2022/05/31

Noche 999



Y cuando llegó la 999ª noche

Ella dijo:
... Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió: "Pero debo decirte ¡oh frente de simpatía! que esa joven asilo del amor tiene el hígado achicharrado de tristeza; y sobre su corazón gravita una montaña de pena. Y la causa de ello es un sueño que ha tenido una noche, durmiendo. Y la ha dejado dolorida y desolada como el sumbul". Luego dijo: "Y ahora que para tu corazón han sido mis palabras la semilla del amor, Alah te guarde y te conduzca a la que está en tu destino. ¡Uassalam!".
Y tras de hablar así, el derviche se levantó y se fué por su camino. Y sólo con oír este discurso quedó ensangrentado el corazón del príncipe Jazmín; y le penetró la flecha del amor; y como Majnún enamorado de Leila, desgarró sus vestidos desde el cuello hasta la cintura, y prendido de los tirabuzones de cabellos de la encantadora Almendra, lanzó gritos y suspiros; y abandonando su rebaño, echó a andar, errabundo, ebrio sin vino, agitado, silencioso, aniquilado en el torbellino del amor. Porque si bien el broquel de la cordura resguarda de todas las heridas, no tiene eficacia contra el arco del amor. Y la medicina de opiniones y consejos no obraría en lo sucesivo sobre el espíritu del afligido por puro sentimiento. Y esto es lo referente al príncipe Jazmín.
Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa Almendra.
Una noche, mientras dormía en la terraza del palacio de su padre, vió, que se aparecía ante ella, en un sueño enviado por los genn del amor, un joven más hermoso que el amante de Suleika, y que era, rasgo por rasgo, la imagen encantadora del príncipe Jazmín. Y a medida que se manifestaba a los ojos de su alma de virgen aquella visión de belleza, el hasta entonces despreocupado corazón de la joven se escurría de su mano y se tornaba en prisionero de los bucles ensortijados del joven. Y se despertó con el corazón agitado por la rosa de su sueño, y lanzando en la noche gritos como el ruiseñor, lavó su rostro con sus lágrimas. Y acudieron sus servidoras, muy emocionadas, y exclamaron al verla: "¡Por Alah! ¿qué desdicha hace derramar lágrimas a nuestra señora Almendra? ¿Qué ha pasado por su corazón durante su sueño? ¡Ay! he aquí que parece que ha emprendido el vuelo el pájaro de su inteligencia".
Y hubo gemidos y suspiros hasta la mañana. Y al despuntar la aurora se informó a su padre el rey y a su madre la reina de lo que pasaba. Y con el corazón abrasado, fueron a observar por sí mismos, y vieron que su encantadora hija tenía aspecto extraordinario y se hallaba en un estado singular. Estaba sentada, con los cabellos y las ropas en desorden, el rostro descompuesto, sin reparar en su cuerpo y sin atención para su corazón. Y a todas las preguntas que le hacían respondía sólo con el silencio, meneando la cabeza con pudor y sembrando así en el alma de su padre y de su madre la turbación y la desolación.
Entonces quedó decidido llamar a los médicos y a los sabios exorcistas, que lo pusieron todo a contribución para sacarla de su estado. Pero no obtuvieron ningún resultado; antes bien, ocurrió todo lo contrario. Al ver aquello, creyéronse obligados a recurrir a la sangría. Y vendándole un brazo, aplicaron la lanceta. Pero no salió de la vena encantadora ni una gota de sangre. Entonces desistieron de su tratamiento y renunciaron a la esperanza de curarla. Y se marcharon cariacontecidos y confusos. Y transcurrieron unos días en aquella penosa situación, sin que nadie pudiese comprender o explicar el motivo de semejante cambio. Un día que la bella Almendra, la del corazón calcinado, estaba más melancólica que nunca, las mujeres de su séquito, para distraerla, la llevaron al jardín. Pero allí por donde paseaba los ojos no veía más que la faz de su bienamado: las rosas le ofrecían su color y el jazmín el olor de sus vestidos; el ciprés oscilante, su talle flexible, y el narciso, sus ojos. Y viendo las pestañas de él en las espinas, se las clavaba ella sobre el corazón.
Pero en seguida el verdor de aquel jardín hizo reverdecer un poco su corazón mustio; y el agua corriente que le hacían beber disminuyó la sequedad de su cerebro. Y las jóvenes de su séquito, que tenían la misma edad que ella, sentáronse en corro alrededor de aquella belleza, y empezaron por cantarle dulcemente un ghazal ligero en la clave musical menor y con el compás ramel lento.
Tras de lo cual, al verla más propicia, su doncella más querida se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh señora nuestra Almendra! has de saber que, desde hace unos días, se encuentra en nuestras tierras un joven tañedor de flauta, venido del país de los nobles Hazara, y cuya melodiosa voz atrae al pájaro escapado de la razón, detiene el agua que corre y a la golondrina que vuela. Y ese joven real es blanco y rosado, y se llama Jazmín. Y en verdad que el lirio y la rosa se desvanecerían en su presencia. Porque su talle es un balanceo de ciprés, su rostro un tulipán fresco, sus cabellos hacen pensar en mil noches oscuras, su tez es ámbar rubio, sus pestañas dardos curvos, sus rasgados ojos dos narcisos, y dos alfónsigos sus labios encantadores. En cuanto a su frente, con su brillo avergüenza a la luna llena y le embadurna de azul el rostro. De su boquita con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluye un lenguaje tan dulce, que hace olvidar la caña de azúcar. Y tal como es, vivaracho e intrépido, resulta un ídolo de seducción para los ojos de los amantes".
Luego añadió, mientras la princesa Almendra quedaba en el estupor de la alegría: "Y ese príncipe tañedor de flauta, para venir de su país al nuestro, ha debido franquear montañas y llanuras, ágil como el céfiro matinal y más ligero, y habrá surcado las aguas espantosas de los ríos desbordados, donde ni el mismo cisne está seguro, y cuyo solo aspecto da vértigos a las gallinas de agua y a los patos, asombrándolos. Y si ha sorteado tantas dificultades para llegar hasta aquí, es porque le ha determinado a ello un motivo oculto. Y ningún motivo que no sea el amor puede decidir a un príncipe joven a intentar semejante empresa".
Y tras de hablar así, la joven favorita de la princesa Almendra se calló, observando el efecto de su discurso en su señora. Y he aquí que la doliente hija del rey Akbar se irguió de pronto sobre ambos pies, dichosa y retozona. Y su rostro estaba iluminado por el fuego interior y se le salía por los ojos toda su alma embriagada. Y ni rastro quedaba ya de todo aquel mal misterioso que ningún médico había comprendido: las sencillas palabras de una jovenzuela, hablando de amor, lo habían hecho desvanecerse como humo.
Y rápida cual la gacela, entró ella en sus habitaciones, seguida por su favorita. Y cogió el cálamo de la alegría y el papel de la unión, y escribió al príncipe Jazmín, al joven raptor de su razón, al bienaventurado que ella había visto en sueños con los ojos de su alma, esta carta de alas blancas:
"Después de la alabanza al que, sin cálamo, ha trazado la existencia de las criaturas en el jardín de la belleza.
"¡Salud a la rosa de quien está quejoso el ruiseñor enamorado! "Cuando he oído mencionar tu hermosura, mi corazón se me ha escurrido de la mano.
"Cuando en sueños me has mostrado tu faz feérica, tanta impresión ha producido en mi corazón, que he olvidado a mi padre y a mi madre, y me he tornado en una extraña para mis hermanos. ¿Qué hemos de ser para nuestra familia cuando somos extraños para nosotros mismos?
"Ante ti, las bellezas son barridas como por un torrente, y las flechas de tus pestañas han punzado mi corazón de parte a parte.
"¡Oh! ven a mostrarme tu figura encantadora en sueños, a fin de que la vea yo con los ojos de mi cara, ¡oh tú, que estás instruido en las señales del amor y que debes saber que el verdadero camino del corazón es el corazón!
"Y sabe, por último, que eres el agua y la arcilla de mi esencia, que las rosas de mi lecho se han convertido en espinas, que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a pasearme indolentemente...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/30

