2025/06/03

Noche 851



Pero cuando llegó la 851ª noche

Ella dijo:
... le entregó ella los dos deliciosos patos enteros, continente y contenido. Y los tomó él y se fué por su camino.
Y esto es definitivamente lo referente a él.
En cuanto al esposo de la joven, no dejó de ser exacto de hora. Y llegó a su casa a mediodía, acompañado de un amigo, y llamó a la puerta. Y se levantó ella, y fue a abrirles, y les invitó a entrar, y les recibió con cordialidad. Luego llamó aparte a su marido, y le dijo: "¿Hemos matado los dos patos a la vez, y resulta que no traes contigo más que a un hombre? Pues si todavía podrían venir cuatro invitados más para hacer honor a mi cocina. Vamos, sal y ve en seguida a buscar a otros dos amigos tuyos, o hasta tres, para comer los patos". Y el hombre salió dócilmente para hacer lo que ella le ordenaba.
Entonces fue ella en busca del invitado, y se presentó a él con el semblante demudado, y le dijo con voz temblorosa de emoción: "¡Oh! ¡ay de ti! ¡Estás perdido sin remedio! ¡Por Alah, que no debes tener hijos ni familia, cuando así vas, cabizbajo, a una muerte segura!" Y al oír estas palabras, el invitado sintió que el terror le invadía y le penetraba profundamente en el corazón. Y preguntó: "¿Qué ocurre, pues, ¡oh mujer de bien!? ¿Y qué terrible desgracia es la que me amenaza en tu casa?" Y ella contestó: "¡Por Alah! ¡ya no puedo guardar el secreto! Sabe, pues, que mi marido está muy quejoso de tu conducta para con él, y te ha traído aquí sólo con intención de privarte de tus testículos y reducirte a la condición de eunuco castrado. ¡Y cuando así te veas, quedes muerto o quedes vivo, serás objeto de compasión y lástima!" Y añadió: "¡Mi marido ha ido a buscar a dos amigos suyos para que le ayuden a castrarte!"
Al oír esta revelación de la joven, el invitado se levantó en aquella hora y en aquel instante, y de un salto salió a la calle y echó a correr. Y en el mismo momento entró el marido, acompañado entonces de dos amigos. Y la joven le recibió exclamando: "¿Para qué me di tan malos ratos? ¿para qué me di tan malos ratos? ¡Los patos! ¡los patos!" Y preguntó él: "¡Por Alah! ¿qué pasa, y a qué vienen esos arrebatos? ¿a qué vienen esos arrebatos?" Ella dijo: "¿Para eso hice tan buenos platos? ¿Por qué me di tan malos ratos? ¡Ay, desgraciada de mí! ¡Los patos! ¡los patos!" El preguntó: "¿Pero qué les ocurre a los patos? ¡Por Alah, cállate y no toques a rebato, y dime qué les ocurre a los patos! ¡Si no, te mato! ¡si no, te mato!" Ella dijo: "¡No seas pazguato! ¡no seas pazguato! ¡Echales un galgo a los patos! ¡échales un galgo a los patos! ¡Tu huésped se los llevó, pensando que le salían baratos, y se escapó por la ventana hace un rato!" Y añadió: "¡Hemos sido unos mentecatos!"
Al oír estas palabras de su esposa, el hombre salió a la calle a toda prisa, y vio que su invitado corría a más no poder, con la túnica entre los dientes. Y le gritó: "¡Por Alah sobre ti, vuelve, vuelve, y no te lo quitaré todo! ¡Vuelve, y por Alah, no te quitaré más que la mitad!" (Quería decir con eso ¡oh rey del tiempo! que no se quedaría más que con un pato y le dejaría el otro pato). Pero al oírle gritar de tal suerte, el fugitivo, convencido de que sólo le llamaba para quitarle un compañón en vez de los dos, exclamó, sin dejar de huir: "¿Quitarme un compañón? ¡No te relamas, buey! ¡Corre detrás de mí, si quieres arrancarme uno de mis compañones!"
Y tal es mi historia, ¡oh rey de la gloria!"
Y al oír esta historia del carnicero, el rey por poco se desmaya de risa. Tras de lo cual se encaró con el bufón, y le preguntó: "¿Le quitamos un compañón, o le dejamos con los dos?" Y dijo el bufón: "Dejémosle sus compañones, porque quitárselos sería poco. Y a mí me tiene eso sin cuidado". Y el sultán dijo al hombre: "¡Retírate de nuestra vista! "
Y cuando el hombre se retiró hasta la fila de sus compañeros, se adelantó el cuarto fornicador, que suplicó al sultán le concediera el mismo favor con la misma condición. Y cuando el sultán le dió su consentimiento, el cuarto fornicador, que era el clarinete mayor, el mismo que había pasado por ser el ángel Israfil, dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL CLARINETE MAYOR

