajes a la medida de Aladino. Y el mercader le enseñó varios a cual más hermoso. Y el maghrebín dijo a Aladino: "¡Escoge tú mismo el que te guste, hijo mío!" Y en extremo encantado de la generosidad de su tío, Aladino escogió uno que era todo de seda rayada y reluciente. Y también escogió un turbante de muselina de seda recamada de oro fino, un cinturón de Cachemira y botas de cuero rojo brillante. Y el maghrebín lo pagó todo sin regatear y entregó el paquete a Aladino, diciéndole: "¡Vamos ahora al hammam para que estés bien limpio antes de vestirte de nuevo!" Y le condujo al hammam, y entró con él en una sala reservada, y le bañó con sus propias manos; y se bañó él también. Luego pidió los refrescos que suceden al baño; y ambos bebieron con delicia y muy contentos,
Entonces se puso Aladino el suntuoso traje consabido de seda rayada y reluciente, se colocó el hermoso turbante, se ciñó al talle el cinturón de Indias y se calzó las botas rojas. Y de este modo estaba hermoso cual la luna y comparable a algún hijo de rey o de sultán. Y en extremo encantado de verse transformado así, se acercó a su tío y le besó la mano y le dió muchas gracias por su generosidad. Y el maghrebín le besó, y le dijo: "¡Todo esto no es más que el comienzo!" Y salió con él del hammam, y lo llevó a los zocos más frecuentados, y le hizo visitar las tiendas de los grandes mercaderes. Y hacíale admirar las telas más ricas y los objetos de precio, enseñándole el nombre de cada cosa en particular; y le decía: "¡Como vas a ser mercader es preciso que te enteres de los pormenores de ventas y compras!" Luego le hizo visitar los edificios notables de la ciudad y las mezquitas principales y los khans en que se alojaban las caravanas. Y terminó el paseo, haciéndole ver los palacios del sultán y los jardines que los circundaban. Y por último le llevó al khan grande, donde paraba él, y le presentó a los mercaderes conocidos suyos, diciéndoles: "¡Es el hijo de mi hermano!" Y les invitó a todos a una comida que dió en honor de Aladino, y les regaló con los manjares más selectos, y estuvo con ellos y con Aladino hasta la noche.
Entonces se levantó y se despidió de sus invitados, diciéndoles que iba a llevar a Aladino a su casa. Y, en efecto, no quiso dejar volver solo a Aladino, y le cogió de la mano y se encaminó con él a casa de la madre. Y al ver a su hijo tan magníficamente vestido, la pobre madre de Aladino creyó perder la razón de alegría. Y empezó a dar gracias y a bendecir mil veces a su cuñado, diciéndole: "¡Oh hermano de mi esposo! ¡aunque toda la vida estuviera dándote gracias, jamás te agradecería bastante tus beneficios!" Y contestó el maghrebín: "¡Oh mujer de mi hermano! ¡no tiene ningún mérito, verdaderamente ningún mérito, el que yo obre de esta manera, porque Aladino es hijo mío, y mi deber es de servirle de padre en lugar del difunto! ¡No te preocupes, pues, por él y estate tranquila!" Y dijo la madre de Aladino, levantando los brazos al cielo: "¡Por el honor de los santos antiguos y recientes, ruego a Alah que te guarde y te conserve, ¡oh hermano de mi esposo! y prolongue tu vida para nuestro bien, a fin de que seas el ala cuya sombra proteja siempre a este niño huérfano! ¡Y ten la seguridad de que él, por su parte, obedecerá siempre tus órdenes y no hará más que lo que le mandes!"
Y dijo el maghrebín: "¡Oh mujer de mi hermano! Aladino se ha convertido en hombre sensato, porque es un excelente mozo, hijo de buena familia. ¡Y espero desde luego que será digno descendiente de su padre y refrescará tus ojos!" Luego añadió: "Dispensadme ¡oh mujer de mi hermano! porque mañana viernes no se abra la tienda prometida; pues ya sabes que el viernes están cerrados los zocos y que no se puede tratar de negocios. ¡Pero pasado mañana, sábado, se hará, si Alah quiere! Mañana, sin embargo, vendré por Aladino para continuar instruyéndole, y le haré visitar los sitios públicos y los jardines situados fuera de la ciudad, adonde van a pasearse los mercaderes ricos, a fin de que así pueda habituarse a la contemplación del lujo y de la gente distinguida. ¡Porque hasta hoy no ha frecuentado más trato que el de los niños, y es preciso que conozca ya a hombres y que ellos le conozcan!" Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/09

Noche 734



Pero cuando llegó la 734ª noche

Ella dijo:
"... Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría. Pero ¡ay! que no tardé en saber, por boca de este niño, que mi hermano había fallecido en la misericordia de Alah el Altísimo! ¡Ah! ¡terrible noticia que me hace caer de bruces, abrumado de emoción y de dolor! Pero ¡oh mujer de mi hermano! ya te contaría el niño probablemente que, con su aspecto y su semejanza con el difunto, he logrado consolarme un poco, haciéndome recordar el proverbio que dice: "¡El hombre que deja posteridad, no muere!"
Así habló el maghrebín. Y advirtió que, ante aquellos recuerdos evocados, la madre de Aladino lloraba amargamente. Y para que olvidara sus tristezas y se distrajera de sus ideas negras, se encaró con Aladino, y variando la conversación, le dijo: "Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste y en qué trabajo te ocupas para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?"
Al oír aquello, avergonzado de su vida por primera vez, Aladino bajó la cabeza mirando al suelo. Y como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: "¿Un oficio? ¡oh hermano de mi esposo! ¿tener un oficio Aladino? ¿Quién piensa en eso? ¡Por Alah, que no sabe nada absolutamente! ¡Ah! ¡nunca vi un niño tan travieso! ¡Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, que son unos vagabundos, unos pillastres, unos haraganes como él, en vez de seguir el ejemplo de los hijos buenos, que están en la tienda con sus padres! ¡Sólo por causa suya murió su padre, dejándome amargos recuerdos! ¡Y también yo me veo reducida a un triste estado de salud! Y aunque apenas si veo con mis ojos, gastados por las lágrimas y las vigilias, tengo que trabajar sin descanso y pasarme días y noches hilando algodón para tener con qué comprar dos panes de maíz, lo preciso para mantenernos ambos. ¡Y tal es mi condición! ¡Y te juro por tu vida, ¡oh hermano de mi esposo! que sólo entra él en casa a las horas precisas de las comidas! ¡Y esto es todo lo que hace! Así es que a veces, cuando me abandona de tal suerte, por más que soy su madre pienso cerrar la puerta de la casa y no volver a abrírsela, a fin de obligarle a que busque un trabajo que le dé para vivir. ¡Y luego me falta valor para hacerlo; porque el corazón de una madre es compasivo y misericordioso! ¡Pero mi edad avanza, y me estoy haciendo muy vieja, ¡oh hermano de mi esposo! ¡Y mis hombros no soportan las fatigas que antes! ¡Y ahora apenas si mis dedos me permiten dar vuelta al huso! ¡Y no sé hasta cuándo voy a poder continuar una tarea semejante sin que me abandone la vida, como me abandona mi hijo, este Aladino, que tienes delante de ti, ¡oh hermano de mi esposo!"
Y echó a llorar.
Entonces el maghrebín se encaró con Aladino, y le dijo: "¡Ah! ¡oh hijo de mi hermano! ¡en verdad que no sabía yo todo eso que a ti se refiere! ¿Por qué marchas por esa senda de haraganería? ¡Qué vergüenza para ti, Aladino! ¡Eso no está bien en hombres como tú! ¡Te hallas dotado de razón, hijo mío, y eres un vástago de buena familia! ¿No es para ti una deshonra dejar así que tu pobre madre, una mujer vieja, tenga que mantenerte, siendo tú un hombre con edad para tener una ocupación con que pudierais manteneros ambos...? ¡Y por cierto ¡oh hijo mío! que gracias a Alah, lo que sobra en nuestra ciudad son maestros de oficio! ¡Sólo tendrás, pues, que escoger tú mismo el oficio que más te guste, y yo me encargaré de colocarte! ¡Y de ese modo, cuando seas mayor, hijo mío, tendrás entre las manos un oficio seguro que te proteja contra los embates de la suerte! ¡Habla ya! ¡Y si no te agrada el trabajo de aguja, oficio de tu difunto padre, busca otra cosa y avísamelo! Y yo te ayudaré todo lo que pueda, ¡oh hijo mío!"
Pero en vez de contestar, Aladino continuó con la cabeza baja y guardando silencio, con lo cual indicaba que no quería más oficio que el de vagabundo. Y el maghrebín advirtió su repugnancia por los oficios manuales, y trató de atraérsele de otra manera. Y le dijo, por tanto: "¡Oh hijo de mi hermano! ¡no te enfades ni te apenes por mi insistencia! ¡Pero déjame añadir que, si los oficios te repugnan, estoy dispuesto, caso de que quieras ser un hombre honrado, a abrirte una tienda de mercader de sederías en el zoco grande! Y te surtiré la tienda con las telas más caras y brocados de la calidad más fina. ¡Y así te harás con buenas relaciones entre los mercaderes al por mayor! Y te acostumbrarás a vender y comprar, tomar y dar. Y será excelente tu reputación en la ciudad. ¡Y con ello honrarás la memoria de tu difunto padre! ¿Qué dices a esto, ¡oh Aladino, hijo mío!?"
Cuando Aladino escuchó esta proposición de su tío y comprendió que podría convertirse en un gran mercader del zoco, en un hombre de importancia, vestido con buenas ropas, con un turbante de seda y un lindo cinturón de diferentes colores, se regocijó en extremo. Y miró al maghrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba claramente: "¡Acepto!".