Noche 998



Pero cuando llegó la 998ª noche

Ella dijo:
"... se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome en medio del agua.
Y salí del baño, asombrado, y reñí vivamente al maestro bañero por haber puesto a mi servicio de baño a un epiléptico. Pero el maestro bañero me juró que jamás había notado esta enfermedad en su joven servidor. Y para probarme su aserto, hizo ir al joven a mi presencia. Y le preguntó: "¿Qué ha ocurrido que tan descontento está de tu servicio este señor?" Y el mozalbete, que me pareció que se había repuesto de su turbación, bajó la cabeza; luego, encarándose conmigo, me dijo: "Entonces eres el poeta Mohammad El-Dameschvy. Y compusiste esos versos para celebrar el nacimiento del hijo de El-Fadl el Barmakida". Y añadió, mientras yo me quedaba asombrado: "¡Dispénsame ¡oh mi señor! si, al escucharte, se me ha encogido el corazón súbitamente y he caído, abrumado por la emoción. Yo mismo soy ese hijo de El-Fadl cuyo nacimiento has cantado tan magníficamente. Y de nuevo cayó desmayado a mis pies.
Entonces, movido de compasión ante tal infortunio, y viendo reducido a aquel grado de miseria al hijo del generoso bienhechor, a quien debía yo cuanto poseía, incluso mi renombre de poeta, levanté al niño y le estreché contra mi pecho, y le dije: "¡Oh hijo de la más generosa de las criaturas de Alah! soy viejo y no tengo herederos. Ven conmigo ante el kadí, ¡oh hijo mío! pues quiero formalizar un acta adoptándote. Y así te dejaré todos mis bienes después de mi muerte".
Pero el niño barmakida me contestó, llorando: "Alah extienda sobre ti Sus bendiciones, ¡oh hijo de hombres de bien! Pero no place a Alah que yo recobre, de una manera o de otra, un solo óbolo de lo que mi padre El-Fadl te ha dado".
Y fueron inútiles todas mis instancias y súplicas. Y no pude hacer que aceptara la menor prueba de mi agradecimiento a su padre. ¡Verdaderamente, era de sangre pura aquel hijo de nobles Barmakidas! ¡Ojalá los retribuya Alah a todos con arreglo a sus méritos, que eran muy grandes!"
En cuanto al califa Al-Raschid, tras de vengarse tan cruelmente de una injuria que, después de Alah, era el único en conocer, y que debía ser muy atroz, volvió a Bagdad, pero sólo de paso. En efecto, no pudiendo ya habitar en lo sucesivo aquella ciudad, que durante tantos años se había complacido en hermosear, fué a fijar su residencia en Raccah, y no volvió más a la ciudad de paz. Y precisamente aquel súbito abandono de Bagdad, después de la desgracia de los Barmakidas, lo deploró el poeta Abbas ben El-Ahnaf, que pertenecía al séquito del califa, en los versos siguientes:
¡Apenas habíamos obligado a los camellos a doblar la rodilla, fué preciso reanudar el camino, sin que nuestros amigos pudiesen distinguir nuestra llegada de nuestra marcha!
¡Oh Bagdad! ¡nuestros amigos venían a saber de nosotros y a darnos la bienvenida del regreso; pero hubimos de responderles con adioses!
¡Oh ciudad de paz! ¡en verdad que de Oriente a Occidente no conozco ciudad más feliz y más rica y más hermosa que tú!
Por cierto que, desde la desaparición de sus amigos, nunca más Al-Raschid disfrutó el descanso del sueño. Su arrepentimiento se tornó insoportable; y hubiera él dado todo su reino por hacer volver a Giafar a la vida. Y si, por casualidad, los cortesanos tenían la desgracia de evocar de modo poco respetuoso la memoria de los Barmakidas, Al-Raschid les gritaba con desprecio y cólera: "¡Alah condene a vuestros padres! ¡Cesad de censurar a los que censuráis, o tratad de llenar el vacío que han dejado!"
Y aunque fué todopoderoso hasta su muerte, Al-Raschid sentíase rodeado para en lo sucesivo de gentes poco seguras. A cada instante temía que le envenenaran sus hijos, de los que no podía alabarse. Y al emprender una expedición al Khorassán, donde acababan de producirse trastornos, y de donde ya no había de volver, confió dolorosamente sus dudas y sus cuitas a uno de sus cortesanos, El-Tabari el cronista, a quien había tomado por confidente de sus tristes pensamientos. Porque, como El-Tabari tratara de tranquilizarle respecto los presagios de muerte que acababan de asaltarle, se le llevó aparte; y cuando vióse alejado de los hombres de su séquito y la sombra espesa de un árbol le hubo ocultado a las miradas indiscretas, abrió su ropón, y haciéndole observar una faja de seda que le envolvía el vientre, le dijo: "¡Tengo aquí un mal profundo, sin remedio posible! Verdad es que ignora todo el mundo este mal; pero ¡mira! Hay a mi alrededor espías encargados por mis hijos El-Amín y El-Mamún de acechar lo que me queda de vida. ¡Porque les parece que la vida de su padre es demasiado larga! Y mis hijos han escogido esos espías precisamente entre los que yo creía más fieles y con cuya abnegación pensaba que podía contar. ¡El primero, Massrur! Pues bien; es el espía de mi hijo preferido El-Mamún. Mi médico Gibrail Bakhtiassú es el espía de mi hijo El-Amín. Y así sucesivamente ocurre con todos los demás". Y añadió: "¿Quieres saber ahora hasta dónde llega la sed de reinar que tienen mis hijos? Voy a dar orden de que me traigan una cabalgadura, y ya verás cómo, en lugar de presentarme un caballo dulce y vigoroso a la vez, me traen un animal agotado, de trote desigual, a propósito para aumentar mi sufrimiento". Y en efecto, cuando pidió un caballo Al-Raschid, se lo llevaron tal y como se lo había descripto a su confidente. Y lanzó una triste mirada a El-Tabari, y aceptó con resignación la cabalgadura que le presentaban.
Y algunas semanas después de este incidente, vió Al-Raschid, durante su sueño, una mano extendida encima de su cabeza; y aquella mano tenía un puñado de tierra roja; y gritó una voz: "¡Esta es la tierra que debe servir de sepultura a Harún!". Y preguntó otra voz: "¿Cuál es el lugar de su sepultura?". Y la primera voz contestó: "¡La ciudad de Tus!"
Al cabo de unos días, los progresos de su dolencia obligaron a Al-Raschid a detenerse en Tus. Y dió muestras de viva inquietud, y envió a Massrur a buscar un puñado de tierra de los alrededores de la ciudad. Y transcurrida una hora de tiempo, volvió el jefe de los eunucos llevando un puñado de tierra de color rojo. Y Al-Raschid exclamó: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Enviado de Alah! He aquí que se cumple mi visión. No está lejos de mí la muerte".
Y el hecho es que nunca más volvió al Irak. Porque, sintiéndose desfallecer al día siguiente, dijo a los que le rodeaban: "Ya se acerca el instante temible. Para todos los humanos fui objeto de envidia, y ahora, ¿para quién no seré objeto de lástima?".
Y murió en Tus mismo. Y a la sazón era el tercer día de djomadi, segundo del año 193 de la hégira. Y Harún tenía entonces cuarenta y siete años de edad, con cinco meses y cinco días, según nos comunica Abulfeda. ¡Alah le perdone sus errores y le tenga en Su piedad! Porque era un califa ortodoxo.
Luego, como Schehrazada viera al rey Schahriar profundamente entristecido con este relato, se apresuró a contar LA TIERNA HISTORIA DEL PRÍNCIPE JAZMÍN Y DE LA PRINCESA ALMENDRA.

Dijo:

LA TIERNA HISTORIA DEL PRÍNCIPE JAZMÍN Y DE LA PRINCESA ALMENDRA

Cuentan -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- que, en un país entre los países musulmanes, había un viejo rey cuyo corazón era como el Océano, cuya inteligencia era igual a la de Aflatún, cuyo natural era el de los Cuerdos, cuya gloria superaba a la de Faridún, cuya estrella era la propia estrella de Iskandar, y cuya dicha era la de Khosroes Anuchirwán. Y tenía siete hijos brillantes, parecidos a los siete fuegos de las Pléyades. Pero el más pequeño era el más brillante y el más hermoso. Era rosado y blanco, y se llamaba el príncipe Jazmín.
Y en verdad que se desvanecerían en su presencia el lirio y la rosa. Porque tenía un talle de ciprés, un rostro de tulipán fresco, cabellos de violeta, bucles almizclados que hacían pensar en mil noches oscuras, una tez de ámbar rubio, dardos curvos por pestañas, rasgados ojos de narciso; y sus labios encantadores eran dos alfónsigos. En cuanto a su frente, con su brillo daba vergüenza a la luna llena, cuyo rostro embadurnaba de azul; y de su boca con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluía un lenguaje dulce que hacía olvidar la caña de azúcar. Así formado, y vivaracho e intrépido, resultaba un ídolo de seducción para los ojos de los amantes.
Y he aquí que, de los siete hermanos, era el príncipe Jazmín el encargado de guardar el innumerable rebaño de búfalos del rey Nujum-Schah. Y su morada eran las vastas soledades y los prados. Y estaba un día sentado tañendo la flauta mientras cuidaba de sus animales, cuando vió avanzar hacia él a un venerable derviche, que, después de las zalemas, le rogó ordeñara un poco de leche para dársela. Y contestó el príncipe Jazmín: "¡Oh santo derviche! soy presa de una pena punzante por no poder satisfacerte. Porque he ordeñado a mis búfalos esta mañana, y claro es que no puedo aplacar tu sed en este momento". Y el derviche le dijo: "A pesar de todo, invoca sin tardanza el nombre de Alah, y ve a ordeñar de nuevo a tus búfalos. Y descenderá la bendición". Y el príncipe semejante al narciso contestó con el oído y la obediencia, y estrujó la teta del animal más hermoso, pronunciando la fórmula de la invocación. Y descendió la bendición; y el vaso se llenó de leche azulada y espumosa. Y el hermoso Jazmín se la presentó al derviche, que bebió para aplacar su sed y se sació.
Y entonces encaróse con el joven príncipe, y le dijo, sonriendo: "¡Oh niño delicado! no has alimentado una tierra infecunda, y nada más ventajoso para ti que lo que acaba de ocurrir. Has de saber, en efecto, que vengo a ti en calidad de mensajero de amor. Y ya veo que verdaderamente mereces el don del amor, que es el primero de los dones y el último, según estas palabras:
¡Cuando no existía nada, el amor existía; y cuando nada quede, quedará el amor!

¡Es el primero y el último!
¡Este es el punto de la verdad; es lo que por encima de todo se puede decir! ¡Lo que acompaña el ángel de la tumba!
¡Es la hiedra que se une al árbol y bebe su verde vida en el corazón que devora!
Luego continuó el viejo derviche: "Sí, hijo mío, vengo a tu corazón en calidad de mensajero de amor; pero no me ha enviado nadie más que yo mismo. Y atravesé llanuras y desiertos en busca del ser perfecto que mereciera acercarse a la feérica joven que me fué dado entrever una mañana al pasar por un jardín". Y se interrumpió un momento; luego repuso: "Has de saber, en efecto, ¡oh más ligero que el céfiro, que en el reino limítrofe de este reino de tu padre, Nujum-Schah, vive en espera del jovenzuelo de sus sueños, en espera tuya, ¡oh Jazmín! una hurí de raza real, de rostro de hada, vergüenza de la luna, una perla única en el joyel de la excelencia, una primavera de lozanía, un nicho de belleza. Su cuerpo delicado color de plata está moldeado como el boj; un talle tan fino como un cabello; un porte de sol; unos andares de perdiz. Su cabellera es de jacintos; sus ojos hechiceros son cual los sables de Ispahán; sus mejillas son como, en el Korán, el versículo de la Belleza; sus cejas arqueadas, como la surata del cálamo; su boca, tallada en un rubí, es asombrosa; una manzanita con un hoyuelo en su mentón, y el grano de belleza que lo adorna es un remedio contra el mal de ojo. Sus orejas pequeñísimas no son orejas, sino minas de gentileza, y llevan, a manera de pendientes, corazones enamorados; y el anillo de su nariz -una avellana- obliga a la luna llena a ponerse al cuello el gancho de la esclavitud. En cuanto a la planta de sus dos piececitos, es de lo más encantadora. Su corazón es un pomo de esencia sellado, y su espíritu está dotado del don supremo de la inteligencia. ¡Si avanza, se promueve el tumulto de la Resurrección! Es la hija del rey Akbar, y se llama la princesa Almendra; ¡benditos sean los nombres que designan a criaturas semejantes!".
Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/29