Cuentan que en una ciudad entre las ciudades de Egipto había un hombre de edad ya avanzada que tenía un hijo púber, galán holgazán y solapado, que no pensaba mañana y noche más que en hacer fructificar la herencia de su padre. Y el tal hombre de edad, padre del galán, tenía en su casa, a pesar de su mucha edad, una esposa de quince años, que era bella a la perfección. Y el hijo no cesaba de rondar en torno a la esposa de su padre, con intención de enseñarle la verdadera resistencia del hierro y su diferencia de la cera blanda. Y el padre, que sabía que su hijo era un bergante de la peor especie, no sabía cómo arreglarse para poner a su esposa al abrigo de las hazañas del muchacho. Y acabó por creer que la garantía más segura para él sería tomar una segunda esposa además de la primera, de modo que, teniendo dos mujeres, una al lado de otra, se vigilasen una a otra y se precaviesen mutuamente contra las emboscadas del hijo. Y eligió una segunda esposa más hermosa y más joven todavía, y la albergó con la primera. Y cohabitó con cada una de ellas alternativamente.
Y he aquí que el enamoradizo joven, al comprender la estratagema de su padre, se dijo: "¡Está bien, por Alah! ahora me comeré un bocado doble". Pero le resultaba muy difícil realizar su proyecto, porque el padre, cada vez que se veía obligado a salir, tenía la costumbre de decir a sus dos jóvenes esposas: "Guardaos bien contra las tentativas del bergante de mi hijo. Porque es un libertino insigne que me quita la vida, y ya me ha forzado a divorciarme de tres esposas anteriores a vosotras. ¡Tened cuidado! ¡tened cuidado!" Y las dos jóvenes contestaban: "¡Ualahí! ¡si alguna vez intentara dirigirse a nosotras con el menor gesto o nos dijera la menor palabra inconveniente, le azotaríamos la cara con nuestras babuchas!"
Y el viejo insistía, diciendo: "¡Tened cuidado! ¡tened cuidado!" Y ellas contestaban: "¡Sabemos guardarnos nosotras solas! ¡sabemos guardarnos nosotras solas!" Y el bergante se decía: "¡Por Alah, ya veremos si me azotan la cara con sus babuchas, ya lo veremos!"
Un día, habiéndose agotado la provisión de trigo, el viejo dijo a su hijo: "Vamos al mercado del trigo para comprar un saco o dos". Y salieron juntos, echando a andar el padre delante de su hijo. Y las dos esposas subieron a la terraza de la casa para verlos salir.
Y he aquí que en el trayecto se acordó el viejo que no había cogido sus babuchas, que tenía la costumbre de llevarlas en la mano por el camino o de colgárselas al hombro. Y dijo a su hijo: "Vuelve en seguida a casa por ellas". Y el tunante volvió a la casa en un vuelo, y divisando a las dos jóvenes, esposas de su padre, sentadas en la terraza, les gritó desde abajo: "¡Mi padre me envía a vosotras con una comisión!" Ellas preguntaron: "¿Cuál?"
El dijo: "¡Me ha ordenado que venga aquí y suba a besaros cuanto quiera a las dos, a las dos!" Y ellas respondieron: "¿Qué estás diciendo ¡oh perro!? Por Alah, tu padre no ha podido encomendarte nunca semejante misión; y mientes, ¡oh bribón de la peor especie! ¡oh cochino!"
El dijo: "¡Ualahí, yo no miento!" Y añadió: "¡Voy a probaros que no miento!" Y con toda su voz gritó a su padre, que estaba lejos: "¡Oh padre mío! ¡oh padre mío! ¿una solamente o las dos? ¿una solamente o las dos?" Y el viejo contestó con toda su voz: "¡Las dos, ¡oh desalmado! las dos a la vez! ¡Y que Alah te maldiga!" Claro es ¡oh mi señor sultán! que el viejo quería con ello significar a su hijo que le llevase las dos babuchas y no que besase a sus dos esposas.
Al oír esta respuesta de su esposo, las dos jóvenes se dijeron una a otra: "¡El tunante no ha mentido! Dejémosle, pues, hacer con nosotras lo que su padre le ha mandado que haga".
Y así fue ¡oh mi señor sultán! cómo merced a aquella astucia de las babuchas, el bergante pudo subir a ver a las dos truchas y tener con ellas extraordinarias luchas. Tras de lo cual llevó a su padre las babuchas. Y desde aquel momento las dos jóvenes quisieron besarle la boca en ocasiones muchas, diciéndole: "¡Escucha! ¡escucha!" Y las pupilas del viejo no vieron nada porque estaban papuchas.
Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"
Cuando el rey hubo oído esta historia de su clarinete mayor, llegó al límite del júbilo, y le concedió la indulgencia plenaria que pedía para sus testículos. Luego despidió a los cuatro fornicadores, diciéndoles: "¡Ante todo, besad la mano a mi fiel servidor, a quien habéis engañado, y pedidle perdón!" Y contestaron ellos con el oído y la obediencia, y se reconciliaron con el bufón, y desde entonces vivieron en las mejores relaciones con él. Y él hizo lo propio.
"Pero -continuó Schehrazada- es tan larga la historia de la malicia de las esposas, ¡oh rey afortunado! que prefiero contarte por el pronto la maravillosa HISTORIA DE ALÍ BABÁ Y LOS CUARENTA LADRONES.