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

2025/02/08

Noche 733



Pero cuando llegó la 733ª noche

Ella dijo:
"... Y el maghrebín le dejó y se fué por su camino. Y Aladino entró en la casa, contó a su madre lo ocurrido y le entregó los dos dinares, diciéndole: "¡Mi tío va a venir esta noche a cenar con nosotros!"
Entonces, al ver los dos dinares, se dijo la madre de Aladino: "¡Quizá no conociera yo a todos los hermanos del difunto!" Y se levantó y a toda prisa fue al zoco, en donde compró las provisiones necesarias para una buena comida, y volvió para ponerse a preparar los manjares. Pero como la pobre no tenía utensilios de cocina, fué a pedir prestados a las vecinas las cacerolas, platos y vajilla que necesitaba. Y estuvo cocinando todo el día; y al hacerse la noche, dijo a Aladino: "¡La comida está dispuesta, hijo mío, y como tu tío no sepa bien el camino de nuestra casa, debes salirle al encuentro o esperarle en la calle!"
Y Aladino contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y cuando se disponía a salir, llamaron a la puerta. Y corrió a abrir él. Era el maghrebín. E iba acompañado de un mandadero que llevaba a la cabeza una carga de frutas, de pasteles y bebidas. Y Aladino les introdujo a ambos. Y el mandadero se marchó cuando dejó su carga y le pagaron. Y Aladino condujo al maghrebín a la habitación en que estaba su madre. Y el maghrebín se inclinó y dijo con voz conmovida: "La paz sea contigo, ¡oh esposa de mi hermano!" Y la madre de Aladino le devolvió la zalema. Entonces el maghrebín se echó a llorar en silencio. Luego preguntó: "¿Cuál es el sitio en que tenía costumbre de sentarse el difunto?" Y la madre de Aladino le mostró el sitio en cuestión; y al punto se arrojó al suelo el maghrebín y se puso a besar aquel lugar y a suspirar con lágrimas en los ojos y a decir: "¡Ah, qué suerte la mía! ¡Ah, qué miserable suerte fué haberte perdido, ¡oh hermano mío! ¡oh estría de mis ojos!"
Y continuó llorando y lamentándose de aquella manera, y con una cara tan transformada y tanta alteración de entrañas, que estuvo a punto de desmayarse, y la madre de Aladino no dudó ni por un instante de que fuese el propio hermano de su difunto marido. Y se acercó a él, le levantó del suelo, y le dijo: "¡Oh hermano de mi esposo! ¡vas a matarte en balde a fuerza de llorar! ¡Ay, lo que está escrito debe ocurrir!" Y siguió consolándole con buenas palabras hasta que le decidió a beber un poco de agua para calmarse y sentarse a comer.
Cuando estuvo puesto el mantel, el maghrebín comenzó a hablar con la madre de Aladino. Y le contó lo que tenía que contarle, diciéndole:
"¡Oh mujer de mi hermano! no te parezca extraordinario el no haber tenido todavía ocasión de verme y el no haberme conocido en vida de mi difunto hermano. Porque hace treinta años que abandoné este país y partí para el extranjero, renunciando a mí patria. Y desde entonces no he cesado de viajar por las comarcas de la India y del Sindh, y de recorrer el país de los árabes y las tierras de otras naciones. ¡Y también estuve en Egipto y habité la magnífica ciudad de Masr, que es el milagro del mundo! Y tras de residir allá mucho tiempo, partí para el país del Maghreb central, en donde acabé por fijar residencia durante veinte años.
"Por aquel entonces, ¡oh mujer de mi hermano! un día entre los días, estando en mi casa, me puse a pensar en mi tierra natal y en mi hermano. Y se me exacerbó el deseo de volver a ver mi sangre; y eché a llorar y empecé a lamentarme de mi estancia en país extranjero. Y al fin se hicieron tan intensas las nostalgias de mi separación y de mi alejamiento del ser que me era caro, que me decidí a emprender el viaje a la comarca que vió surgir mi cabeza de recién nacido. Y pensé para mi ánima: «¡Oh hombre! ¡cuántos años van transcurridos desde el día en que abandonaste tu ciudad y tu país y la morada del único hermano que posees en el mundo! ¡Levántate, pues, y parte a verle de nuevo antes de la muerte! Porque, ¿quién sabe las calamidades del Destino, los accidentes de los días y las revoluciones del tiempo? ¿Y no sería una suprema desdicha que murieras antes de regocijarte los ojos con la contemplación de tu hermano, sobre todo ahora que Alah (¡glorificado sea!) te ha dado la riqueza, y tu hermano acaso siga en una condición de estrecha pobreza? ¡No olvides, por tanto, que con partir verificarás dos acciones excelentes: volver a ver a tu hermano y socorrerle!»
"Y he aquí que, dominado por estos pensamientos, ¡oh mujer de mi hermano! me levanté al punto y me preparé para la marcha. Y tras de recitar la plegaria del viernes y la Fatiha del Corán, monté a caballo y me encaminé a mi patria. Y después de muchos peligros y de las prolongadas fatigas del camino, con ayuda de Alah (¡glorificado y venerado sea!) acabé por llegar con bien a mi ciudad, que es ésta. Y me puse inmediatamente a recorrer calles y barrios en busca de la casa de mi hermano. Y Alah permitió que entonces encontrase a este niño jugando con sus camaradas. ¡Y por Alah el Todopoderoso, ¡oh mujer de mi hermano! que, apenas le vi, sentí que mi corazón se derretía de emoción por él; y como la sangre reconocía a la sangre; no vacilé en suponer en él al hijo de mi hermano! Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/07