Noche 997



Pero cuando llegó la 997ª noche

Ella dijo:
... Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores? ¿Y no despierta y azuza las emociones del amor semejante prohibición entre dos seres jóvenes y hermosos?
Y he aquí, en efecto, que aquellos dos esposos, que tenían derecho a amarse y a dejarse llevar de los transportes de su mutuo amor tan legítimo, reducidos a la sazón al estado de suspirantes, se embriagaban más cada día con esa embriaguez oculta que reconcentra en el corazón la fiebre. Y he aquí que Abbassah, atormentada por aquel estado de esposa secuestrada, se volvió loca por su marido. Y acabó por informar a Giafar del amor que sentía. Y le llamó a sí, y le solicitó, a escondidas, de todas maneras. Pero Giafar, como hombre leal y prudente, resistió a todas las instancias y no fué a casa de Abbassah. Porque le retenía el juramento prestado a Al-Raschid. Y por otra parte, mejor que ninguno sabía cuánta prisa ponía el califa en la ejecución de sus venganzas.
Así, pues, cuando la princesa Abbassah vió que sus instancias y ruegos no obtenían éxito, recurrió a otros procedimientos. De ese modo se conducen las mujeres por lo general, ¡oh rey del tiempo! Valiéndose, en efecto, de una estratagema, envió a decir a la noble Itabah, madre de Giafar: "¡Oh madre nuestra! es preciso que me introduzcas sin tardanza en casa de tu hijo Giafar, mi esposo legal, lo mismo que si fuese yo una de esas esclavas que le procuras a diario". Porque la noble Itabah tenía la costumbre de enviar cada viernes a su bienamado hijo Giafar una joven esclava virgen, escogida entre mil, intacta y perfectamente hermosa. Y Giafar no se acercaba a la joven mientras no se había regalado y saturado de vinos generosos.
Pero la noble Itabah, al recibir aquel mensaje, se negó enérgicamente a prestarse a aquella traición que quería Abbassah, y dió a entender a la princesa los peligros que para todos tenía aquello. Pero la joven esposa enamorada insistió, apremiante hasta la amenaza, y añadió: "Reflexiona ¡oh madre nuestra! en las consecuencias de tu negativa. Por mi parte, mi resolución es irrevocable, y la llevaré a cabo a pesar tuyo, cueste lo que cueste. Prefiero perder la vida a renunciar a Giafar y a mis derechos sobre él".
La desconsolada Itabah tuvo, pues, que ceder ante tales extremos, pensando que, después de todo, era preferible que la cosa se llevase a cabo por mediación suya, en las mejores condiciones de seguridad. Prometió, por tanto, su concurso a Abbassah para ver si obtenía éxito aquel complot tan inocente y tan peligroso. Y fué a anunciar sin tardanza a su hijo Giafar que pronto le mandaría una esclava que no tenía igual en gracia, en elegancia y en belleza. Y le hizo una descripción tan entusiasta de la joven, que solicitó él calurosamente para cuanto antes el don que habíale prometido. Y tan bien se ingenió Itabah, que Giafar, enloquecido de deseo, se dedicó a esperar la noche con una impaciencia sin precedente. Y su madre, al verle en sazón, envió a decir a Abbassah: "Prepárate para esta noche".
Y Abbassah se preparó, y se adornó con atavíos y alhajas, a la manera de las esclavas, y fué a casa de la madre de Giafar, quien, a la caída de la noche, la introdujo en el aposento de su hijo.
Y he aquí que, un poco aturdido por la fermentación de los vinos, Giafar no advirtió que la joven esclava que estaba de pie entre sus manos era su esposa Abbassah. Y además, tampoco tenía muy fijos en su memoria los rasgos de Abbassah. Porque hasta entonces no había hecho más que entreverla en sus conversaciones comunes con el califa; y por temor de desagradar a Al-Raschid, no se había atrevido nunca a posar su mirada en su esposa Abbassah, quien, por su parte, volvía siempre la cabeza, por pudor, a cada ojeada furtiva de Giafar.
Y ocurrió que, cuando se consumó de hecho el matrimonio, y después de una noche pasada en los transportes de un amor compartido, Abbassah se levantó para marcharse, y antes de retirarse dijo a Giafar: "¿Qué te parecen las hijas de los reyes, ¡oh mi señor!? ¿Son diferentes, en sus maneras, a las esclavas que se venden y se compran? ¿Qué opinas? Di". Y Giafar preguntó, asombrado: "¿A qué hijas de reyes se refieren tus palabras? ¿Acaso eres tú misma una de ellas? ¿Eres una cautiva hecha en nuestras guerras victoriosas?" Ella contestó: "¡Oh Giafar! soy tu cautiva, tu servidora, ¡soy Abbassah, hermana de Al-Raschid, hija de Al-Mahdi, de la sangre de Abbas, tío del Profeta bendito!"
Al oír estas palabras, Giafar llegó al límite del asombro, y repuesto repentinamente del deslumbramiento de la embriaguez, exclamó: "Estás perdida y nos has perdido, ¡oh hija de mis amos!"
Y a toda prisa entró en las habitaciones de su madre Itabah y le dijo: "¡Oh madre mía, madre mía! ¡qué barato me has vendido!" Y la entristecida esposa de Yahía contó a su hijo cómo se había visto forzada a recurrir a aquella superchería para no atraer sobre su casa desdichas mayores. Y esto es lo que la concierne.
En cuanto a Abbassah, fué madre, y dió a luz un hijo. Y confió el niño a la vigilancia de un abnegado servidor llamado Ryasch y a los cuidados maternales de una mujer llamada Barrah. Luego, temiendo sin duda que la cosa se divulgase, a pesar de todas las precauciones, y llegase a conocimiento de Al-Raschid, envió a la Meca al hijo de Giafar en compañía de dos servidores.
Y he aquí que Yahía, padre de Giafar, entre sus prerrogativas tenía la guardia y la intendencia del palacio y del harén de Al-Raschid. Y tenía costumbre de cerrar a cierta hora de la noche las puertas de comunicación del palacio, llevándose las llaves. Pero esta severidad acabó por convertirse en una molestia para el harén del califa, y sobre todo para Sett Zobeida, que fué a quejarse amargamente a su primo y esposo Al-Raschid, maldiciendo del venerable Yahía y de sus rigores intempestivos. Y cuando se presentó Yahía, le dijo Al-Raschid: "Padre, ¿por qué se queja de ti Zobeida?" Y Yahía preguntó: "¿Es que me acusan de tu harén, ¡oh Emir de los Creyentes!?"
Al-Raschid sonrió y dijo: "No, ¡oh padre!" Y Yahía dijo: "En ese caso, no tomes en cuenta lo que te digan de mí ¡oh Emir de los Creyentes!" Y desde entonces redobló aún más su severidad, de modo que Sett Zobeida se quejó otra vez con acritud y enfado a Al-Raschid, que le dijo: "¡Oh hija del tío! verdaderamente, no hay motivo para acusar a mi padre Yahía por nada concerniente al harén. Porque Yahía no hace más que ejecutar mis órdenes y cumplir con su deber". Y Zobeida replicó con vehemencia: "¡Pues ¡por Alah! podía preocuparse un poco más de su deber impidiendo las imprudencias de su hijo Giafar"
Y Al-Raschid preguntó: "¿Qué imprudencias? ¿Qué ocurre?" Entonces Zobeida contó lo de Abbassah, sin darle, por cierto, excesiva importancia. Y Al-Raschid preguntó, poniéndose sombrío: "¿Hay pruebas de eso?" Ella contestó: "¿Y qué prueba mejor que el niño que ha tenido con Giafar?" El preguntó: "¿Dónde está ese niño?" Ella contestó: "En la ciudad santa, cuna de nuestros abuelos". El preguntó: "¿Tiene conocimiento de eso alguien más que tú?" Ella contestó: "No hay en tu harén ni en tu palacio una sola mujer, aunque sea la última esclava, que no lo sepa".
Y Al-Raschid no añadió una palabra más. Pero, poco tiempo después, anunció su propósito de ir en peregrinación a la Meca. Y partió, llevándose a Giafar consigo.
Por su parte, Abbassah expidió al punto una carta a Ryasch y a la nodriza, ordenándole que abandonaran inmediatamente la Meca y pasaran con el niño al Yemen. Y se alejaran a toda prisa.
Y llegó el califa a la Meca. Y en seguida encargó a unos confidentes íntimos suyos que se pusieran en busca del niño. Y obtuvo la comprobación del hecho, y supo que existía y se hallaba en perfecto estado de salud. Y consiguió apoderarse de él en el Yemen y enviarlo a Bagdad.
Y entonces fué cuando, a su regreso de la peregrinación, mientras acampaba en el convento de Al-Umr, cerca de Anbar, junto al Eufrates, dió la terrible orden consabida respecto a Giafar y a los Barmakidas. Y sucedió lo que sucedió.
En cuanto a la infortunada Abbassah y a su hijo, ambos fueron enterrados vivos en una fosa abierta debajo del mismo aposento habitado por la princesa. ¡Alah los tenga a todos en Su compasión!
Por último, me queda por decirte ¡oh rey afortunado! que otros cronistas dignos de fe cuentan que Giafar y los Barmakidas nada habían hecho por merecer semejante desgracia, y que tuvieron aquel fin lamentable sencillamente porque estaba escrito en su destino y había transcurrido el tiempo de su poderío.
¡Pero Alah es más sabio!
Y para terminar, he aquí un rasgo que nos ha transmitido el célebre poeta Mohammad, de Damasco. Dice:
"Entré un día en un lugarejo para tomar un baño. Y el maestro bañero encargó de servirme a un mozalbete muy bien formado. Y yo, mientras cuidaba de mí el mancebo, no sé por qué, me puse a cantar para mí mismo, a media voz, versos que en otro tiempo había compuesto para celebrar el nacimiento del hijo de mi bienhechor El-Fadl ben Yahía El-Barmaki. Y he aquí que, de repente, el mocito que me servía cayó al suelo sin conocimiento. Unos instantes después se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome solo en medio del agua...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/28