HISTORIA DE ALI BABA Y LOS CUARENTA LADRONES

Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que por los años de hace mucho tiempo y en los días del pasado ido, había, en una ciudad entre las ciudades de Persia, dos hermanos, uno de los cuales se llamaba Kassim y el otro Alí Babá. ¡Exaltado sea Aquel ante quien se borran todos los nombres, apelativos y motes, y que ve las almas en su desnudez y las conciencias en su profundidad, el Altísimo, el Dueño de los destinos! ¡Amín!
¡Y prosigo!
Cuando el padre de Kassim y de Alí Babá, que era un pobre hombre vulgar, hubo fallecido en la misericordia de su Señor, los dos hermanos se repartieron con toda equidad en el reparto lo poco que les había tocado de herencia; pero no tardaron en comerse la exigua ración de su patrimonio, y de la noche a la mañana se encontraron sin pan ni queso y muy alargados de nariz y de cara. ¡Y he ahí lo que trae el ser tonto en la primera edad y olvidar los consejos de los cuerdos!
Pero el mayor, que era Kassim, al verse a punto de derretirse de inanición en su piel, se puso pronto al acecho de una situación lucrativa. Y como era avisado y estaba lleno de astucia, no tardó en entablar conocimiento con una alcahueta (¡alejado sea el Maligno!), que, después de poner a prueba sus facultades de cabalgador y sus virtudes de gallo saltarín y su potencia de copulador, le casó con una joven que tenía buena cama, buen pan y músculos perfectos, y que era cosa excelente. ¡Bendito sea el Retribuidor! Y de tal suerte, además de refocilarse con su esposa, tuvo él una tienda bien provista en el centro del zoco de los mercaderes. Porque tal era el destino escrito sobre su frente desde su nacimiento.
¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto al segundo hermano, que era Alí Babá, he aquí lo que le sucedió. Como por naturaleza estaba exento de ambición, tenía gustos modestos, se contentaba con poco y no tenía los ojos vacíos; se hizo leñador y se dedicó a llevar una vida de pobreza y de trabajo. Pero a pesar de todo, supo vivir con tanta economía, merced a las lecciones de la dura experiencia, que pudo ahorrar algún dinero, empleándolo prudentemente en comprarse primero un asno, después dos asnos y después tres asnos. Y los llevaba a la selva consigo todos los días, y los cargaba con los leños y los haces que antes se veía obligado a llevar a cuestas.
Convertido de tal suerte en propietario de tres asnos, Alí Babá inspiró tanta confianza a la gente de su corporación, todos pobres leñadores, que uno de ellos tuvo por un honor para sí ofrecerle su hija en matrimonio. Y en el contrato ante el kadí y los testigos se inscribieron los tres asnos de Alí Babá por toda dote y toda viudedad de la joven, quien, por cierto, no aportaba a casa de su esposo ningún equipo ni nada que se le pareciese, ya que era hija de pobres. Pero la pobreza y la riqueza no duran más que un tiempo limitado, en tanto que Alah el Exaltado es el eterno Viviente.