Noche 732



Pero cuando llegó la 732ª noche

Ella dijo:
"¡... He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde hace largo tiempo y en pos del cual partí del Maghreb, mi país!" Y aproximose sigilosamente a uno de los muchachos, aunque sin perder de vista a Aladino, le llamó aparte sin hacerse notar, y por él se informó minuciosamente del padre y de la madre de Aladino, así como de su nombre y de su condición. Y con aquellas señas, se acercó a Aladino sonriendo, consiguió atraerle a una esquina, y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿no eres Aladino, el hijo del honrado sastre?" Y Aladino contestó: "Sí, soy Aladino. ¡En cuanto a mi padre, hace mucho tiempo que ha muerto!" Al oír estas palabras, el derviche maghrebín se colgó al cuello de Aladino, y le cogió en brazos, y estuvo mucho tiempo besándole en las mejillas, llorando ante él en el límite de la emoción. Y Aladino, extremadamente sorprendido, le preguntó: "¿A qué obedecen tus lágrimas, señor? ¿Y de qué conocías a mi difunto padre?"
Y contestó el maghrebín, con una voz muy triste y entrecortada: "¡Ah hijo mío! ¿cómo no voy a verter lágrimas de duelo y de dolor, si soy tu tío, y acabas de revelarme de una manera tan inesperada la muerte de tu difunto padre, mi pobre hermano? ¡Oh hijo mío! ¡has de saber, en efecto, que llego a este país después de abandonar mi patria y afrontar los peligros de un largo viaje, únicamente con la halagüeña esperanza de volver a ver a tu padre y disfrutar con él la alegría del regreso y de la reunión! ¡Y he aquí ¡ay! que me cuentas su muerte!"
Se detuvo un instante, como sofocado de emoción; luego añadió: "¡Por cierto ¡oh hijo de mi hermano! que, en cuanto te divisé, mi sangre se sintió atraída por tu sangre y me hizo reconocerte en seguida, sin vacilación, entre todos tus camaradas! ¡Y aunque cuando yo me separé de tu padre no habías nacido tú, pues aun no se había casado, no tardé en reconocer en ti sus facciones y su semejanza! ¡Y eso es precisamente lo que me consuela un poco de su pérdida! ¡Ah! ¡qué calamidad cayó sobre mi cabeza! ¿Dónde estás ahora, hermano mío, a quien creí abrazar al menos una vez después de tan larga ausencia y antes de que la muerte viniera a separarnos para siempre? ¡Ay! ¿quién puede envanecerse de impedir que ocurra lo que tiene que ocurrir? En adelante, tú serás mi consuelo y reemplazarás a tu padre en mi afección, puesto que tienes sangre suya y eres su descendiente; porque dice el proverbio: "¡Quien deja posteridad no muere!"
Luego el maghrebín sacó de su cinturón diez dinares de oro y se los puso en la mano a Aladino, preguntándole: "¡Oh hijo mío! ¿dónde habita tu madre, la mujer de mi hermano?" Y Aladino, completamente conquistado por la generosidad y la cara sonriente del maghrebín, le cogió de la mano, le condujo al extremo de la plaza y le mostró con el dedo el camino de su casa, diciendo: "¡Allí vive!" Y el maghrebín le dijo: "Estos diez dinares que te doy ¡oh hijo mío! se los entregarás a la esposa de mi difunto hermano, transmitiéndole mis zalemas. ¡Y le anunciarás que tu tío acaba de llegar de viaje, tras larga ausencia en el extranjero, y que espera, si Alah quiere, poder presentarse en la casa mañana para formular por sí mismo los deseos a la esposa de su hermano y ver los lugares donde pasó su vida el difunto y visitar su tumba!"
Cuando Aladino oyó estas palabras del maghrebín, quiso inmediatamente complacerle, y después de besarle la mano se apresuró a correr con alegría a su casa, a la cual llegó, al contrario que de costumbre, a una hora que no era la de comer, y exclamó al entrar: "¡Oh madre mía! ¡vengo a anunciarte que, tras larga ausencia en el extranjero, acaba de llegar de viaje mi tío, y te trasmite sus zalemas!" Y contestó la madre de Aladino, muy asombrada de aquel lenguaje insólito y de aquella entrada inesperada: "¡Cualquiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! Porque, ¿quién es ese tío de que me hablas? ¿Y de dónde y desde cuándo tienes un tío que esté vivo todavía?"
Y dijo Aladino: "¿Cómo puedes decir, ¡oh madre mía! que no tengo tío ni pariente que esté vivo aún, si el hombre en cuestión es hermano de mi difunto padre? ¡Y la prueba está en que me estrechó contra su pecho y me besó llorando y me encargó que viniera a darte la noticia y a ponerte al corriente!" Y dijo la madre de Aladino: "Sí, hijo mío, ya sé que tenías un tío; pero hace largos años que murió. ¡Y no supe que desde entonces tuvieras nunca otro tío!" Y miró con ojos muy asombrados a su hijo Aladino, que ya se ocupaba de otra cosa. Y no le dijo nada más acerca del particular en aquel día. Y Aladino, por su parte, no le habló de la dádiva del maghrebín.
Al día siguiente, Aladino salió de casa a primera hora de la mañana; y el maghrebín, que ya andaba buscándole, le encontró en el mismo sitio que la víspera, dedicado a divertirse, como de costumbre, con los vagabundos de su edad. Y se acercó inmediatamente a él, le cogió de la mano, le estrechó contra su corazón, y le besó con ternura. Luego sacó de su cinturón dos dinares y se los entregó, diciendo: "Ve a buscar a tu madre y dile, dándole estos dos dinares: «¡Mi tío tiene intención de venir esta noche a cenar con nosotros, y por esto te envía este dinero para que prepares manjares excelentes»" Luego añadió, inclinándose hacia él: "¡Y ahora, ya Aladino, enséñame por segunda vez el camino de tu casa!" Y contestó Aladino: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh tío mío!" Y echó a andar delante y le enseñó el camino de su casa. Y el maghrebín le dejó y se fué por su camino...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/06