Noche 996



Pero cuando llegó la 996ª noche

Ella dijo:
... Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte. Y he aquí que de improviso apareció en la entrada de la tienda Massrur, el portaalfanje del califa y ejecutor de su cólera. Y al verle entrar así, en contra de toda etiqueta, sin pedir audiencia y sin anunciar siquiera su llegada, Giafar se puso muy amarillo de color, y dijo al eunuco: "¡Oh Massrur! bien venido seas, pues cada vez te veo con más gusto. Pero me asombra, ¡oh hermano mío! que, por primera vez en nuestra vida, no te hayas hecho preceder por algún servidor para anunciarme tu visita". Y Massrur, sin dirigir siquiera la zalema a Giafar, contestó: "El motivo que me trae es demasiado grave para permitirse esas fútiles formalidades. Levántate ¡oh Giafar! y pronuncia la scheada por última vez. Porque el Emir de los Creyentes pide tu cabeza".
Al oír estas palabras, Giafar se irguió sobre sus pies, y dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el Enviado de Alah! ¡De las manos de Alah, salimos, y tarde o temprano volveremos entre Sus manos!" Luego se encaró con el jefe de los eunucos, su antiguo compañero, su amigo de tantos años y de todos los instantes, y le dijo: "¡Oh Massrur! no es posible semejante orden. Nuestro amo el Emir de los Creyentes ha debido dártela en un momento de embriaguez. Te suplico, pues, ¡oh amigo mío de siempre! en recuerdo de los paseos que hemos dado juntos y de nuestra vida común de día y de noche, que vuelvas a presencia del califa para ver si me equivoco. Y te convencerás de que ha olvidado ya tales palabras!" Pero Massrur dijo: "Mi cabeza responde por la tuya. No podré reaparecer ante el califa si no llevo tu cabeza en la mano. Escribe, pues, tus últimas voluntades, única gracia que me es posible otorgarte en vista de nuestra antigua amistad".
Entonces dijo Giafar: "¡A Alah pertenecemos todos! No tengo últimas voluntades que escribir. ¡Alah alargue la vida del Emir de los Creyentes con los días que se me quitan!"
Salió luego de su tienda, se arrodilló en el cuero de la sangre, que acababa de extender en el suelo el portaalfanje Massrur, y se vendó los ojos con sus propias manos. Y fué decapitado. ¡Alah le tenga en Su compasión!
Tras de lo cual, Massrur se volvió al paraje donde acampaba el califa, y fué a su presencia, llevando en un escudo la cabeza de Giafar.
Y Al-Raschid miró la cabeza de su antiguo amigo, y de repente escupió sobre ella.
Pero no pararon en eso su resentimiento y su venganza. Dió orden de que en un extremo del puente de Bagdad se crucificase el cuerpo decapitado de Giafar y de que se expusiera la cabeza en el otro extremo: suplicio que superaba en degradación y en ignominia al de los más viles malhechores. Y también ordenó que al cabo de seis meses se quemasen los restos de Giafar sobre estiércol de ganado y se arrojasen a las letrinas. Y se ejecutó todo.
Así es que ¡oh piedad y miseria! el escriba Amrani pudo escribir en la misma página del registro de cuentas del tesoro: "Por un ropón de gala, dado por el Emir de los Creyentes a Giafar, hijo de Yahía Al-Barmaki, cuatrocientos mil dinares de oro". Y poco tiempo después, sin ninguna adición, en la misma página: "Nafta, cañas y estiércol para quemar el cuerpo de Giafar ben Yahía, diez dracmas de plata".
Este fué el fin de Giafar. En cuanto a Yahía, su padre, esposo de la nodriza de Al-Raschid, y a El-Fadl, su hermano, hermano de leche de Al-Raschid, se les detuvo al día siguiente, con todos los Barmakidas, que, en número de unos mil, ocupaban cargos y empleos. Y se les arrojó, revueltos, al fondo de infectos calabozos, mientras sus inmensos bienes eran confiscados y sus mujeres y sus hijos erraban sin asilo y sin que nadie osara mirarlos. Y unos murieron de inanición, y otros por estrangulación, excepto Yahía, su hijo El-Fadl y el hermano de Yahía, Mohammad, que murieron en las torturas. ¡Alah los tenga a todos en Su compasión! ¡Terrible fué su desgracia! Y ahora, ¡oh rey del tiempo! si deseas conocer el motivo de esta desgracia de los Barmakidas y de su fin lamentable, helo aquí.
Un día, la hermana pequeña de Al-Raschid, Aliyah, años después del fin de los Barmakidas, se puso a decir al califa, que la acariciaba: `'¡Oh mi señor! ya no te veo ni un día con calma y tranquilidad real desde la muerte de Giafar y la desaparición de su familia. ¿Por qué motivo probado incurrieron en tu desgracia?" Y Al-Raschid, ensombrecido de repente, rechazó a la tierna princesa, y le dijo: "¡Oh niña mía, vida mía, única dicha que me resta! ¿de qué te serviría conocer ese motivo? ¡Si yo supiera que lo conocía mi camisa, la desgarraría en tiras!"
Pero los historiadores y recopiladores de anales se hallan lejos de ponerse de acuerdo respecto a las causas de aquella catástrofe. Esto aparte, he aquí las versiones que han llegado a nosotros en sus escritos.
Según unos fueron las liberalidades sin nombre de Giafar y de los Barmakidas, cuyo relato cansaba incluso los oídos de quienes las habían aceptado, las que, creándoles todavía más envidiosos y enemigos que amigos y agradecidos, habían acabado por hacer sombra a Al-Raschid. En efecto, no se hablaba más que de la gloria de su casa; no se podían conseguir favores más que interviniendo ellos directa o indirectamente; los individuos de su familia ocupaban en la corte de Bagdad, en el ejército, en la magistratura y en las provincias los puestos más elevados; los más hermosos dominios cercanos a la ciudad les pertenecían; el acceso a su palacio estaba más interrumpido por la multitud de cortesanos y pedigüeños que el de la morada del califa. Por lo demás, he aquí en qué términos se expresa sobre el particular el médico de Al-Raschid, que habitaba entonces en el palacio llamado Kasr el Khuld, en Bagdad. Los Barmakidas vivían al otro lado del Tigris, y entre ellos y el palacio del califa sólo había la anchura del río. Y aquel día, mirando Al-Raschid la multitud de caballos parados delante de la morada de sus favoritos y la muchedumbre que se aglomeraba a su puerta, dijo delante de mí, como hablando consigo mismo: "¡Alah recompense a Yahía y a sus hijos El-Fadl y Giafar! Ellos solos se han encargado de todo el ajetreo de los asuntos, aliviándome de ese cuidado y dejándome tiempo para mirar a mi alrededor y vivir a mi antojo".
Esto fué lo que dijo aquel día. Pero en otra ocasión que fui llamado junto a él, noté que ya empezaba a no ver con los mismos ojos a sus favoritos. En efecto, después de mirar por las ventanas de su palacio y observar la misma afluencia de gente y de caballos que la primera vez, dijo: "Yahía y sus hijos se han apoderado de todos los asuntos, me los han quitado todos. Verdaderamente, son ellos quienes ejercen el poder califal, mientras que yo no tengo más que una apariencia de él apenas". Esto le oí. Y desde entonces comprendí que caerían en desgracia, como así sucedió, efectivamente".
Según otros analistas, al descontento disimulado, a la envidia siempre en aumento de Al-Raschid, a las magníficas maneras de los Barmakidas, que les creaban formidables enemigos y detractores anónimos que los desprestigiaban ante el califa por medio de poesías acerbas no firmadas o de prosa pérfida; a todo el ornato, a todo el aparato y a todas las cosas cuya competencia, por lo general, no quieren soportar los reyes, fué a unirse una gran imprudencia cometida por Giafar.
Un día, Al-Raschid le había encargado que hiciese perecer en secreto a un descendiente de Alí y de Fátimah, la hija del Profeta, que se llamaba El-Sayed Yahía ben Abdalah El-Hossaini. Pero Giafar, obrando con piedad y mansedumbre, facilitó la evasión de aquel Alida, cuya influencia tenía Al-Raschid por peligrosa para el porvenir de la dinastía abbassida. Pero esta acción generosa de Giafar no tardó en divulgarse y comunicarse al califa con todos los comentarios a propósito para agravar sus consecuencias. Y el rencor que sintió Al-Raschid en aquella ocasión fué la gota de hiel que hace desbordarse la copa de la cólera. E interrogó sobre el particular a Giafar, quien declaró con gran franqueza su acción, añadiendo: "¡Lo he hecho para gloria y buen nombre de mi señor el Emir de los Creyentes!" Y Al-Raschid, muy pálido, dijo: "¡Has hecho bien!" Pero se le oyó que murmuraba: "¡Que Alah me haga perecer si no te hago perecer a ti, ¡oh Giafar!"
Según otros historiadores, convendría buscar la causa de la desgracia de los Barmakidas en sus opiniones heréticas contrarias a la ortodoxia musulmana. No hay que olvidar, en efecto, que su familia, antes de convertirse al Islam, profesaba en Balkh la religión de los magos. Y se dice que en la expedición al Khorassán, cuna primitiva de sus favoritos, Al-Raschid había notado que Yahía y sus hijos hacían todo lo posible por impedir la destrucción de los templos y monumentos de los magos. Y desde entonces tuvo sus sospechas, que se agravaron, por consiguiente, cuando vió a los Barmakidas tratar con dulzura, en cualquier circunstancia, a los herejes de todas clases, sobre todo a sus enemigos personales los gauros y los zanadikah, y a otros disidentes y réprobos. Y lo que hace sustentar esta opinión, además de los otros motivos ya enunciados, es que, inmediatamente después de la muerte de Al-Raschid, estallaron en Bagdad trastornos religiosos de una gravedad sin precedente, y estuvieron a punto de dar un golpe fatal a la ortodoxia musulmana.
Pero, aparte de todos los motivos, la causa más probable del fin de los Barmakidas es la que nos expone el cronista lbn-Khillikán e Ibn El-Athir. Dicen:
Era en los tiempos en que Giafar, hijo de Yahía el Barmakida, estaba tan apegado al corazón del Emir de los Creyentes, que el califa había hecho confeccionar aquel manto doble, en el que se envolvía con Giafar como si ambos no fuesen más que un solo hombre. Y tan grande era aquella intimidad, que el califa ya no podía separarse de su favorito, y sin cesar quería verle junto a él.
"Pero Al-Raschid quería de una manera extraordinaria a su propia hermana Abbassah, joven princesa adornada de todos los dones, la mujer más notable de su época. Y entre todas las mujeres de su familia y de su harén, era ella la más cara al corazón de Al-Raschid, que no podía vivir sino junto a ella, como si fuese un Giafar mujer. Y estas dos amistades hacían su dicha; pero las necesitaba reunidas, gozando de ellas simultáneamente: porque la ausencia de una destruía el encanto que experimentara con la otra. Y si Giafar o Abbassah no estaban con él, no tenía más que una alegría incompleta, y sufría. Por eso necesitaba a la vez a sus dos amigos. Pero nuestras leyes santas prohíben al hombre, cuando no es pariente cercano, mirar a la mujer de quien no es marido: y prohíben a la mujer que deje ver su rostro a un hombre que le sea extraño. Quebrantar estas prescripciones es un gran deshonor, una vergüenza, una ofensa al pudor de la mujer. Así es que Al-Raschid, que era un riguroso observante de la ley encargada a su custodia; no podía tener junto a sí a sus dos amigos sin forzarles a un azoramiento fatigoso y a una posición difícil e inconveniente.
"Por eso, queriendo transformar una situación que le coartaba y le disgustaba, se decidió un día a decir a Giafar: "¡Oh Giafar, amigo mío! no tengo alegría verdadera, sincera y completa más que en tu compañía y en la de mi bienamada hermana Abbassah. Pero como vuestra respectiva posición me azora y os azora, quiero casarte con Abbassah, a fin de que en lo sucesivo podáis hablaros ambos junto a mí sin inconveniente, sin motivo de escándalo y sin pecar. Pero os pido encarecidamente que no os reunáis jamás, ni siquiera por un instante, fuera de mi presencia. Porque no quiero que haya entre vosotros más que la formalidad y la apariencia del matrimonio legal; pero no quiero que el matrimonio tenga consecuencias que puedan lesionar en su herencia califal a los nobles hijos de Abbas". Y Giafar se inclinó ante este deseo de su señor, y contestó con el oído y la obediencia. Y fue preciso aceptar aquella condición singular. Y se pronunció y sancionó legalmente el matrimonio.
Así, pues, según las condiciones impuestas, ambos jóvenes esposos sólo se veían en presencia del califa, y nada más. Y aun entonces, apenas se cruzaban sus miradas a veces. En cuanto a Al-Raschid, disfrutaba plenamente de la doble amistad tan viva que sentía por aquella pareja, a quien torturaría en lo sucesivo, sin sospecharlo siquiera. Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias de los censores...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/27