Y gracias a la bendición, Alí Babá tuvo de su esposa, la hija de leñadores, niños como lunas, que bendecían a su Creador. Y vivía modestamente dentro de la honradez, en la ciudad, con toda su familia, del producto de la venta de sus leños y haces, sin pedir a su Creador nada más que esta sencilla dicha tranquila.
Un día entre los días, estando Alí Babá ocupado en cortar leña en una espesura virgen del hacha, mientras sus asnos se pavoneaban paciendo y regoldándose no lejos de allí en espera de su carga habitual, se hizo sentir en el bosque para Alí Babá la fuerza del Destino. ¡Pero Alí Babá no podía sospecharlo, pues creía que desde hacía años seguía su curso su destino!
Fue primero en la lejanía un ruido sordo, que se acercó rápidamente, hasta poderse distinguir con el oído pegado al suelo, como un galope multiplicado y creciente. Y Alí Babá, hombre pacífico que detestaba las aventuras y las complicaciones, se asustó mucho de encontrarse solo sin más acompañantes que sus tres asnos en aquella soledad. Y su prudencia le aconsejó que sin tardanza trepase a la copa de un árbol alto y gordo que se alzaba en la cima de un pequeño montículo y que dominaba toda la selva. Y apostado y escondido así entre las ramas, pudo examinar de qué se trataba.
¡Hizo bien!
Porque apenas se acomodó allí, divisó una tropa de jinetes, armados terriblemente, que avanzaban a buen paso hacia el lado donde se encontraba él. Y a juzgar por sus caras negras, por sus ojos de cobre nuevo y por sus barbas separadas ferozmente por en medio en dos alas de cuervo de presa, no dudó de que fuesen ladrones, salteadores de caminos, de la más detestable especie.
En lo cual no se equivocaba Alí Babá.
Cuando estuvieron muy cerca del montículo abrupto adonde Alí Babá -invisible pero viendo- se había encaramado, echaron pie a tierra a una seña de su jefe, que era un gigante, desembridaron sus caballos, colgaron al cuello de cada uno un saco de forraje lleno de cebada, que llevaban a la grupa detrás de la silla, y los ataron por el ronzal a los árboles de los alrededores. Tras de lo cual cogieron los zurrones y se los cargaron a hombros. Y como pesaban mucho aquellos zurrones, los bandoleros caminaban agobiados por su peso.
Y desfilaron todos en buen orden por debajo de Alí Babá, que los pudo contar fácilmente y observar que eran cuarenta: ni uno más, ni uno menos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/06/02