Noche 731



Y cuando llegó la 731ª noche

Ella dijo:
"... Y atravesó la sala de porcelana y de cristal, toda llena de dinares y polvo de oro, y penetró en la sala de loza verde incrustada de oro. Y vió las seis estatuas en sus respectivos sitios; y lanzó una mirada distraída al séptimo pedestal de oro. Y he aquí que en él se erguía sonriente una joven desnuda, más brillante que el diamante, en la cual reconoció el príncipe Zein, en el límite de la emoción, la que había conducido a las Tres Islas. Y sólo supo abrir la boca, inmóvil, sin poder pronunciar una sola palabra. Y dijo Latifah: "¡Sí, yo soy Latifah, a quien no esperabas encontrar aquí! ¡Ay! ¡ya veo que venías en espera de poseer algo más preciado que yo!"
Y al fin pudo expresarse Zein, y exclamó: "¡No, por Alah, ¡oh mi señora! que bajé aquí sin que lo dictase el corazón, el cual sólo por ti latía! ¡Pero bendito sea Alah, que ha permitido nuestra unión!"
Y cuando pronunciaba estas palabras se dejó oír el fragor de un trueno, que hizo retemblar el subterráneo, y en aquel mismo momento apareció el Anciano de las Islas. Y sonreía con bondad. Y se acercó a Zein, y le cogió la mano y la puso en la mano de la joven, diciéndole: "¡Oh Zein! has de saber que desde que naciste te tuve bajo mi protección. Tenía, pues, que asegurar tu dicha. Y nada mejor que darte el único tesoro que es inestimable. Y ese tesoro, más hermoso que todas las jóvenes de diamante y todas las pedrerías de la tierra, lo constituye esta joven virgen. ¡Porque la virginidad, unida a la belleza del cuerpo y a la excelencia del alma, es la triaca que procura todos los remedios y vale por todas las riquezas! Y hablando así, besó a Zein y desapareció.
¡Y el sultán Zein y su esposa Latifah, en el límite de la dicha, se amaron con un amor grande, y vivieron largos años la vida más deliciosa y más selecta, hasta que fué a visitarles la Separadora inevitable de los amantes y de las sociedades! ¡Gloria al Único Viviente que no conoce la muerte!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Y dijo el rey Schahriar: "¡Ese Espejo de las Vírgenes, Schehrazada, es extremadamente asombroso!"
Schehrazada sonrió, y dijo: "Sí, ¡oh rey! Pero, ¿qué es en comparación de la LÁMPARA MÁGICA?"
Y el rey Schahriar preguntó: "¿Qué lámpara mágica es esa que no conozco?" Y dijo Schehrazada: "¡La LÁMPARA DE ALADINO! ¡Y precisamente voy a hablarte de ella esta noche!"
Y dijo:


HISTORIA DE ALADINO Y DE LA LAMPARA MAGICA

Al príncipe Rolando Bonaparte.

He llegado a saber ¡oh rey afortunado! ¡oh dotado de buenos modales! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad entre las ciudades de la China, y de cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había -pero Alah es más sabio- un hombre que era sastre de oficio y pobre de condición. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino (en árabe Alá-eddin, Altura o Gloria de Ala) que era un niño mal educado y que desde su infancia resultó un galopín muy enfadoso. Y he aquí que, cuando el niño llegó a la edad de diez años, su padre quiso hacerle aprender por lo pronto algún oficio honrado; pero, como era muy pobre, no pudo atender a los gastos de la instrucción y tuvo que limitarse a tener con él en la tienda al hijo, para enseñarle el trabajo de aguja en que consistía su propio oficio. Pero Aladino, que era un niño indómito, acostumbrado a jugar con los muchachos del barrio, no pudo amoldarse a permanecer un solo día en la tienda. Por el contrario, en lugar de estar atento al trabajo, acechaba el instante en que su padre se veía obligado a ausentarse por cualquier motivo o a volver la espalda para atender a un cliente, y al punto el niño recogía la labor a toda prisa y corría a reunirse por calles y jardines con los bribonzuelos de su calaña. Y tal era la conducta de aquel rebelde, que no quería obedecer a sus padres ni aprender el trabajo de la tienda.
Así es que su padre, muy apenado y desesperado por tener un hijo tan dado a todos los vicios, acabó por abandonarle a su libertinaje; y su dolor le hizo contraer una enfermedad, de la que hubo de morir. ¡Pero no por eso se corrigió Aladino de su mala conducta!
Entonces la madre de Aladino, al ver que su esposo había muerto y que su hijo no era más que un bribón, con el que no se podía contar para nada, se decidió a vender la tienda y todos los utensilios de la tienda, a fin de poder vivir algún tiempo con el producto de la venta. Pero como todo se agotó en seguida, tuvo necesidad de acostumbrarse a pasar sus días y sus noches hilando lana y algodón para ganar algo y alimentarse y alimentar al ingrato de su hijo.
En cuanto a Aladino, cuando se vió libre del temor a su padre, no le retuvo ya nada y se entregó a la pillería y la perversidad. Y se pasaba todo el día fuera de casa para no entrar más que a las horas de comer. Y la pobre y desgraciada madre, a pesar de las incorrecciones de su hijo para con ella y del abandono en que la tenía, siguió manteniéndole con el trabajo de sus manos y el producto de sus desvelos, llorando sola lágrimas muy amargas. Y así fué cómo Aladino llegó a la edad de quince años. Y era verdaderamente hermoso y bien formado, con dos magníficos ojos negros, y una tez de jazmín, y un aspecto de lo más seductor.
Un día entre los días, estando él en medio de la plaza que había a la entrada de los zocos del barrio, sin ocuparse más que de jugar con los pillastres y vagabundos de su especie, acertó a pasar por allí un derviche maghrebín, que se detuvo mirando a los muchachos obstinadamente. Y acabó por posar en Aladino sus miradas y por observarle de una manera bastante singular y con una atención muy particular, sin ocuparse ya de los otros niños camaradas suyos. Y aquel derviche, que venía del último confín del Maghreb, de las comarcas del interior lejano, era un insigne mago muy versado en la astrología y en la ciencia de las fisonomías; y en virtud de su hechicería podría conmover y hacer chocar unas con otras las montañas más altas. Y continuó observando a Aladino con mucha insistencia y pensando: "¡He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde hace largo tiempo y en pos del cual partí del Maghreb, mi país ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/05