Noche 995



Y cuando llegó la 995ª noche

Ella dijo:
... Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío".
En cuanto al origen de los Barmakidas, las crónicas más reputadas y más dignas de fe lo sitúan en la ciudad de Balkh, en el Khorassán, donde ya tenía esta familia una categoría distinguida. Y unos cien años después de la hégira de nuestro Profeta bendito (¡con El la plegaria y la paz!) esta ilustre familia vino a fijar su residencia en Damasco, bajo el reinado de los califas ommiadas. Y entonces fué cuando el jefe de la tal familia, que era el sectario de la religión de los magos, se convirtió a la verdadera fe y se purificó y se ennobleció con el Islam. Ya esto sucedió exactamente bajo el reino de Hescham el Ommiada.
Pero sólo después del advenimiento de los descendientes de Abbas al trono de los califas fué cuando se admitió a la familia de los Barmakidas en el consejo de los visires, e iluminó la tierra con su brillo. Porque el primer visir que salió de su seno fué Khaled ben Barmak, a quien eligió por gran visir el primero de los Abbassidas. Abú'l Abbas El-Saffah. Y bajo el reinado de Al-Mahdi, tercer Abbassida, Yahía ben Khaled quedó encargado de la educación de Harún Al-Raschid, el hijo preferido del califa, aquel mismo Harún que había nacido solamente siete días después que El-Fadl, hijo de Yahía.
Así es que cuando, después de la muerte inopinada de su hermano mayor Al-Hadi, Harún Al-Raschid se revistió de las insignias de la omnipotencia califal, no tuvo necesidad de evocar los recuerdos de su primera infancia, pasada al lado de los niños barmakidas, para llamar a Yahía y a sus dos hijos a compartir el poder soberano; no tenía más que recordar los cuidados prestados a su infancia por Yahía, y la educación que le debía, y la abnegación de que aquel servidor de todas las fidelidades acababa de darle prueba desafiando, por asegurarle la herencia al trono, las amenazas terribles de Al-Hadi, muerto la misma noche en que quería que cercenaran la cabeza a Yahía y a sus hijos.
Así es que, cuando Yahía fué a medianoche en compañía de Massrur a despertar a Harún para notificarle que era dueño del Imperio y califa de Alah sobre la tierra, Harún le dió inmediatamente el título de gran visir y nombró visires a sus dos hijos El-Fadl y Giafar. Y así empezó su reinado bajo los auspicios más dichosos.
Y desde entonces la familia de los Barmakidas fué en su siglo lo que un adorno en la frente y una corona en la cabeza. Y el Destino les prodigó cuanto de más seductor tienen sus favores, y los colmó de sus dones más escogidos. Y Yahía y sus hijos se tornaron astros brillantes, vastos océanos de generosidad, torrentes impetuosos de gracias, lluvias bienhechoras. El mundo se vivificó con su soplo, y el Imperio llegó a la cima más alta del esplendor. Y eran ellos refugio de afligidos y recurso de desdichados. Y de ellos ha dicho, entre mil, el poeta Abu-Nowas
¡Desde que el mundo os ha perdido, ¡oh hijos de Barmak! no están cubiertos ya de viajeros los caminos en el crepúsculo de la mañana y en el crepúsculo de la tarde!
Eran, en efecto, visires prudentes, administradores admirables, que aumentaban el tesoro público, elocuentes, instruidos, firmes, de buen consejo, y generosos al igual de Hatim-Tai. Eran fuentes de felicidad, vientos bienhechores que atraen los nublados fecundantes. Y sobre todo, merced a su prestigio, el nombre y la gloria de Harún Al- Raschid repercutieron desde las mesetas del Asia Central hasta el fondo de las selvas norteñas, y desde el Magreb y la Andalucía hasta las fronteras extremas de China y de Tartaria.
Y he aquí que de repente los hijos de Barmak, que tuvieron la más alta fortuna que a los hijos de Adán es dable alcanzar, fueron precipitados en el seno de los más terribles reveses y bebieron en la copa de la Distribuidora de calamidades. Porque ¡oh rey del tiempo! los nobles hijos de Barmak no solamente eran los visires que administraban el vasto imperio de los califas, sino que eran los amigos más queridos, los compañeros inseparables de su rey. Y Giafar, particularmente, era el caro comensal cuya presencia se hacía más necesaria a Al-Raschid que la luz de sus ojos. Y tanto espacio había llegado a ocupar en el corazón de Al-Raschid, que llegó hasta el punto de mandarse hacer un manto doble, y se envolvió en él con su amigo Giafar, como si ambos no fueran más que un solo hombre. Y así se portó con Giafar hasta la terrible catástrofe final.
Pero -¡qué pena tengo en el alma!- he aquí cómo ocurrió aquel acontecimiento lúgubre que oscureció el cielo del Islam, y arrojó la desolación en todos los corazones, como rayo del cielo destructor.
Un día -¡lejos de nosotros los días parecidos a aquél!-, de regreso de una peregrinación a la Meca, iba Al-Raschid por agua de Hira a la ciudad de Anbar. Y se detuvo en un convento llamado Al-Umr, a orillas del Eufrates. Y llegó para él la noche, como las demás noches, en medio de festines y placeres.
Pero aquella vez no le hacía compañía su comensal Giafar. Porque Giafar estaba de caza, desde días atrás, en las llanuras próximas al río. Sin embargo, los dones y regalos de Al-Raschid le seguían por doquiera. Y a todas horas del día veía llegar a su tienda algún mensajero del califa que le llevaba, en prueba de afecto, algún precioso presente más hermoso que el anterior.
Aquella noche -¡Alah nos haga ignorar noches análogas!- Giafar estaba sentado en su tienda en compañía del médico Gibrail Bakhtiassú, que era el médico particular de Al-Raschid, y del que habíase privado Al-Raschid para que acompañase a su querido Giafar. Y también estaba en la tienda el poeta favorito de Al-Raschid, Abu-Zaccar el ciego, del que también se había privado Al-Raschid para que con sus improvisaciones alegrara a su querido Giafar al volver de la caza.
Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/26

Noche 994



Y cuando llegó la 994ª noche

Ella dijo:
... Y sean contigo la paz y la seguridad".
Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassida, y la trató hasta el fin de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida no podía olvidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín. Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pecho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.
Y por cierto que bastantes veces le dió que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo de aquella a quien nada podía consolar.
Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover los labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le dijo: "¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensando en tu hijo asesinado por los herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado nuestros destinos".
Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: "No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!" Y Al-Mamún le preguntó: "¿Puedes decir, entonces, qué murmurabas entre dientes mirándome?" Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar, por respeto a su interlocutor, y contestó: "Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el motivo de lo que me pregunta". Pero Al-Mamún, poseído de viva curiosidad, se puso a insistir mucho y a acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: "Pues bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: "¡Alah confunda a los individuos importunos, afligidos del vicio de la insistencia!"
Y Al-Mamún le preguntó: "Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lanzabas esa reprobación?" Y Zobeida contestó: "¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!" Y dijo:
"Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.
"Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mi imponer condiciones. Y después de reflexionar un instante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagradable, le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada Marahil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derrota. Y para cerciorarme de que las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil, y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado lamentable y con un olor espantoso.
"Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu padre con aquella esclava horrible y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.
"Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.
"Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a revolcarse con aquella esclava, y si él no hubiese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para obligarme a hacer lo que ya te he contado.
"Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía murmurar maldiciones contra la insistencia y contra los importunos".
Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su confusión. Y se retiró, diciéndose: "¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable".
Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo: "Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más preciosa de nuestros padres".
Y tras de hablar así, dió a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor, para recompensarles por su atención y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: "Hay que estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas".
Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado, los despidió en paz.
Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!
Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en verdad que ese visir se parece extraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser admirable".
Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: "¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿quién no llorará el relato del fin de Giafar, de su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable, y al mismo granito enternecería!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo. ¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!"

Entonces dijo Schehrazada:

EL FIN DE GIAFAR Y DE LOS BARMAKIDAS

He aquí, pues, ¡oh rey afortunado! esa historia llena de lágrimas, que señala el reinado del califa Harún Al-Raschid con una mancha de sangre que no podrían lavar los cuatro ríos.
Ya sabes ¡oh mi señor! que el visir Giafar era uno de los cuatro hijos de Yahía ben Khaled ben Barmak. Y su hermano mayor era El-Fadl, hermano de leche de Al-Raschid. Porque, a causa de la gran amistad y del afecto sin límites que unía a la familia de Yahía con la de los Abbassidas, la madre de Al-Raschid, la princesa Khaizarán, y la madre de El-Fadl, la noble Itabah, unidas entre sí también por el más vivo cariño, habían cambiado sus pequeñuelos, que eran, poco más o menos, de la misma edad, dando cada una al hijo de su amiga la leche que Alah había destinado a su propio hijo. Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío..."

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/25

Noche 993



Pero cuando llegó la 993ª noche

Ella dijo:
"... ¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino".
Y al punto hizo llamar al padre de la joven, el cual era precisamente el jeique de la tribu. Y le pidió en matrimonio a la admirable niña. Y cuando obtuvo su consentimiento, le ofreció, como dote nupcial de su hija, la suma de cien mil dinares de oro, y le inscribió a su nombre la renta de los impuestos de cinco años de todo el Hedjaz.
Y el matrimonio de Al-Mamún con la noble joven se celebró con una pompa que no había tenido igual ni siquiera bajo el reinado de Al-Raschid. Y la noche de bodas, Al-Mamún hizo que la madre derramase en la cabeza de la hermosa niña mil perlas contenidas en una bandeja de oro. Y en la cámara nupcial hizo quemar una inmensa antorcha de ámbar gris que pesaba cuarenta minas y se había comprado con la suma que produjeron los impuestos de Persia de un año.
Y Al-Mamún fué, para su esposa árabe, todo corazón y todo apego. Y le dió ella un hijo, que llevó el nombre de Abbas. Y se la contó en el número de las mujeres más asombrosas, más instruidas y más elocuentes del Islam".