Noche 850



Pero cuando llegó la 850ª noche

Ella dijo:
... en un sitio que conocía, y desde donde podía ver todo lo que ocurriera en la casa sin ser visto.
Y no hacía una hora de tiempo que estaba en su escondite, cuando he aquí que vio entrar a un hombre a quien reconoció al punto el vendedor de cañas de azúcar establecido enfrente de la casa. Y llevaba en la mano una caña de azúcar escogida. Y en el mismo momento vio que su esposa le salía al encuentro al otro, contoneándose, y le decía: "¿Es ésa toda la caña de azúcar que me traes, ¡oh padre de las cañas de azúcar!?" Y dijo el hombre: "¡Oh dueña mía! ¡la caña de azúcar que estás viendo no es nada comparada con la que no ves!"
Y ella le dijo: "¡Dámela! ¡dámela!"
Y dijo él: "¡Tómala! ¡tómala!" Luego añadió: "Está bien; pero ¿dónde está el entrometido de mi trasero; tu marido el astrónomo?" Ella dijo: "¡Así Alah le rompa las piernas y los brazos! ¡Se ha marchado de viaje por cuatro días o tal vez por seis! ¡Ojalá le aplaste un minarete!"
Y el hombre sacó su caña de azúcar y se la dió a la joven, que supo mondarla y exprimirla y hacer con ella lo que se hace en semejante caso con todas las cañas de azúcar de esa especie. Y la besó él, y le besó ella, y la abrazó él, y también le abrazó ella, y la cargó él con una carga pesada e inexorable. Y se regocijó con sus encantos hasta que la hizo toda suya.
Luego la dejó y se fué por su camino.
¡Eso fué todo! Y el astrónomo veía y oía. Y he aquí que, al cabo de algunos instantes, vio entrar a otro hombre, a quien reconoció como el pollero del barrio. Y la joven le salió al encuentro, meneando las caderas, y le dijo: "La zalema contigo, ¡oh padre de los pollos! ¿Qué me traes hoy?" El contestó: "¡Un pollito ¡oh dueña mía! que es un excelente animalito, presumido y regordito, muy jovencito y revoltosito, fuerte de patitas, y tocado con un gorrito adornado de una crestecita que no tiene igual entre los pollitos, y que te ofrezco, si me lo permites!" Y dijo la joven: "¡Lo permito! ¡lo permito!" Dijo él: "¡Que te lo meto! ¡que te lo meto!"
Y con el pollito del pollero ¡oh mi señor! hicieron exactamente lo mismo que se había hecho antes con la caña de azúcar de las batallas. Tras de lo cual se levantó el hombre, estiró sus piernas y se fué por su camino.
¡Eso fué todo!
Y el astrónomo veía y oía. Y he aquí que al cabo de algunos instantes entró un hombre a quien reconoció al punto por el arriero mayor del barrio. Y la joven corrió a él, y le abrazó, diciéndole: "¿Qué traes hoy a tu ánade, ¡oh padre de los asnos!?" El dijo: "¡Un plátano, ¡oh dueña mía! ¡un plátano!" Ella dijo, riendo: "Alah te condene, ¡oh marrano! ¿Dónde está ese plátano?" El dijo: "¡Oh sultana! ¡oh dotada de piel suave y diáfana! ¡Este plátano lo recibí de mi padre cuando era él conductor de caravana y es mi única herencia llana!" Ella dijo: "¡No veo en tu mano más que tu palo de conductor de asnos! ¿Dónde está el plátano?" El dijo: "Es una fruta ¡oh sultana! que se amilana a la vista profana y que se esconde por miedo a que la estropeen. ¡Pero mira cómo se endereza! ¡mira cómo se endereza!"
¡Eso fué todo!
Pero antes de que se comiese ella el plátano, ¡oh mi señor! el astrónomo, que había visto y oído todo, lanzó un grito estridente y cayó convertido en cuerpo sin vida. ¡Sea con él la misericordia de Alah!
Y la joven, que prefería el plátano a la caña de azúcar y al pollo, se casó, después del plazo legal, con el arriero mayor de su barrio.
Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"
Y el rey, al oír esta historia del verdulero, se tambaleó de satisfacción y se convulsionó de contento. Y dijo a su bufón: "Esta historia ¡oh padre de la sabiduría! es más enorme que tu historia. Y tenemos que otorgar a ese verdulero la gracia de sus dos testículos". Y dijo al hombre: "¡Y ahora a la fila!"
Y el verdulero retrocedió hasta la fila de sus compañeros y se adelantó el tercer fornicador, que era el carnicero de carne de carnero. Y pidió el mismo favor, y el sultán, como era justiciero, no pudo negárselo, aunque imponiéndole las mismas condiciones que a los otros. Entonces el carnicero, que también fue el bicorne Iskandar, dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL CARNICERO

