Pero cuando llegó la 849ª noche
Ella dijo:
... Y encontrándola de primer orden, se la apropió, sin más ni más, con asentimiento del propietario. Y su longitud y su anchura se la adaptaban admirablemente, mejor aún que si se tratase de una mercancía encargada a la medida. Y por eso apreciaba ella tanto al propietario de la mercancía. Y así se explica que, sin experimentar un momento de laxitud, no la dejase ella hasta que no vió ya a enhebrar el hilo en la aguja.
Entonces se levantaron ambos; y el saiss hizo que la joven enalbardara al asno. Y se marcharon juntos a casa del saiss, donde, después de dar su ración al asno, se apresuraron a ponerse en postura de tomar ellos mismos su ración. Y se agasajaron mutuamente hasta la saciedad y se durmieron una hora de tiempo. Tras de lo cual se despertaron para calmar de nuevo su apetito y no cesaron hasta por la mañana. Pero fué para levantarse e ir juntos al jardín y recomenzar las manipulaciones de la víspera y las mismas diversiones.
Y durante tres días obraron de tal suerte, sin tregua ni descanso, haciendo girar la rueda por el agua, y rechinar sin interrupción el huso del jovenzuelo, y dar de mamar de su madre al cordero, y entrar el dedo en el anillo, y reposar el niño en su cuna, y abrazarse los dos gemelos, y meter el tornillo en la rosca, y alargar el cuello del camello, y picotear el gorrión a la gorriona, y piar en su nido caliente el hermoso pájaro, y atascarse de grano el pichón, y ramonear el gazapo, y rumiar el ternero, y triscar el cabrito, y pegarse piel con piel, hasta que el padre de los asaltos, que nunca quedaba mal, cesó por sí mismo de tocar la zampoña.
Y a la mañana del cuarto día el saiss dijo a la joven, esposa del kayem-makam: "Han transcurrido los tres días de asueto. Levantémonos y vamos a casa de tu esposo". Pero ella contestó: "¡Quiá! ¡Cuando se tienen tres días de asueto es para tomarse otros tres! Además, todavía no hemos tenido tiempo material de regocijarnos verdaderamente, yo de tenerte todo mío, y tú de tenerme toda tuya. ¡En cuanto a ese absurdo entrometido, déjale que se constipe solo en casa, consigo mismo por compañía y edredón, y plegado sobre sí mismo, como hacen los perros, con la cabeza metida entre sus dos piernas!"
Dijo así, y así lo hicieron. Y se pasaron juntos aún tres días más fornicando y copulando en el límite del holgorio y del júbilo. Y por la mañana del séptimo día se fueron a casa del kayem-makam, a quien encontraron sentado muy preocupado, teniendo frente a él a una negra vieja que le hablaba. Y el infortunado pobre hombre, que estaba lejos de suponer los excesos de la pérfida, la recibió con cordialidad y afabilidad, y le dijo: "¡Bendito sea Alah, que te devuelve sana y salva! ¿Por qué has tardado tanto, ¡oh hija del tío!? ¡Nos has tenido muy inquietos!" Y contestó ella: "Oh mi señor, ¡en casa de la difunta me confiaron al niño para que le consolara y le hiciera más tolerable el destete. Y como he tenido que cuidar a ese niño, me he visto precisada a detenerme hasta ahora". Y dijo el kayem-makam: "La razón es de peso, y debo creerla, y me alegra mucho volverte a ver!" Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"
Cuando el rey hubo oído esta historia del pastelero, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Pero el bufón exclamó: "¡El caso del kayem-makam es menos enorme que el mío! Y esa historia es menos extraordinaria que mi historia". Entonces el rey se encaró con el pastelero y le dijo: "Ya que así lo juzga el ofendido, no puedo hacerte gracia ¡oh crapuloso! más que de un testículo!"
Y el bufón que triunfaba y se vengaba de tal suerte, dijo sentenciosamente: "Es el justo castigo a la férula de los crapulosos que manipulan y copulan el montículo de una mula que acumula sin escrúpulo para que le taponen el trasero".
Luego añadió: "¡Oh rey del tiempo! ¡otórgale, a pesar de todo, la gracia del segundo testículo!"
Y en aquel momento se adelantó el segundo fornicador, que era el verdulero; y besó la tierra entre las manos del sultán, y dijo: "¡Oh gran rey! ¡oh el más generoso de los reyes! ¿me harás gracia de lo que tú sabes, si te maravillas de mi historia?" Y el rey se encaró con el bufón, quien dió por señas su consentimiento. Y dijo el rey al verdulero: "¡Si es maravillosa, te concederé lo que pides!"