Noche 730



Pero cuando llegó la 730ª noche

Ella dijo:
"¡... Oh madre de Latifah! ¡levántate y coge a nuestra hija Latifah y echa a andar detrás de nuestro hijo, el derviche Abu-Bekr, que te conducirá a un palacio donde el destino de tu hija la espera hoy!" Y la esposa del jeique de los derviches obedeció en seguida y se envolvió en sus velos y fué al aposento de su hija, y le dijo: "¡Oh hija mía Latifah! ¡tu padre desea que salgas hoy por primera vez conmigo!" Y tras de peinarla y vestirla salió con ella y siguió, a diez pasos de distancia, al derviche Abu-Bekr; que las condujo al palacio donde les esperaban Zein y Mubarak sentados en el diván de la sala de audiencia.
Y entraste ¡oh Latifah! mostrando tus grandes ojos negros, muy asombrados tras el velillo de tu rostro. Porque en tu vida habías visto otra cara de hombre que la cara venerable de tu padre, el jeique de los derviches. ¡Y no bajaste los ojos, pues no conocías la falsa modestia, ni el falso pudor, ni ninguna de las cosas que de ordinario aprenden las hijas de los hombres para cautivar los corazones, sino que lo mirabas todo con tus hermosos ojos negros de gacela temblorosa, vacilante y encantadora!
Y al verte aparecer, el príncipe Zein sintió que se le huía la razón, porque entre todas las mujeres de su palacio de Bassra y todas las jóvenes de Egipto y de Siria no había visto a ninguna que, de cerca o de lejos, se pudiera comparar a ti en belleza. Y el espejo te reflejó toda desnuda. Y así pudo ver él, acurrucada en lo alto de las columnas, semejante a una pequeñísima palomita blanca, una milagrosa historia sellada con el sello intacto de Soleimán (¡con El la paz y la plegaria!) Y la consideró más atentamente, y en el límite del júbilo comprobó que tu historia ¡oh Latifah! era de todo punto semejante a una almendra mondada. ¡Gloria a Alah que conserva los tesoros y los reserva a sus creyentes!
Cuando el príncipe Zein, gracias al espejo mágico, vió cómo estaba la joven que hubo de buscar, encargó a Mubarak que inmediatamente fuera a hacer la petición de matrimonio. Y Mubarak, acompañado de Abu-Bekr, el derviche, fué al punto a casa del jeique de los derviches, le transmitió la petición de matrimonio y le pidió su consentimiento. Y le condujo al palacio; y se envió a buscar al kadí y a los testigos; y se extendió el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas con una pompa extraordinaria; y Zein dió grandes festines e hizo muchas dádivas a los pobres del barrio. Y cuando se marcharon todos los invitados, Zein retuvo con él al derviche Abu-Bekr, y le dijo: "Has de saber, ¡oh Abu-Bekr! que esta misma tarde partimos para un país bastante lejano. Y mientras vuelvo a Bassra he aquí para ti diez mil dinares de oro, como remuneración por tus buenos servicios. ¡Pero Alah es más grande, y algún día podré probarte mejor mi gratitud!" Y le dió los diez mil dinares, pensando nombrarle un día gran chambelán, cuando llegara a su reino. Y después que el derviche le besó las manos, dió la señal de partida. Y colocaron a la joven virgen en una litera a lomos de un camello. Y Mubarak abrió la marcha, y Zein marchó el último. Y acompañados de su séquito, emprendieron el camino de las Tres Islas.
Como las Tres Islas estaban muy lejos de Bagdad, el viaje duró largos meses, durante los cuales el príncipe Zein se sentía a diario más prendado cada vez de los encantos de la maravillosa joven virgen convertida en su esposa legal. Y la amó con todo su corazón, porque ella atesoraba en sí dulzura, hechizos, gentileza y virtudes naturales. Y por primera vez experimentó él los efectos del verdadero amor, cuya existencia nunca hasta entonces hubo supuesto. Así es que, con gran amargura en el corazón, vió llegar el momento de entregar la joven al Anciano de las Tres Islas. Y varias veces estuvo tentado de desandar el camino y volverse a Bassra, llevándose a la joven. Pero le retenía el juramento que había hecho al Anciano de las Tres Islas, y no podía dejar de mantenerlo.
Entre tanto, llegaron al territorio vedado, y por el mismo camino y los mismos procedimientos de antes, arribaron a la isla en que residía el Anciano. Y tras de las zalemas y los cumplimientos, Zein le presentó a la joven toda tapada. Y al propio tiempo le entregó el espejo, y sus mismos ojos parecían dos espejos. Y al cabo de algunos instantes se acercó a Zein, y colgándose a su cuello, le besó con mucha efusión, y le dijo: "En verdad, sultán Zein, que estoy muy contento de tu diligencia por complacerme y del resultado de tus pesquisas. ¡Porque la joven que me traes es tal y como yo la anhelaba! ¡Es admirablemente bella y supera en encantos y en perfecciones a todas las jóvenes de la tierra! Además, está virgen y con virginidad de buena ley, ya que se la diría sellada con el sello de nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) ¡Por lo que a ti se refiere, no tienes más que volver a tus Estados; y cuando entres en la segunda sala de loza, en donde están las seis estatuas, encontrarás allí la séptima que te he prometido y que por sí sola vale más que otras mil juntas!" Y añadió: "¡Haz comprender ahora a la joven que me la cedes y que ya no tiene nada de común contigo!"
Al oír estas palabras la encantadora Latifah, que también sentía mucho afecto por el hermoso príncipe Zein, lanzó un profundo suspiro y se echó a llorar. Y Zein se echó a llorar asimismo. Y muy triste, le explicó todo lo concertado entre él y el Anciano de las Islas, desmayándose de dolor Latifah. Y tras de haber besado la mano al Anciano, el joven emprendió de nuevo con Mubarak el camino de Bassra. Y durante todo el viaje no cesaba de pensar en aquella Latifah tan encantadora y tan dulce, y se recriminaba amargamente por haberla engañado haciéndole pensar que era su esposa, y se creía causante de la desdicha de ambos. Y no podía consolarse de ello.
Y he aquí que llegó en aquel estado de desolación a Bassra, donde grandes y pequeños celebraron su regreso con muchos festejos. Pero el príncipe Zein se había puesto muy triste, sin tomar parte en aquellos regocijos, y a pesar de todos los requerimientos de su fiel Mubarak, se negaba a bajar al subterráneo en que debía encontrar a la joven de diamante, tanto tiempo anhelada. Por fin, cediendo a los consejos de Mubarak, a quien hubo de nombrar visir en cuanto llegó a Bassra, consintió en bajar al subterráneo. Y atravesó la sala de porcelana y de cristal, toda llena de dinares y polvo de oro, y penetró en la sala de loza verde incrustada de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/04