Y tras de contar esta historia, el joven rico dijo a sus oyentes, que estaban reunidos bajo la cúpula del libro: "Voy a deciros otro rasgo de la vida de Al-Mamún, pero muy distinto al anterior:

EL INCONVENIENTE DE LA INSISTENCIA

"Cuando el califa Mohammad El-Amín, hijo de Harún Al-Raschid y de Zobeida, fué asesinado, después de su derrota, por orden del general en jefe del ejército de Al-Mamún, cuantas provincias acataron hasta entonces a El-Amín se apresuraron a someterse a su hermano Al-Mamún, hijo de Al-Raschid y de una esclava llamada Marahil. Y Al-Mamún inauguró su reinado con amplias medidas de clemencia para sus antiguos enemigos. Y tenía costumbre de decir: "Si mis enemigos supieran toda la bondad de mi corazón, vendrían todos a entregarse a mí, declarando sus crímenes".
Y he aquí que la cabeza y la mano directora de todos los sinsabores que se habían hecho sufrir a Al-Mamún, en vida de su padre Al-Raschid y de su hermano El-Amín, no eran otras que las de la propia Sett Zobeida, esposa de Al-Raschid. Así es que cuando Zobeida se enteró del fin lamentable de su hijo, pensó primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo dudando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente a entregar su suerte entre las manos de aquel a quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y le escribió la carta siguiente: "Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.
"La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el que se mostraba tierno con la suplicante de hoy.
"Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien no merece misericordia, obrarás de acuerdo con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría sido mi intercesor contigo.
"¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu corazón a la plegaria de la viuda abandonada".
Cuando el califa Al-Mamún tuvo conocimiento de esta carta de Zobeida, se le apiadó el corazón y quedó profundamente conmovido; y lloró por la fúnebre suerte de su hermano El-Amín y por el estado lamentable de la madre de El-Amín. Luego se levantó y contestó a Zobeida lo que sigue:
"Tu carta ¡oh madre mía! ha llegado adonde tenía que llegar, y ha encontrado a mi corazón desmenuzado de pena por tus desdichas. Y Alah es testigo de que mis sentimientos son, respecto a la viuda de aquel cuya memoria nos es sagrada, los sentimientos de un hijo para con su madre.
"Nada puede la criatura contra los designios del Destino. Pero yo he hecho lo que pude por atenuar tus dolores. Acabo, en efecto, de dar orden para que se te restituyan tus dominios confiscados, tus propiedades, tus bienes y cuanto te arrebató la suerte contraria, ¡oh madre mía! Y si quieres volver en medio de nosotros, encontrarás de nuevo tu antiguo estado y el respeto y la veneración de todos tus súbditos.
"Y sabe ¡oh madre mía! que no has perdido más que el rostro del que se halla en la misericordia de Alah. Porque en mí te queda un hijo más afectuoso de lo que nunca desearas.
"Y sean contigo la paz y la seguridad...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/24

Noche 992



Pero cuando llegó la 992ª noche

Ella dijo:
... Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena.
Cuando la joven vió llegar a aquella brillante tropa de jinetes, se apresuró a cargarse el odre al hombro y a retirarse. Pero como, en su precipitación no había tenido tiempo de atar bien la boca del cuello del odre, se desató la cuerda a los pocos pasos, y se salió el agua del odre con estrépito. Y gritó la joven, volviéndose adonde se alzaba su vivienda: "¡Padre mío, padre mío, ven a tapar la boca del odre! ¡Me ha fallado la boca! ¡Ya no puedo dominar la boca!"
Y fueron dichas por la joven árabe estas tres indicaciones, gritadas a su padre, con una selección de palabras tan elegantes y una entonación tan encantadora, que el califa, maravillado, se paró en seco. Y mientras la joven, sin ver llegar a su padre, tapaba el odre para no mojarse, el califa avanzó hacia ella y le dijo: "¡Oh niña! ¿de qué tribu eres?" Y contestó ella con su voz deliciosa: "Soy de la tribu de los Bani-Kilab". Y Al-Mamún, que sabía muy bien que aquella tribu de los Bani-Kilab era una de las más nobles entre los árabes, quiso hacer un juego de palabras para poner a prueba el carácter de la joven, y le dijo: "¿Cómo se te ha ocurrido ¡oh hermosa niña! pertenecer a la tribu de los hijos de perro?" Y la joven miró al califa con aire burlón, y contestó: "¿Es verdad, no conoces el significado real de las palabras? ¡Sabe ¡oh extranjero! que la tribu de los Bani-Kilab, de que soy hija, es la tribu de los que saben ser generosos y sin reproche, de los que saben ser magníficos con los extranjeros, y de los que saben, en fin, dar buenos sablazos, si hay necesidad!" Luego añadió: "Pero dime cuáles son tu linaje y tu genealogía, ¡oh caballero que no eres de aquí!" Y el califa, cada vez más maravillado del giro de lenguaje de la joven árabe, le dijo, sonriendo: "¿Acaso tienes, además de tus encantos, conocimientos y genealogía, ¡oh hermosa niña!?" Y ella dijo: "¡Contesta a mi pregunta y ya lo verás!" Y Al-Mamún, enardecido por el juego, se dijo: "¡Voy a ver si, en efecto, esta árabe conoce nuestro origen!" Y dijo: "Pues bien: has de saber que soy del linaje de los Mudharidas-al-rojo". Y la joven árabe, que sabía muy bien que el origen de aquel apelativo de los Mudharidas venía del color rojo de la tienda de cuero que en los tiempos antiguos poseía Mudlar padre de todas las tribus mudharidas, no se mostró sorprendida de las palabras del califa, y le dijo: "Está bien; pero dime de qué tribu de los Mudharidas eres". El contestó: "De la más ilustre, la más excelente en paternidad y maternidad, la más grande en antepasados gloriosos, la más respetada entre los Mudharidas-al-rojo". Y dijo ella: "¡Entonces eres de la tribu de los Kinanidas!" Y Al-Mamún, sorprendido, contestó: "¡Es verdad! ¡soy de la gran tribu de los Bani-Kinanah!" Y ella sonrió, y preguntó: "Pero ¿a qué rama de los Kinamidas perteneces?" El contestó: "¡A aquella cuyos hijos son los más nobles de sangre, los más puros de origen, los de manos generosas, los más temidos y reverenciados entre sus hermanos!" Y ella dijo: "Por esas señas, me parece que eres de los Koreischidas". Y Al-Mamún, cada vez más maravillado, contestó: "Tú lo has dicho: soy de los Bani-Koreich". Y ella repuso: "Pero los Koreischidas son numerosos. ¿De qué rama eres tú?" El contestó: "¡De aquella sobre la que ha descendido la bendición!" Y exclamó la joven: "¡Por Alah! que eres de los descendientes de Haschem el Koreischida, bisabuelo del Profeta (¡con El la plegaria y la paz!) Y Al Mamún contestó: "Es cierto; soy Haschemida". Ella preguntó: "Pero ¿de qué familia de los Haschemidas?" El contestó: "¡De la que está más alta, de la que es honor y gloria de los Haschemidas, de la que es venerada por cuantos creyentes hay sobre la tierra!" Y al oír esta respuesta, la joven árabe se prosternó de pronto y besó la tierra entre las manos de Al-Mamún, exclamando: "¡Homenaje y veneración al Emir de los Creyentes, al Vicario del Señor del Universo, al glorioso Al-Mamún el Abbassida!"
Y el califa quedó asombrado, profundamente conmovido, y exclamó, penetrado de una alegría indecible: "¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/23

Noche 991



Pero cuando llegó la 991ª noche

Ella dijo:
"... he jurado a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca". Y al oír estas palabras, el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! ¿hay medio de resolver esta dificultad?" Y contesté sin vacilar: "Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me preguntó él: "¿Y cómo?" Dije: "La cosa es muy sencilla. Para no faltar a su juramento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas; y te venderá la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su conciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te ha vendido a la joven".
Y al oír estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: "¿Y es lícito ese proceder, ¡oh padre de la ley!? ¿Es aceptable por la ley?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces alzó la mano incontinenti, y me dijo: "Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadí Yacub! de que, pudiendo así descargar mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera". Y Harún exclamó al punto: "Acepto el regalo, pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro". Y añadió: "Que me traigan ahora mismo a la joven".
Y en seguida fué Issa a la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos con los cien mil dinares de oro.
Y al punto introdujo a la joven su amo, que dijo: "Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te cubra con Sus bendiciones junto a ella. Es cosa tuya y propiedad tuya". Y tras de recibir los cien mil dinares, salió.
Entonces el califa se volvió hacia donde yo estaba, y me dijo con aire preocupado: "¡Oh Yacub! todavía queda por resolver otra dificultad. Y me parece ardua la cosa". Yo pregunté: "¿Qué dificultad es ésa, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un número previsto de días antes de pertenecerme, a fin de que tenga la certeza de no ser madre por influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguridad de que me estallará de impaciencia el hígado, y moriré indudablemente".
Entonces, tras de reflexionar un instante, contesté: "La solución de la dificultad es muy sencilla, ¡oh Emir de los Creyentes! Esa ley no reza más que con la mujer esclava; pero no previene días de espera para la mujer libre. Liberta, pues, en seguida a esta esclava, y cásate con ella cuando sea mujer libre". Y con el rostro transfigurado de alegría, exclamó Al-Raschid: "¡Liberto a mi esclava!" Luego me preguntó, súbitamente inquieto: "Pero ¿quién va a casarnos legalmente a hora tan tardía? Porque quiero estar con ella ahora, en seguida". Y contesté "Yo mismo, ¡oh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora".
Y llamé para testigos a los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron presentes, recité las plegarias y las fórmulas de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor, debía pagar a la novia una dote nupcial, que fijé en la suma de veinte mil dinares.
Luego, cuando trajeron aquella suma y se la entregaron a la desposada, me dispuse a retirarme. Pero el califa alzó la cabeza hacia su servidor Massrur, quien dijo al punto: "A tus órdenes, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y Harún le dijo: "Lleva en seguida a casa del kadí Yacub, por las molestias que le hemos causado, la suma de doscientos mil dracmas y veinte ropones de honor". Y salí, después de dar las gracias, dejando a Harún en el límite del júbilo. Y se me acompañó a mi casa con el dinero y los ropones.
Y he aquí que, en cuanto llegué a mi casa, vi entrar a una dama anciana, que me dijo: "¡Oh Abu-Yussef! la bienaventurada a quien acabas de libertar y a quien has unido con el califa, dándole por ello el título y la categoría de esposa del Emir de los Creyentes, es ya hija tuya, y me envía a prestarte sus zalemas y sus votos de dicha. Y te ruega que aceptes la mitad de la dote nupcial que le ha entregado el califa. Y se excusa por no poder corresponder de mejor manera por el momento, en vista de lo que has hecho por ella. Pero ¡inschalah! algún día podrá demostrarte mejor aún su gratitud".
Y así diciendo, puso ante mí diez mil dinares de oro, que eran la mitad de la dote pagada a la joven, me besó la mano y se fué por su camino.
Y di gracias al Retribuidor por sus beneficios y por haber tornado, aquella noche, la perplejidad de mi espíritu en alegría y en contento. Y bendije en mi corazón la memoria venerada de mi maestro Abu-Hanifah, cuya enseñanza me inició en todas las sutilezas del código canónico y del código civil. ¡Alah le cubra con Sus dones y con Sus gracias!"
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora ¡oh amigos míos! la historia de LA JOVEN ARABE DE LA FUENTE".