En El Cairo había una vez cierto hombre, y aquel hombre tenía una esposa ventajosamente conocida por su gentileza, su buen carácter, su ligereza de sangre, su obediencia y su temor al Señor. Y tenía ella en su casa un par de patos cebados y rollizos con deliciosa grasa; y también tenía, pero en el fondo de su astucia y de su casa, un amante por el que estaba completamente loca.
Y ocurrió que el tal amante fue un día a hacerle una visita en secreto, y vió con ella a los dos maravillosos patos; y de improviso se le abrió el apetito; y dijo a la mujer: "¡Oh mi amada! debieras guisar estos dos patos, y rellenarlos de la manera más excelente, a fin de que diéramos gusto al gaznate con ellos. Porque mi alma anhela hoy ardientemente carne de pato". Y ella contestó: "Nada más sencillo, y mi gusto es satisfacer tus anhelos. Y por tu vida, ¡oh mi amado! que voy a degollar los dos patos y a rellenarlos; y te daré los dos; y los tomarás y te los llevarás a tu casa, y te los comerás para delicia y satisfacción de tu corazón. ¡Y de ese modo no podrá enterarse de a qué saben ni a qué huelen el funesto entrometido de mi esposo!"
Y preguntó él: "¿Y cómo vas a arreglarte?" Ella contestó: "Le jugaré una mala pasada de las mías que le dé que sentir; y te daré a ti los dos patos; que nadie me es tan querido como tú, ¡oh luz de mis ojos! Y así ese entrometido no se enterará de a qué saben ni a qué huelen estos patos". Y acto seguido se abrazaron mutuamente. Y mientras se condimentaban los patos, el joven se fué por su camino. Y he aquí lo referente a él.
Pero, volviendo a la joven, cuando, al ponerse el sol, regresó de su trabajo su marido, ella le dijo: "En verdad, ¡oh hombre! ¿cómo aspiras a esa calificación de hombre, estando de tal modo desprovisto de la virtud de la generosidad, que es la que hace a los hombres verdaderamente dignos de este nombre? Porque jamás has invitado a tu casa a nadie, ni me has dicho ningún día entre los días: "¡Oh mujer! hoy tengo un huésped en casa". Y tampoco te has dicho nunca a ti mismo: "Si continúo viviendo con tanta avaricia, la gente acabará por declarar que soy un miserable ignorante de las vías de la hospitalidad". Y el hombre contestó: "¡Oh mujer! ¡nada más fácil que reparar ese olvido! Y mañana ¡inschalah! te compraré carne de cordero y arroz; y guisarás para comer o para cenar cualquier cosa excelente de tu agrado, a fin de que yo invite a comer a alguno de mis amigos íntimos". Y dijo ella: "No, por Alah, ¡oh hombre! En vez de esa carne, prefiero que me compres picadillo de carne, con objeto de que haga un relleno que me servirá para rellenar nuestros dos patos después que tú me los degüelles. Y los asaré. Porque nada hay tan sabroso como los patos asados y rellenos, y nada puede blanquear mejor que los patos el rostro del huésped ante su invitado". Y contestó él: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Así sea!"
Y al amanecer del siguiente día el hombre degolló a los dos rollizos patos, y fué a comprar un ratl de picadillo de carne, y un ratl de arroz, y una onza de especias picantes y otros condimentos. Y lo llevó todo a casa, y dijo a su esposa: "Procura tener a punto los patos rellenos para mediodía, porque vendré a esa hora con mis invitados". Y se fué por su camino.
Entonces se levantó ella y desplumó los patos, y los limpió, y los rellenó con un relleno maravilloso compuesto de picadillo de carne, arroz, alfónsigos, almendras, uvas, piñones y especias finas, y calculó la cocción hasta que estuvo perfectamente en su punto. Y mandó a su negrita que llamase a su bienamado el joven, quien acudió en seguida. Y le abrazó ella, y la abrazó él, y después de endulzarse y satisfacerse mutuamente, le entregó ella los dos deliciosos patos enteros, continente y contenido. Y los tomó él y se fué por su camino.
Y esto es definitivamente lo referente a él ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2025/06/01