Noche 729



Pero cuando llegó la 729ª noche

Ella dijo:
"... Y fué a visitar al príncipe Zein, y entró en la sala reservada a los visitantes. Y se inclinó hasta la tierra en presencia del príncipe, que le devolvió su zalema y le recibió con cordialidad y le invitó a sentarse en el diván al lado suyo. Luego mandó que le sirvieran de comer y de beber, y le hizo compañía, compartiendo la comida con él y con Mubarak. Y charlaron como dos excelentes amigos. Y el derviche, completamente conquistado por los modales del príncipe, le preguntó: "¡Oh mi señor Zein! ¿piensas iluminar por mucho tiempo nuestra ciudad con tu presencia?" y Zein, que, no obstante su tierna edad, era muy avisado y sabía sacar provecho de las ocasiones deparadas por el Destino, le contestó: "Sí, ¡oh mi señor imán! ¡Mi intención es vivir en Bagdad hasta que logre mi propósito!" Y Abu-Bekr dijo: "¡Oh mi señor emir! ¿cuál es el noble propósito que persigues? ¡Tu esclavo estará muy contento de poder ayudarte en algo, y se interesará por ti de todo corazón amistoso!" Y contestó el príncipe Zein: "Sabe entonces, ¡oh venerable jeique Abu-Bekr! que mi anhelo se cifra en el matrimonio. En efecto, deseo encontrar, para tomarla por esposa, una joven de quince años que sea a la vez excesivamente bella y virgen en absoluto. Y es preciso que su belleza sea tal, que no tenga ella par entre las jóvenes de su tiempo, y que su virginidad sea de buena ley, por fuera y por dentro. Y ése es el propósito que persigo y el motivo que me condujo a Bagdad tras de impulsarme a residir en Egipto y en Siria". Y contestó el derviche: "¡En verdad, ¡oh amo mío! que eso es cosa muy rara y muy difícil de encontrar! Y si Alah no me hubiera puesto en tu camino, tu estancia en Bagdad no habría visto jamás su término, y en vano hubieran perdido el tiempo en pesquisas todas las casamenteras. ¡Pero yo sé dónde podrás encontrar esa perla única, y te lo diré si es que me lo permites!"
Al oír estas palabras, Zein y Mubarak no pudieron por menos de sonreír. Y Zein le dijo: "¡Oh santo derviche! ¿estás bien seguro de la virginidad de la que me hablas? Y de ser así, ¿cómo te arreglaste para adquirir esa certeza? Si viste por ti mismo a esa joven lo que debe permanecer oculto, ¿cómo quieres que sea virgen? ¡Porque la virginidad reside tanto en la conservación del sello como en que permanezca invisible!" Y Abu-Bekr contestó: "¡Claro que no lo he visto! ¡Pero me cortaría la mano derecha si no estuviese como te he indicado! Y además, ¿cómo vas a arreglarte tú mismo, ¡oh mi señor! para tener una certeza tan completa antes de la noche de bodas?" Y contestó Zein: "¡Es muy sencillo: sólo necesitaré verla un instante, toda vestida y completamente envuelta en sus velos!" Y el derviche no quiso echarse a reír, por consideración a su huésped, y limitóse a contestar: "¡Buen fisonomista debe ser nuestro amo el emir para adivinar de esa manera, sin ver más que los ojos tras el velo, el estado de la virginidad en una joven a quien no conozca!" Y dijo Zein: "¡Así es! ¡Y no tienes más que dejarme ver a la joven, si verdaderamente crees que es posible la cosa! ¡Y ten la seguridad de que sabré corresponder a tus servicios y estimarlos en más de su valor!" Y contestó el derviche: "¡Escucho y obedezco!" Y salió en busca de la consabida joven.
Porque Abu-Bekr conocía a una joven que podía llenar las condiciones requeridas, y que no era otra que la hija del jeique de los derviches de Bagdad. Y su padre habíala criado alejada de todas las miradas, haciéndola llevar una vida sencilla y recatada, con arreglo a los preceptos sublimes del Libro. Y creció ella en la morada ignorando la fealdad, y cuajó como una flor. Y era blanca y elegante y deliciosamente formada, pues había salido sin defecto del molde de la belleza. Y sus proporciones eran admirables, y negros sus ojos, y bruñidos como trozos de luna sus miembros delicados. ¡Y era toda redonda y finísima al mismo tiempo! En cuanto a lo que estaba situado entre las columnas, no sabría describirlo nadie, porque nadie lo había visto. ¡He aquí por qué el espejo mágico será el único que la refleje por primera vez y pueda permitir esta descripción con asentimiento de Alah!
El derviche Abu-Bekr fue, pues, a casa del jeique de la corporación, y tras de las zalemas y cumplimientos por una y otra parte, le espetó un largo discurso, basado en diversos textos del Libro santo acerca de la necesidad que del matrimonio tienen las jóvenes púberes, y acabó por exponerle la situación con todos sus detalles, añadiendo: "¡Porque ese emir tan noble, tan rico y tan generoso, está dispuesto a pagarte la dote que pidas por tu hija; pero en cambio, exige, como única condición, posar una sola mirada en ella estando tu hija vestida por completo y enteramente envuelta en el izar!" Y el jeique de los derviches, padre de la joven, hubo de reflexionar durante una hora de tiempo, y contestó: "¡No hay inconveniente!" Y fué en busca de su esposa, madre de la joven, y le dijo: "¡Oh madre de Latifah! ¡levántate y coge a nuestra hija Latifah y echa a andar detrás de nuestro hijo, el derviche Abu-Bekr, que te conducirá a un palacio donde el destino de tu hija le espera hoy ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/03