Entonces el verdulero, que había pasado por Khizr, el profeta verde, dijo:
HISTORIA CONTADA POR EL VERDULERO
"Cuentan ¡oh rey del tiempo! que había un hombre que tenía el oficio de astrónomo, y sabía leer en los rostros y adivinar los pensamientos por la fisonomía. Y aquel astrónomo tenía una esposa que era de una insigne belleza y de un encanto singular. Y la tal esposa siempre y en todas partes estaba elogiando sus propias virtudes y alardeando de sus méritos, diciendo: "¡Oh hombre! no hay en mi sexo quien me iguale en pureza, en nobleza de sentimientos y en castidad". Y el astrónomo, que era un gran fisonomista, no dudó de sus palabras; tanto candor e inocencia reflejaba, en efecto, el rostro de ella. Y se decía él: "¡Ualahí! no hay hombre que tenga una esposa comparable a mi esposa, vaso de todas las virtudes". Y por doquiera iba proclamando los méritos de su esposa, y cantando sus alabanzas, y maravillándose de su apostura y de su decencia, por más que la verdadera decencia por parte de él hubiese sido no hablar nunca de su harén ante extraños. Pero los sabios, ¡oh mi señor! y los astrónomos en particular, no siguen las costumbres de todo el mundo. Por eso las aventuras que les ocurren no son como las aventuras de todo el mundo.Y un día, estando él decantando, como solía, las virtudes de su esposa ante una asamblea de personas extrañas, se levantó un hombre que le dijo: "Eres un embustero, ¡oh astrónomo!" Y a él se le puso la tez amarilla, y con voz agitada por la cólera preguntó: "¿Y dónde está la prueba de mi embuste?" El otro dijo: "¡Eres un embustero, o si no, un imbécil, porque tu mujer no es más que una prostituta!"
Al oír esta injuria suprema, el astrónomo se arrojó sobre aquel hombre para estrangularle y chuparle la sangre. Pero los presentes les separaron y dijeron al astrónomo: "Si no prueba su aserto, te lo abandonaremos para que le chupes la sangre". Y el insultante dijo: "¡Oh hombre! levántate, pues, y ve a anunciar a tu virtuosa esposa que te vas a ausentar por cuatro días. Y dile adiós, y sal de tu casa y escóndete en un sitio desde donde puedas verlo todo sin ser visto. Y verás lo que verás. ¡Uassalam!"
Y dijeron los presentes: `Sí, ¡por Alah! comprueba sus palabras de ese modo. ¡Y si son falsas, le chuparás la sangre!"
Entonces el astrónomo, con la barba temblorosa de cólera y de emoción. fué en busca de su virtuosa esposa, y le dijo: "¡Oh mujer! levántate y prepárame provisiones para un viaje que voy a hacer y que me tendrá ausente cuatro días o quizá seis". Y exclamó la esposa: "¡Oh mi señor! ¿quieres sumir mi alma en la desolación y hacerme perecer de pena? ¿Por qué no me llevas contigo para que viaje en tu compañía y te sirva y te cuide en el camino si estuvieras fatigado o indispuesto? ¿Y por qué abandonarme aquí sola con el hirviente dolor de tu ausencia?"
Y al oír estas palabras, el astrónomo se dijo: "¡Por Alah, que mi esposa no tiene igual entre las elegidas de la especie femenina!" Y contestó a su esposa: "¡Oh luz de mis ojos! no te apenes por esta ausencia que sólo ha de durar cuatro días o quizá seis. Y no pienses más que en cuidarte y en estar buena". Y la esposa empezó a llorar y a gemir, diciendo: "¡Oh cuánto sufro! ¡oh qué desgraciada soy, y cuán abandonada y poco amada me veo!" Y el astrónomo trató de calmarla lo mejor que pudo, diciéndole: "¡Tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que a mi vuelta te traeré buenos regalos!" Y dejándola arrasada en las lágrimas de la desolación, desmayada en brazos de las negras, se fué por su camino.
Pero al cabo de dos horas volvió sobre sus pasos y entró sigilosamente por la puerta excusada del jardín, y fué a apostarse en un sitio que conocía, y desde donde podía ver todo lo que ocurriera en la casa sin ser visto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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