Noche 849



Pero cuando llegó la 849ª noche

Ella dijo:
... Y encontrándola de primer orden, se la apropió, sin más ni más, con asentimiento del propietario. Y su longitud y su anchura se la adaptaban admirablemente, mejor aún que si se tratase de una mercancía encargada a la medida. Y por eso apreciaba ella tanto al propietario de la mercancía. Y así se explica que, sin experimentar un momento de laxitud, no la dejase ella hasta que no vió ya a enhebrar el hilo en la aguja.
Entonces se levantaron ambos; y el saiss hizo que la joven enalbardara al asno. Y se marcharon juntos a casa del saiss, donde, después de dar su ración al asno, se apresuraron a ponerse en postura de tomar ellos mismos su ración. Y se agasajaron mutuamente hasta la saciedad y se durmieron una hora de tiempo. Tras de lo cual se despertaron para calmar de nuevo su apetito y no cesaron hasta por la mañana. Pero fué para levantarse e ir juntos al jardín y recomenzar las manipulaciones de la víspera y las mismas diversiones.
Y durante tres días obraron de tal suerte, sin tregua ni descanso, haciendo girar la rueda por el agua, y rechinar sin interrupción el huso del jovenzuelo, y dar de mamar de su madre al cordero, y entrar el dedo en el anillo, y reposar el niño en su cuna, y abrazarse los dos gemelos, y meter el tornillo en la rosca, y alargar el cuello del camello, y picotear el gorrión a la gorriona, y piar en su nido caliente el hermoso pájaro, y atascarse de grano el pichón, y ramonear el gazapo, y rumiar el ternero, y triscar el cabrito, y pegarse piel con piel, hasta que el padre de los asaltos, que nunca quedaba mal, cesó por sí mismo de tocar la zampoña.
Y a la mañana del cuarto día el saiss dijo a la joven, esposa del kayem-makam: "Han transcurrido los tres días de asueto. Levantémonos y vamos a casa de tu esposo". Pero ella contestó: "¡Quiá! ¡Cuando se tienen tres días de asueto es para tomarse otros tres! Además, todavía no hemos tenido tiempo material de regocijarnos verdaderamente, yo de tenerte todo mío, y tú de tenerme toda tuya. ¡En cuanto a ese absurdo entrometido, déjale que se constipe solo en casa, consigo mismo por compañía y edredón, y plegado sobre sí mismo, como hacen los perros, con la cabeza metida entre sus dos piernas!"
Dijo así, y así lo hicieron. Y se pasaron juntos aún tres días más fornicando y copulando en el límite del holgorio y del júbilo. Y por la mañana del séptimo día se fueron a casa del kayem-makam, a quien encontraron sentado muy preocupado, teniendo frente a él a una negra vieja que le hablaba. Y el infortunado pobre hombre, que estaba lejos de suponer los excesos de la pérfida, la recibió con cordialidad y afabilidad, y le dijo: "¡Bendito sea Alah, que te devuelve sana y salva! ¿Por qué has tardado tanto, ¡oh hija del tío!? ¡Nos has tenido muy inquietos!" Y contestó ella: "Oh mi señor, ¡en casa de la difunta me confiaron al niño para que le consolara y le hiciera más tolerable el destete. Y como he tenido que cuidar a ese niño, me he visto precisada a detenerme hasta ahora". Y dijo el kayem-makam: "La razón es de peso, y debo creerla, y me alegra mucho volverte a ver!" Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"
Cuando el rey hubo oído esta historia del pastelero, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Pero el bufón exclamó: "¡El caso del kayem-makam es menos enorme que el mío! Y esa historia es menos extraordinaria que mi historia". Entonces el rey se encaró con el pastelero y le dijo: "Ya que así lo juzga el ofendido, no puedo hacerte gracia ¡oh crapuloso! más que de un testículo!"
Y el bufón que triunfaba y se vengaba de tal suerte, dijo sentenciosamente: "Es el justo castigo a la férula de los crapulosos que manipulan y copulan el montículo de una mula que acumula sin escrúpulo para que le taponen el trasero".
Luego añadió: "¡Oh rey del tiempo! ¡otórgale, a pesar de todo, la gracia del segundo testículo!"
Y en aquel momento se adelantó el segundo fornicador, que era el verdulero; y besó la tierra entre las manos del sultán, y dijo: "¡Oh gran rey! ¡oh el más generoso de los reyes! ¿me harás gracia de lo que tú sabes, si te maravillas de mi historia?" Y el rey se encaró con el bufón, quien dió por señas su consentimiento. Y dijo el rey al verdulero: "¡Si es maravillosa, te concederé lo que pides!"
Entonces el verdulero, que había pasado por Khizr, el profeta verde, dijo:

HISTORIA CONTADA POR EL VERDULERO

"Cuentan ¡oh rey del tiempo! que había un hombre que tenía el oficio de astrónomo, y sabía leer en los rostros y adivinar los pensamientos por la fisonomía. Y aquel astrónomo tenía una esposa que era de una insigne belleza y de un encanto singular. Y la tal esposa siempre y en todas partes estaba elogiando sus propias virtudes y alardeando de sus méritos, diciendo: "¡Oh hombre! no hay en mi sexo quien me iguale en pureza, en nobleza de sentimientos y en castidad". Y el astrónomo, que era un gran fisonomista, no dudó de sus palabras; tanto candor e inocencia reflejaba, en efecto, el rostro de ella. Y se decía él: "¡Ualahí! no hay hombre que tenga una esposa comparable a mi esposa, vaso de todas las virtudes". Y por doquiera iba proclamando los méritos de su esposa, y cantando sus alabanzas, y maravillándose de su apostura y de su decencia, por más que la verdadera decencia por parte de él hubiese sido no hablar nunca de su harén ante extraños. Pero los sabios, ¡oh mi señor! y los astrónomos en particular, no siguen las costumbres de todo el mundo. Por eso las aventuras que les ocurren no son como las aventuras de todo el mundo.
Y un día, estando él decantando, como solía, las virtudes de su esposa ante una asamblea de personas extrañas, se levantó un hombre que le dijo: "Eres un embustero, ¡oh astrónomo!" Y a él se le puso la tez amarilla, y con voz agitada por la cólera preguntó: "¿Y dónde está la prueba de mi embuste?" El otro dijo: "¡Eres un embustero, o si no, un imbécil, porque tu mujer no es más que una prostituta!"
Al oír esta injuria suprema, el astrónomo se arrojó sobre aquel hombre para estrangularle y chuparle la sangre. Pero los presentes les separaron y dijeron al astrónomo: "Si no prueba su aserto, te lo abandonaremos para que le chupes la sangre". Y el insultante dijo: "¡Oh hombre! levántate, pues, y ve a anunciar a tu virtuosa esposa que te vas a ausentar por cuatro días. Y dile adiós, y sal de tu casa y escóndete en un sitio desde donde puedas verlo todo sin ser visto. Y verás lo que verás. ¡Uassalam!"
Y dijeron los presentes: `Sí, ¡por Alah! comprueba sus palabras de ese modo. ¡Y si son falsas, le chuparás la sangre!"
Entonces el astrónomo, con la barba temblorosa de cólera y de emoción. fué en busca de su virtuosa esposa, y le dijo: "¡Oh mujer! levántate y prepárame provisiones para un viaje que voy a hacer y que me tendrá ausente cuatro días o quizá seis". Y exclamó la esposa: "¡Oh mi señor! ¿quieres sumir mi alma en la desolación y hacerme perecer de pena? ¿Por qué no me llevas contigo para que viaje en tu compañía y te sirva y te cuide en el camino si estuvieras fatigado o indispuesto? ¿Y por qué abandonarme aquí sola con el hirviente dolor de tu ausencia?"
Y al oír estas palabras, el astrónomo se dijo: "¡Por Alah, que mi esposa no tiene igual entre las elegidas de la especie femenina!" Y contestó a su esposa: "¡Oh luz de mis ojos! no te apenes por esta ausencia que sólo ha de durar cuatro días o quizá seis. Y no pienses más que en cuidarte y en estar buena". Y la esposa empezó a llorar y a gemir, diciendo: "¡Oh cuánto sufro! ¡oh qué desgraciada soy, y cuán abandonada y poco amada me veo!" Y el astrónomo trató de calmarla lo mejor que pudo, diciéndole: "¡Tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que a mi vuelta te traeré buenos regalos!" Y dejándola arrasada en las lágrimas de la desolación, desmayada en brazos de las negras, se fué por su camino.
Pero al cabo de dos horas volvió sobre sus pasos y entró sigilosamente por la puerta excusada del jardín, y fué a apostarse en un sitio que conocía, y desde donde podía ver todo lo que ocurriera en la casa sin ser visto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.