Y dijo:

LA JOVEN ÁRABE DE LA FUENTE

"Cuando recayó el poder califal en Al-Mamún, hijo de Harún Al-Raschid, aquello fué una bendición para el Imperio. Porque Al-Mamún, que sin disputa fué el califa más brillante y más ilustrado entre todos los Abbassidas, fecundó las comarcas musulmanas con la paz y la justicia, protegió eficazmente y honró a los sabios y a los poetas, y lanzó a nuestros padres árabes al meidán de las ciencias. Y a pesar de sus inmensas ocupaciones y de sus jornadas invertidas en el trabajo y el estudio, sabía disponer de horas para los regocijos, las alegrías y los festines. Y para los músicos y las cantarinas eran muchas de sus sonrisas y muchos de sus beneficios. Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo. Y he aquí, por cierto, entre otros veinte, un ejemplo de la manera cómo se conducía Al-Mamún para fijar su predilección en una mujer y escogerla para esposa.
Un día, en efecto, volviendo de una montería con una escolta de jinetes, llegó a una fuente. Y había allí una joven árabe que disponíase a cargar en sus hombros un odre que acababa de llenar en la fuente. Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una noche de luna llena...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/22

Noche 990



Pero cuando llegó la 990ª noche

Ella dijo:
"... Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos".
Y al oír esto, recordé las palabras de mi venerado maestro, que así había predicho lo que debía acontecerme. Y a este recuerdo, no pude por menos que sonreír. Y el califa me dijo: "¿Qué te incita a sonreír, ¡oh Yacub!? Y contesté: "Nada malo ¡oh Emir de los Creyentes! Es un simple recuerdo de mi infancia que cruza por mi espíritu, y le sonrío al paso". Y me dijo: "Date prisa a contármelo. Persuadido estoy de que será provechoso escucharlo".
Y para satisfacer el deseo del califa, le conté mi iniciación en el estudio de la ciencia, mi asiduidad en seguir la enseñanza de Abu-Hanifah, las desesperaciones de mi pobre madre al verme desertar de la tintorería, y la predicción del imam con respecto a la baluza con crema y aceite de alfónsigos.
Y Harún quedó encantado de mi relato, y concluyó: "Sí, ciertamente, el estudio y la ciencia dan siempre sus frutos, y son numerosas sus ventajas en el dominio humano y en el dominio de la religión. En verdad que el venerable Abu-Hanifah predecía con precisión y veía con los ojos de su espíritu lo que los demás hombres no podían ver con los ojos de su cabeza. ¡Alah le colme con Sus misericordias y con Sus gracias más perfumadas!'
Y esto es lo referente a la baluza de crema y aceite de alfónsigos. Pero he aquí ahora lo referente a la dificultad jurídica resuelta. Encontrándome un día fatigado, me metí temprano en la cama. Y ya me había dormido profundamente, cuando llamaron a golpazos en mi puerta. Y a toda prisa me levanté al oír el ruido, me abrigué los riñones con mi izar de lana, y fui a abrir yo mismo. Y reconocí a Harthamah, el eunuco de confianza del Emir de los Creyentes. Y le saludé. Pero él, sin perder tiempo en devolverme la zalema, lo cual me sumió en una gran turbación y me hizo presagiar sombríos acontecimientos por lo que a mí afectaba, me dijo con acento perentorio: "Ven en seguida a ver a nuestro amo el califa, que desea hablarte". Y tratando de dominar mi turbación, y procurando descifrar algo del asunto, contesté: "¡Oh querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde ahora hasta entonces ya se habrá olvidado del asunto o cambiado de opinión el Emir de los Creyentes". Pero me contestó él: "No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta mañana la ejecución de la orden que se me ha dado". Y pregunté: "¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Harthamah! para qué me llama?" El contestó: "Ha venido su servidor Massrur a buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ninguna explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa".
Entonces, en el límite de la perplejidad, dije al eunuco: "¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré arreglado como es debido; y si Alah el Optimo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un asunto sin inconveniente para mí, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al contrario".
Y cuando el eunuco accedió a mi deseo, subí a lavarme y a ponerme ropa adecuada y a perfumarme lo mejor que pude. Luego bajé otra vez a reunirme con el eunuco, y salimos a buen paso. Y al llegar a palacio vi que Massrur nos esperaba a la puerta. Y Harthamah le dijo, designándome: "He aquí al kadí". Y Massrur me dijo: "¡Ven!" Y le seguí. Y mientras le seguía, le dije: "¡Oh Massrur! tú, que ya sabes cómo sirvo a nuestro amo el califa, y a los miramientos que se deben a un hombre de mi edad y de mi cargo, y que no ignoras la amistad que siempre te he profesado, supongo que querrás decirme por qué me hace venir el califa a hora tan tardía de la noche". Y Massrur me contestó: "Ni yo mismo lo sé". Y le pregunté, más azorado que nunca: "¿Podrás decirme, al menos, quién hay con él?" Massrur me contestó: "No hay más que una persona: Issa, el chambelán, y en la habitación contigua la esposa del chambelán".
Entonces, renunciando a comprender más, dije: "¡Confío en Alah! ¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el Todopoderoso, el Omnisciente!" Y llegado que hube al cuarto que precedía a la habitación en que por lo general estaba el califa, hice oír el movimiento de mi andar y el ruido de mis pasos. Y el califa preguntó desde dentro: "¿Quién hay en la puerta?" Y contesté al punto: "Tu servidor Yacub, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Y la voz del califa dijo: "¡Entra!"
Y entré. Y encontré a Harún sentado, con el chambelán Issa a su derecha. Y avancé, posteriormente; y le abordé con la zalema. Y con gran satisfacción mía, me devolvió él la zalema. Luego me dijo sonriendo: "¿Te hemos inquietado, molestado, acaso asustado?" Y contesté: "Solamente ¡oh Emir de los Creyentes! nos habéis asustado a mí y a los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos estábamos azorados!" Y el califa me dijo con bondad: "Siéntate, ¡oh padre de la ley!" Y me senté, ligero, libre de mis aprensiones y de mi miedo. Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: "¡Oh Yacub! ¿sabes por qué te hemos llamado aquí a esta hora de la noche?" Y contesté: "No lo sé, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me dijo él: "¡Escucha, pues! Y mostrándome a su chambelán Issa, me dijo: "Te he hecho venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy a prestar. Has de saber, en efecto, que Issa, a quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido a Issa que me la ceda; pero él se ha excusado. Le he pedido entonces que me la venda pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadí supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme su esclava de una manera o de otra, le haré matar sin remisión al instante".
Entonces yo, seguro del todo por lo que a mí afectaba, me encaré en actitud severa con Issa, y le dije: "¿Qué cualidades o qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah a esa muchacha, esclava tuya, para que no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más humillante, y que te degradas y te rebajas? Y sin mostrarse conmovido por mis exhortaciones, Issa me dijo: "¡Oh nuestro señor kadí! odiosa es la precipitación de los juicios. Antes de hacerme observaciones deberías inquirir el motivo que ha dictado mi conducta". Y le dije: "¡Sea! Pero ¿puede haber un motivo justificado para semejante negativa?" El me contestó: "¡Sí, por cierto! Un juramento no puede en ningún caso declararse nulo si se ha prestado con plena conformidad y en plena lucidez de espíritu. Pues yo tengo como impedimento la fuerza de un juramento solemne. Porque he jurado, por el triple divorcio y con la promesa de libertar cuantos esclavos de ambos sexos tengo en mi mano y comprometiéndome a distribuir todos mis bienes y riquezas a los pobres y a las mezquitas, he jurado, repito, a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/21

Noche 989



Pero cuando llegó la 989ª noche

Ella dijo:
... Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja cubierta de bebidas. Y le interpeló con acento de mal humor, diciéndole: "¿En qué estabas pensando ¡oh loco! para desmentir ante el califa mis palabras con respecto a ti? Me has ennegrecido el rostro hasta darle el color más sombrío". Y contestó el poeta, en el límite del regocijo: "¡Ah amigo mío! ¿quién podría pregonar pobreza o cantar miseria en la situación en que me encontré de pronto? Si lo hubiera hecho habría sido una indecencia suprema; al menos por estas dos huríes, sino en mi propio interés".
Y así diciendo, tendió a su amigo una copa enorme en la cual sonreía un líquido perfumado con almizcle y alcanfor, y le dijo: "Bebe ¡oh amigo mío! ante los ojos negros. Los ojos negros son mi locura". Y añadió, señalando a las dos magníficas danzarinas: "Estas dos bienaventuradas son mi propiedad y mi riqueza. ¿Qué más podré desear, a riesgo de ofender la generosidad del Retribuidor?"
Y mientras que Abdalah, obligado a sonreír ante tanta ingenuidad, acercaba la copa a sus labios, el poeta-músico requirió su tiorba, y animándola con un preludio de repiqueteos, cantó:
¡Vivarachas, esbeltas y graciosas son las jovenzuelas! ¡Gacelas admirables, yeguas de flancos en tensión!
¡Sus hermosos senos redondos, hinchándose en su pecho, son dos copas de jade en un cielo luminoso!
¿Cómo no he de cantar? ¡Si a las montañas peladas se las hiciera beber lo que hacen beber estas gacelas, cantarían!
Y como antes, el poeta-músico continuó viviendo sin preocuparse del día siguiente, fiándose en el Destino y en el Dueño de las criaturas. Y las dos danzarinas le sirvieron de consuelo en los días malos y de dicha durante toda su vida".