Noche 728



Y cuando llegó la 728ª noche

Ella dijo:
¡... Preparemos, pues, la caravana y vamos a Bagdad, la ciudad de paz!"
Y Mubarak hizo los preparativos de marcha, y cuando la caravana estuvo completa, emprendió con el príncipe Zein el camino que a través del desierto conduce a Bagdad. Y Alah les escribió la seguridad; y no se encontraron con beduinos salteadores de caminos, y llegaron con buena salud a la ciudad de paz.
Empezaron, como habían hecho en Damasco, por alquilar un palacio situado a orillas del Tigris y que tenía unas vistas maravillosas y un jardín semejante al Jardín-de-las-Delicias del califa. Y mantuvieron un tren de casa extraordinario, gastando con esplendidez y dando festines sin igual. Y cuando sus invitados habían comido y bebido hasta la saciedad, mandaban distribuir las sobras entre los pobres y derviches. Y había entre aquellos derviches uno que se llamaba Abu-Bekr, y que era un desvergonzado, un canalla de lo más detestable, que odiaba a la gente rica por ser rica precisamente y él pobre. Pues la miseria endurece el corazón del hombre dotado de alma baja, en tanto que ennoblece el corazón del hombre dotado de alma elevada. Y como veía la abundancia y los bienes de Alah en la morada de los recién venidos, no necesitó más para tomar aversión a ambos. Y así es que un día entre los días, fué a la mezquita para la plegaria de la tarde, y exclamó en medio de la muchedumbre congregada allí: "¡Oh creyentes! habéis de saber que han venido a habitar en nuestro barrio dos extranjeros que a diario gastan sumas considerables y hacen alarde de sus riquezas, únicamente para deslumbrar los ojos de los pobres como nosotros. ¡Pero no sabemos quiénes son esos extranjeros e ignoramos si son unos malvados que se escaparon de un país con bienes considerables para venir a derrochar en Bagdad el producto de sus latrocinios y el dinero de viudas y de huérfanos! ¡Por el nombre de Alah y los méritos de nuestro señor Mohamed (¡con El la plegaria y la paz!), os conjuro, pues, a que os pongáis en guardia contra esos desconocidos y no aceptéis nada de su falsa generosidad! Además, si nuestro amo el califa llega a saber que en nuestro barrio hay hombres así, a todos nos hará responsables de sus hazañas y nos castigará por no haberle advertido. ¡Pero en cuanto a mí, he de declararos que retiro mis dos manos de ese asunto y que no tengo nada de común con esos extranjeros ni con los que aceptan sus invitaciones y entran en su casa!" Y todos los presentes contestaron a una: "Ciertamente, tienes razón ¡oh jeique Abu-Bekr! ¡Y quedas encargado de redactar una queja al califa acerca del particular para que examine el caso!"
Después salió de la mezquita toda la asamblea. Y el derviche Abu-Bekr regresó a su casa para meditar la manera de hacer daño a los dos extranjeros.
Entretanto, no tardó Mubarak en saber, por decreto del Destino, lo que acababa de ocurrir en la mezquita; y le atemorizaron mucho los manejos del derviche, y pensó que, como la cosa moviera ruido, no le sería posible inspirar confianza a las alcahuetas y casamenteras. Así es que, sin pérdida de tiempo, metió en un saco quinientos dinares de oro y corrió a casa del derviche. Y llamó a la puerta, y fué a abrirle el derviche, y al reconocerle, le preguntó con acento colérico: "¿Quién eres? ¿Y qué quieres?" Y el otro contestó: "Soy tu esclavo Mubarak, ¡oh imán Abu-Bekr, amo mío! Y vengo a verte de parte del emir Zein, que ha oído hablar de tu ciencia, de tus conocimientos y de tu influencia en la ciudad, y me ha enviado para que te rinda sus homenajes y le ponga por completo a tu disposición. Y a fin de demostrarte su buena voluntad, me ha encargado que te entregue esta bolsa con quinientos dinares, como homenaje de un leal a su soberano, excusándose contigo de no guardar proporción el regalo con la inmensidad de tus merecimientos. ¡Pero si Alah quiere, en días sucesivos no dejará de probarte más aún todo lo agradecido y lo perdido que se halla en el desierto sin límites de tu benevolencia!"
Cuando el derviche Abu-Bekr vió el saco de oro y computó su contenido, se le enternecieron mucho los ojos y se le endulzaron las intenciones. Y contestó: "¡Oh mi señor! ¡ardientemente imploro que me perdone tu amo el emir por lo que mi lengua haya podido decir acerca de él sin pensar, y me arrepiento hasta el límite del arrepentimiento por haber faltado a mis deberes para con su persona! Te ruego, pues, seas mi delegado acerca de él para exponerle mi contrición en cuanto a lo pasado y mis disposiciones en cuanto al porvenir. ¡Porque a partir de hoy, si Alah quiere, voy a reparar en público las desconsideraciones en que haya podido incurrir, y en vista de eso, me haré acreedor a los favores del emir!"
Y contestó Mubarak: "¡Loores a Alah, que llena de buenas intenciones tu corazón, oh amo mío Abu-Bekr! ¡Pero te suplico que después de la plegaria, no te olvides de ir a honrar nuestro umbral con tu presencia y a deleitar nuestro espíritu con tu trato! ¡Porque sabemos que la bendición acompañará los pasos de tu santidad en nuestra morada!" Y cuando hubo hablado así, besó la mano al derviche y retornó a la casa.
En cuanto a Abu-Bekr, no dejó de ir a la mezquita a la hora de la plegaria, e irguiéndose en medio de los fieles congregados, exclamó: "¡Oh creyentes, hermanos míos! ¡ya sabéis que no hay nadie que no tenga enemigos; y ya sabéis también que la envidia se ensaña principalmente en aquellos sobre quienes han descendido los favores y las bendiciones de Alah! Así, pues, para descargar mi conciencia, he de deciros que los dos extranjeros de quienes ayer os hablé desconsideradamente, son personas dotadas de nobleza, de tacto, de virtudes y de cualidades inestimables. Además, los informes que adquirí respecto a ellos me permiten afirmar que uno de los tales es un emir de alto rango y mucho mérito, y su presencia sólo bien puede hacer a nuestro barrio. Es preciso, por tanto, que le honréis donde le encontréis, y que le rindáis los honores debidos a su rango y a su calidad. ¡Uassalam!"
Y el derviche Abu-Bekr destruyó así en el espíritu de sus oyentes el efecto de sus palabras de la víspera. Y los dejó para volver a su casa con objeto de cambiarse de ropa y vestirse con un capote nuevo, cuyos bordes le arrastraban y cuyas amplias mangas le llegaban hasta las rodillas. Y fué a visitar al príncipe Zein, y entró en la sala reservada a los visitantes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/02

Noche 727



Y cuando llegó la 727ª noche

Ella dijo:
"... Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciudad, poniendo en juego sus argucias, en busca de jóvenes. Y efectivamente, no tardó en llevar al palacio de Mubarak un primer grupo muy considerable de jóvenes selectas, todas de quince años de edad, más bien menos que más, y todas intactas en cuanto a su virginidad. Y una tras otra, envueltas en sus velos, con los ojos modestamente bajos, las introdujo en la sala en que les esperaba el príncipe Zein, provisto de su espejo y sentado junto al mercader Mubarak. Y al ver todos aquellos párpados bajos y aquellos rostros cándidos y aquel gesto púdico, nadie hubiera podido dudar de la pureza y de la virginidad de las jóvenes que introducía la vieja. ¡Pero he aquí que existía el espejo, y nada podía engañar al espejo, ni párpados bajos, ni rostros cándidos, ni gesto púdico! En efecto, cada vez que entraba una joven, el príncipe Zein, sin pronunciar palabra, volvía el espejo hacia la joven que había que inspeccionar, y miraba. Y aparecía ella en el espejo toda desnuda, a pesar de las numerosas vestiduras que la cubrían; y no resultaba invisible ninguna parte de su cuerpo; y se reflejaba su historia con sus menores detalles, igual que si se la hubiese colocado en un cofrecillo de cristal diáfano.
Y he aquí que, cada vez que el príncipe Zein inspeccionaba en el espejo a las jóvenes que entraban, estaba lejos de ver una historia minúscula en forma de almendra sin cáscara; y se asombraba prodigiosamente al comprobar en qué abismo sin fondo habría podido arrojarse o arrojar desatentadamente al Anciano de las Tres Islas, a no ser por el recurso del espejo mágico. Y después del examen desechaba a todas las que entraban, sin explicar, empero, a la vieja el verdadero motivo de su abstención; porque no quería perjudicar a aquellas jóvenes descubriendo lo que había velado Alah y revelando lo que por lo común estaba oculto. Y se limitaba a limpiar con la manga cada vez el vaho denso que acababa de empañar el espejo al aparecer la imagen. Y sin desalentarse y excitada por la esperanza de la remuneración, la vieja le llevó un segundo grupo, más importante todavía que el primero, y un tercero, y un cuarto, y un quinto grupos, pero sin más resultado que la vez primera. ¡Y de tal suerte, ¡oh Zein! viste las historias de las egipcias, de las coptas, de las nubias, de las abisinias, de las sudanesas, de las maghrenias, de las árabes y de las beduinas! Y en verdad que, entre tantas, las había que eran excelentes hasta cierto punto, y pertenecían a propietarias incomparablemente bellas y deliciosas. ¡Pero ni una sola vez viste, entre todas aquellas historias, la historia requerida, virgen de todo contacto, semejante a una almendra mondada!
Y en vista de ello, sin haber podido encontrar en Egipto, lo mismo entre las hijas de los grandes que entre las del pueblo, una joven que tuviera las condiciones necesarias, el príncipe y Mubarak juzgaron que ya no les quedaba que hacer más que abandonar aquel país para ir a continuar sus pesquisas en Siria por el pronto. Y partieron para Damasco, y alquilaron un magnífico palacio en el barrio más hermoso de la ciudad. Y Mubarak se puso al habla con las viejas casamenteras y con las alcahuetas, y les expuso lo que tenía que exponerles. Y le contestaron todas con el oído y la obediencia. Y entraron en negociaciones con las jóvenes, hijas de grandes y pequeños, lo mismo con las musulmanas que con las judías y las cristianas. Y sin sospechar las virtudes del espejo mágico, del que ignoraban hasta la existencia las llevaron por turno a la sala reservada para la inspección. Pero con las sirias ocurrió exactamente igual que había ocurrido con las egipcias y las otras; pues, no obstante su apostura modesta y la pureza de sus miradas y sus mejillas ruborizadas de pudor y sus quince años, todas tenían la historia perforada. Y las alcahuetas y las demás viejas se vieron obligadas a volverse con las narices tan largas que les llegaban hasta los pies.
¡Y he aquí lo referente a ellas!
¡Pero he aquí ahora lo referente al príncipe Zein y a Mubarak! Cuando comprobaron que la Siria, como el Egipto, estaba completamente limpia de jóvenes con las historias todavía selladas, se quedaron muy estupefactos; y Zein pensó: "¡Es inconcebible!" Y dijo a Mubarak: "¡Oh Mubarak! creo que nada tenemos que hacer ya en este país, y que necesitamos buscar por otras comarcas lo que deseamos. ¡Porque mi corazón y mi espíritu están pendientes de la séptima joven de diamante, y me hallo dispuesto siempre a continuar las pesquisas para dar con la virgen de quince años que ha de entregarse al Anciano de las Islas a cambio de su regalo!" Y contestó Mubarak: "¡Escucho y obedezco!" Y añadió: "Mi opinión es que sería inútil ir a otra parte que no fuera el Irak. Porque sólo allí tenemos probabilidad de encontrar lo que buscamos. ¡Preparemos, pues, la caravana, y vamos a Bagdad, la ciudad de paz ...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/02/01