Luego dijo el joven: "Esta tarde os diré aún la historia de LA CREMA DE ACEITE DE ALFÓNSIGOS".

LA CREMA DE ACEITE DE ALFONSIGOS Y LA DIFICULTAD JURÍDICA RESUELTA

"Bajo el reinado del califa Harún Al-Raschid, el kadí supremo de Bagdad era Yacub Abu-Yussef, el hombre más sabio y el jurisconsulto más profundo y más listo de su tiempo. Había sido el discípulo y el compañero más querido del imam Abu-Hanifah. Y dotado de la erudición más esclarecida, fué el primero que escribió, arregló y coordinó en un conjunto metódico y razonado la admirable doctrina instaurada por su maestro el imam. Y esta doctrina, extractada así, fué la que en adelante sirvió de guía y de base al rito ortodoxo hanefita.
Y por sí mismo nos cuenta él la historia de su origen humilde, así como lo concerniente a una crema de alfónsigos y a una grave dificultad jurídica resuelta.
Dice:
"Cuando murió mi padre (Alah le tenga en Su misericordia y le reserve un sitio escogido!) yo no era más que un niño pequeño en el regazo de mi madre. Y como éramos pobres y en mí estaba el único sostén de la casa, en cuanto crecí, mi madre se apresuró a colocarme de aprendiz en la casa de un tintorero del barrio. Y así empecé a ganar pronto para alimentar a mi madre.
Pero como Alah el Altísimo no había escrito en mi destino el oficio de tintorero, no podía yo decidirme a pasarme todos los días junto a las tinas de tinte. Y a menudo me escapaba de la tienda para ir a mezclarme con los atentos oyentes que escuchaban la enseñanza religiosa del imam Abu-Hanifah (¡Alah le colme con Sus dones más escogidos!). Pero mi madre, que vigilaba mi conducta y me seguía frecuentemente, reprobaba con violencia aquellas salidas, y muchas veces iba a sacarme de la asamblea que escuchaba al venerable maestro. Y me arrastraba de la mano, riñéndome y pegándome y me hacía volver por fuerza a la tienda del tintorero.
Y yo, a pesar de aquellas persecuciones asiduas y de aquellas regañinas por parte de mi madre, siempre encontraba medio de seguir con regularidad las lecciones del maestro venerado, que ya me conocía y me citaba por mi celo, mi diligencia y mi ardor en buscar instrucción. De modo que un día, furiosa por mis escapatorias de la tienda del tintorero, mi madre se puso a gritar en medio del auditorio escandalizado, y dirigiéndose violentamente a Abu-Hanifah, le insultó, diciéndole: "Tú eres ¡oh jeique! el causante de la perdición de este niño, y de la segura caída en el vagabundaje de este huérfano sin recurso alguno. Porque yo no tengo más que el producto insuficiente de mi huso; y si este huérfano no gana algo por su parte, pronto nos moriremos de hambre. Y la responsabilidad de nuestra muerte recaerá sobre ti el día del Juicio". Y mi venerado maestro no perdió nada de su tranquilidad ante tan violenta salida, y contestó a mi madre con voz conciliadora: "¡Oh pobre! ¡Alah te colme con Sus gracias! Pero nada temas. Este huérfano aprende aquí a comer un día la crema de flor fina preparada con aceite de alfónsigos". Y al oír esta respuesta mi madre quedó persuadida de que vacilaba la razón del venerable imam, y se marchó, arrojándole esta última injuria: "¡Alah abrevie tus días, que eres un viejo chocho y pierdes la razón!" Pero yo guardé en mi memoria aquellas palabras del imam.
Y como Alah había puesto en mi corazón la pasión del estudio, esta pasión resistió a todo, y acabó por triunfar en los obstáculos. Y uní fervientemente a Abu-Hanifah. Y el Donador me otorgó la ciencia y las ventajas que ésta proporciona, de modo que poco a poco fui ascendiendo en categoría, y acabé por alcanzar las funciones de kadí supremo de Bagdad. Y se me admitía en la intimidad del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, que con frecuencia me invitaba a compartir sus comidas. Un día que estaba yo comiendo con el califa, he aquí que al final de la comida los esclavos trajeron una fuente grande donde temblaba una maravillosa crema blanca salpimentada de polvo de alfónsigos, y cuyo aroma, por sí solo, era un gusto. Y el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! prueba esto. No sale tan bien a diario este manjar. Hoy está excelente". Y pregunté: "¿Cómo se llama este manjar, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿Y con qué está preparado para tener tan buena vista y un olor tan agradable?" Y me contestó: "Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

2022/05/20

Noche 988



Pero cuando llegó la 988ª noche

Ella dijo:
...Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por tí mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre?" Y ella me contestó: "Una simple cantarina entre las cantarinas que comprenden lo que dice el follaje al pájaro y la brisa al follaje. Pero soy Wahba. Aquella de quien habla el poeta en la cantinela que lleva mi nombre". Y cantó:
¡Oh Wahba! ¡sólo a tu lado habitan las delicias y la alegría! ¡Oh Wahba! ¡cuán embalsamada estaba tu saliva, que nadie más que yo ha probado!
¡Rara como son raras las fuentes del desierto, no has venido más que una vez a ofrecerme la copa de tus labios!
¡Ola Wahba! ¡no incites al gallo que sólo pone un huevo en su vida! ¡Ven a perfumar la morada!
¡Tráeme la delicia más dulce que el azúcar, ese néctar transparente como la luz y más ligero que el karkafa y el khandaris!
Y aquella encantadora cantinela, cuyas palabras eran del poeta Farruge, tenía un aire delicado que había compuesto la propia Wahba. Y con aquel canto acabó de transportar mi razón. Y tanto la supliqué, que hubo de aceptar el ir a mi casa con su hermana. Y nos pasamos todo el día y toda la noche en el éxtasis del canto y de la música. Y encontré en ella, sin disputa, la cantarina más admirable que oí nunca. Y su amor me penetró hasta el alma. Y acabó ella por hacerme el don de su carne, como me había hecho el de su voz. ¡Y adornó mi vida en los años dichosos que me concedió el Retribuidor!"
Luego dijo el joven rico: "He aquí ahora una anécdota referente a las danzarinas de los califas".

Y dijo:

LAS DOS DANZARINAS

"Había en Damasco, bajo el reinado del califa Abd El-Malek ben Merwán, un poeta-músico llamado Ibn Abu-Atik, que gastaba con locas prodigalidades cuanto le producían su arte y la generosidad de los emires y de la gente rica de Damasco. Así es que, no obstante las sumas considerables que ganaba, estaba en la inopia y a duras penas atendía a la subsistencia de su numerosa familia. Porque el oro en manos de un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.
El poeta tenía por amigo a un íntimo del califa, Abdalah el chambelán. Y Abdalah, que ya había interesado cien veces en favor del poeta a los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia a ello, Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel a quien Damasco y todo el país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek contestó: "Puedes enviármele".
Y Abdalah se apresuró a ir a anunciar la buena nueva a su amigo, repitiéndole la conversación que acababa de tener con el califa. Y el poeta dio las gracias a su amigo y fue a presentarse en palacio.
Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos soberbias danzarinas de pie, que se balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una con una gracia encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban a su señor.
Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor rosado de las que acaricio!
¡Soy un velo cándido que oculta el beso de las bocas enamoradas! ¡Soy un recurso precioso para la cantarina que abre la boca y para el poeta que recita versos!
Y en el abanico de la segunda danzarina había escritos, también en letras de oro y azul, los versos siguientes:
¡Soy verdaderamente encantador en mano de las bellas, por lo que mi sitio predilecto es el palacio del Califa!
¡Renuncien a tenerme por amigo las que estén en desacuerdo con la gracia y la elegancia!
¡Pero también concedo con gusto mis caricias al jovenzuelo flexible y desenvuelto como una esclava hermosa!
Y cuando el poeta hubo contemplado a aquellas dos maravillosas muchachas, sintió un deslumbramiento y un estremecimiento profundo. Y de repente olvidó su miseria, sus tristezas, las privaciones de su familia y la cruel realidad. Y se creyó transportado en medio de las delicias del paraíso, entre dos huríes selectas. Y la belleza de ellas hízolo mirar a todas las mujeres pasadas, de que le quedaba recuerdo, como feas y necias.
En cuanto al califa después de los homenajes y las zalemas, dijo al poeta: "¡Oh Ibn Abu-Atik! me ha impresionado la descripción que me ha hecho Abdalah de tu estado precario y de la miseria en que se encuentran sumidos los tuyos. Pídeme, pues, cuanto quieras; y te será concedido en esta hora y en este instante". Y el poeta, dominado por la emoción que le embargaba a la vista de las dos danzarinas no comprendió siquiera el sentido de las palabras del califa; y aunque lo hubiese comprendido, no se habría preocupado de pedir dinero o riquezas. Porque en aquel momento dominaba su espíritu una sola idea: la belleza de las dos danzarinas y el deseo de poseerlas para él solo y de embriagarse con sus ojos y su influencia.
Así es que respondió a la proposición generosa del califa: "¡Alah prolongue los días del Emir de los Creyentes! Pero tu esclavo ya está colmado de beneficios del Retribuidor. ¡Es rico, no carece de nada, vive como un emir! Sus ojos están satisfechos, su espíritu está satisfecho, su corazón está satisfecho. Y por otra parte, hallándome, como me hallo aquí, en presencia del sol y entre estas dos lunas, aunque estuviera en la más negra de las miserias y en la inopia absoluta, me consideraría el hombre más rico del Imperio!"
Y el califa Abd El-Malek quedó extremadamente complacido de la respuesta, y al ver que los ojos del poeta expresaban vehementemente lo que no decía su lengua, se levantó y le dijo: "¡Oh Ibn Abu-Atik! estas dos jóvenes que ves aqui, y que hoy mismo me ha regalado el rey de los rums, son propiedad legal tuya y campo tuyo. Y puedes entrar en tu campo a tu antojo". Y salió.
Y el poeta cogió a las danzarinas y se las llevó a su casa.
Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en palacio, el califa le dijo: "¡Oh Abdalah! la descripción que te has servido hacerme con respecto a la indigencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecía de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía absolutamente de nada". Y Abdalah sintió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de aquellas palabras. Pero el califa repuso: "Pues si, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hombre se hallaba en un estado de dicha corno jamás lo vi en ninguna criatura". Y le repitió las hipérboles que le había endilgado el poeta-músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha mentido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posición él! ¡Pero si es el hombre más miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haría temblar las lágrimas al borde de vuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más ínfimo de tus beneficios". Y al oír estas palabras, el califa no supo qué pensar del poeta-músico.
Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró a ir a casa de Ibn Abu-Atik. Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja, cubierta de bebidas ...

En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.