Noche 726



Pero cuando llegó la 726ª noche
Ella dijo:
¡... Pero si, por el contrario, quisiera Alah que la joven haya permanecido virgen, verás aparecer una historia no mayor que una almendra mondada, y el espejo se conservará claro, puro y limpio de todo vaho!"
Y cuando hubo hablado así, el Anciano de las Islas entregó a Zein el espejo mágico, añadiendo: "Deseo ¡oh Zein! que el Destino te haga encontrar lo más pronto posible la virgen de quince años que te pido. ¡Y no olvides que es preciso sea perfectamente bella! Porque, ¿de qué sirve la virginidad sin belleza? ¡Y ten cuidado de este espejo, cuya pérdida sería para ti una lástima irreparable! Y contestó Zein con el oído y la obediencia; y tras de despedirse del Anciano de las Tres Islas, desanduvo con Mubarak el camino del lago. Y fué a ellos con su barca el barquero de la cabeza de elefante y les pasó de la misma manera que antes les había pasado. Y de nuevo se abrió la montaña para hacerles paso. Y se apresuraron a reunirse con los esclavos que guardaban los caballos.
Y regresaron a El Cairo.
Y he aquí que el príncipe Zein consintió por fin en tomarse algunos días de descanso en el palacio de Mubarak para reponerse de las fatigas y emociones del viaje. Y pensaba: "¡Ya Alah! ¡qué infeliz es el anciano de las Islas, que no vacila en darme la más maravillosa de sus jóvenes de diamante a cambio de una Adamita virgen! ¡Y se imagina que la raza de las vírgenes se ha extinguido sobre la faz de la tierra!" Luego, cuando le pareció que se había tomado el descanso necesario, llamó a Mubarak, y le dijo: "¡Oh Mubarak! levantémonos y vayamos a Bagdad y a Bassra, donde las jóvenes vírgenes son tan innumerables como la langosta. Y escogeremos la más bella entre todas. ¡Y vendremos a ofrecérsela al Anciano de las Tres Islas a cambio de la joven de diamante!" Pero contestó Mubarak: "¿Y para qué, ¡oh mi señor!? ¿No estamos en El Cairo, la ciudad de ciudades, lugar preferido por las personas deliciosas y punto de reunión de todas las bellezas de la tierra? ¡No te preocupes, pues, por eso, y déjame obrar en consecuencia!" El joven preguntó: "¿Y qué vas a hacer?" El otro dijo: "Entre otras, conozco a una vieja taimada, muy experta en jóvenes, y que nos proporcionará más de las que deseemos. Voy, pues, a encargarle que nos traiga aquí todas las jóvenes de quince años que se encuentren, no sólo en El Cairo, sino en todo Egipto. Y para que nos resulte más fácil la tarea, le recomendaré que haga por sí misma selección, no trayéndonos aquí más que las que juzgue dignas de ser ofrecidas como regalo a reyes y sultanes. Y a fin de estimular su celo, le prometeré un suntuoso bakhchich. Y de tal suerte, no dejará en Egipto una joven presentable sin traérnosla, con o sin consentimiento de sus padres. Y elegiremos la que nos parezca más bella entre las egipcias, y la compraremos; y si pertenece a una familia de notables, la pediré para ti en matrimonio, y te casarás con ella, solamente por fórmula, pues no has de tocarla, desde luego. Tras de lo cual iremos a Damasco, luego a Bagdad y a Bassra, y allí haremos las mismas pesquisas. Y en cada ciudad compraremos o nos procuraremos, por medio del matrimonio aparente, la que nos haya conmovido más con su belleza, después, claro está, de haber comprobado su virginidad valiéndonos del espejo. Y sólo entonces reuniremos a todas las jóvenes que nos hayamos proporcionado de ese modo, y escogeremos entre todas la que nos parezca indudablemente la más maravillosa. ¡Y de tal suerte, mi señor, habrás cumplido tu promesa al Anciano de las Tres Islas, quien, a su vez, cumplirá la suya, dándote a cambio de la maravillosa virgen de quince años la joven de diamante!" Y contestó Zein: "¡Tu idea ¡oh Mubarak! es de lo más excelente! ¡Y de tu boca acaban de salir las palabras de la sabiduría y de la elocuencia!"
Entonces Mubarak fué en busca de la consabida vieja taimada, que no tenía igual para argucias y artificios de todas clases, pues era capaz de dar lecciones de sagacidad, picardía y sutileza al propio Eblis. Y después de ponerle en la mano, para empezar, un bakhchich de cierta importancia, le expuso el motivo que le impulsaba a verla, y añadió "Porque esta joven que te pido, escogida entre todas las jóvenes de quince años que se encuentran en Egipto, y que ha de ser incomparablemente bella y virtuosa en absoluto, está destinada a ser la esposa del hijo de mi amo. Y ten la seguridad de que tus pesquisas y trabajos se te retribuirán liberalmente. ¡Y habrás de alabarte de nuestra generosidad!" Y contestó la vieja: "¡Oh mi señor! tranquiliza tu espíritu y refresca tus ojos, pues ¡por Alah! que voy a consagrarme a satisfacer tu deseo hasta más allá de lo que me pides. Porque has de saber que tengo en mi mano jóvenes de quince años vírgenes y que todas son hijas de hombres honorables y de notables. ¡Y te las llevarás todas, una tras otra, y te verás perplejo para elegir entre todas esas lunas a cual más maravillosa! "
Así habló la vieja taimada. Pero, a pesar de toda su sagacidad y su ciencia, no sabía nada en absoluto de lo referente al espejo. Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciudad, poniendo en juego sus argucias, en busca de jóvenes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.