2023/06/19

Noche 049



Pero cuando llegó la 49ª noche

Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven desconocida dijo a Scharkán: "¡Oh musulmán! ¿ves como así la vida es fácil y agradable?" Después siguieron bebiendo de aquel modo hasta que la fermentación produjo su efecto y el amor prendió firmemente en el corazón de Scharkán. Entonces la joven dijo a una de sus doncellas favoritas, llamada Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! ¡apresúrate a traer los instrumentos armoniosos!" Y Grano de Coral contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Se ausentó un instante, y volvió acompañada de unas jóvenes que traían un laúd de Damasco, una cítara de Tartaria y una viola de Egipto. Y la joven cogió el laúd, lo templó sabiamente, y acompañada por las otras doncellas que se habían sentado en la alfombra, pulsó un momento las cuerdas vibrantes. Y con voz llena de delicias, más dulce que la brisa y más agradable y pura que el agua de la sierra, cantó lo siguiente:
Las víctimas de tus ojos, ¡oh mi amada! ¿sabes su número? Las flechas que disparan tus ojos y que derraman la sangre de los corazones, ¿sabes su número?
¡Pero afortunados los corazones que sufren por tus ojos! ¡Y mil veces afortunados tus esclavos de amor!
Y acabado este canto, se calló la joven. Entonces una de las muchachas que acompañaba con los instrumentos, entonó en lengua griega una canción que no comprendió Scharkán. Y su joven señora contestaba de cuando en cuando en el mismo tono. Pero ¡cuán dulce era aquel canto alternado y quejumbroso!
Y la joven dijo a Scharkán: "¡Oh musulmán entre los musulmanes! ¿has comprendido nuestra canción?" Y él respondió: "¡Verdaderamente que no la he entendido, pero su armonía me ha conmovido extraordinariamente! Y la humedad de los dientes al sonreír y la ligereza de los dedos al sonar los instrumentos me han encantado hasta lo infinito".
Ella sonrió, y dijo: "Y ahora, Scharkán, si te dijera un canto árabe, ¿qué harías?" Y él contestó: "¡Perder seguramente la razón que me queda!" Entonces la joven cambió el tono y la clavija del laúd, lo pulsó un instante, y cantó estas palabras del poeta:
El sabor de la separación es un sabor lleno de amargura. ¿Hay algún medio para sufrirlo con paciencia?
Tres cosas me han dado a elegir: el alejamiento, la separación y el abandono, tres cosas llenas de espanto.
¿Cómo elegir, cuando estoy completamente vencido por el amor de una hermosura que me ha conquistado y que me somete a tan duras pruebas?
Cuando Scharkán oyó esta canción, como había bebido considerablemente, quedó sin conocimiento, completamente ebrio. Y al volver en sí, ya no estaba allí la joven.
Y Scharkán preguntó a las esclavas.
Y las esclavas le dijeron: "Se ha ido a su habitación para dormir, pues he aquí que es de noche". Y Scharkán, aunque muy contrariado, dijo: "¡Qué Alah la tenga bajo su protección!" Pero al día siguiente, Grano de Coral, la esclava preferida, le vino a buscar en cuanto se despertó, para llevarle al aposento mismo de su señora. Y al franquear el umbral, Scharkán, fué recibido al son de los instrumentos y de los himnos de las cantoras, que de aquel modo le daban la bienvenida. Y transpuso una puerta toda de marfil, incrustada de perlas y pedrería. Y se halló en una gran sala, toda cubierta de sedería y de tapices de Khorasán.
Y estaba iluminada por altos ventanales que daban a unos jardines frondosos atravesados por arroyos. Junto a las paredes de la sala había una fila de estatuas vestidas como personas y que movían los brazos y las piernas de un modo asombroso, y en su interior tenían un mecanismo que les hacía cantar y hablar como verdaderos hijos de Adán.
Pero cuando la dueña de la casa vió a Scharkán, se levantó, se acercó a él, y le cogió de la mano. Y le hizo sentarse junto a ella, y le preguntó con interés cómo había pasado la noche, y le dirigió otras preguntas, a las cuales dió Scharkán las respuestas convenientes. Después se pusieron a conversar, y ella le preguntó: "¿Sabes las palabras de los poetas acerca de los enamorados y de los esclavos de amor?" Y él contestó: "Sí, ¡oh mi señora! sé algunas". Y ella dijo: "Quisiera oírlas".
Y él dijo: "He aquí lo que el elocuente y delicado Kuzair decía respecto a la perfectamente bella Izzat, a quien amaba:
¡Oh, no! ¡Jamás descubriré los encantos de Izzat! ¡Jamás hablaré de mi amor por Izzat! ¡Me ha obligado a tantos juramentos y a tantas promesas! ¡Ah! ¡Si se supiesen todos los encantos de Izzat!
¡Los ascetas que lloran entre el polvo y que tanto se precaven contra las penas de amor, si oyeran el gorjeo que yo conozco, acudirían a arrodillarse delante de Izzat para adorarla! ¡Ah! ¡Si supieran cuántos son los encantos de Izzat!
Y la joven exclamó: "En verdad, la elocuencia fué un don de ese admirable Kuzair, que decía:
Si ante un juez digno de ella y de su belleza se presentara Izzat compitiendo con su rival el dulce sol matutino, seguramente sería Izzat la preferida.
Y sin embargo, algunas mujeres maliciosas se han atrevido a criticar su hermosura. ¡Alah las confunda, y haga de sus mejillas una alfombra para las suelas de Izzat!
Y la joven añadió: "¡Cuán amada fué Izzat! Y tú, oh príncipe Scharkán! si recordases las palabras que el hermoso Djamil decía a la misma Izzat, ¡qué amable serías si nos las dijeses!" Y Scharkán dijo: "Realmente, de las palabras de Djamil a Izzat no recuerdo más que esta estrofa:
¡Oh la más gentil de las engañadoras! ¡Sólo deseas mi muerte; a ella se encaminan todos tus planes! ¡Y sin embargo, eres la única que deseo entre todas las jóvenes de la tribu!"
Y Scharkán añadió: "Porque sabe, ¡oh señora mía! que estoy en la misma situación que Djamil, pues deseas hacerme morir ante tus ojos". Y entonces la joven sonrió, pero no dijo nada. Y siguieron bebiendo hasta que vino la aurora. En seguida se levantó la joven, y desapareció. Y Scharkán se dispuso a pasar otra noche solo en su lecho. Pero cuando llegó la mañana, se presentaron las esclavas al son de los instrumentos armoniosos, y después de haber besado la tierra entre sus manos, le dijeron: "¡Haznos el favor de venir con nosostras al cuarto de nuestra ama, que te espera!”
Entonces se levantó Scharkán, y salió con las esclavas, que tañían los instrumentos. Y llegó a una segunda sala, mucho más maravillosa que la primera, donde había estatuas y pinturas que figuraban animales, y aves, y otras muchas cosas que superarían a toda descripción. Y quedó encantado de cuanto veía, y sus labios cantaron estas estrofas:
¡Cogeré la estrella que se remonta entre los frutos de oro del Arquero de las Siete Estrellas!
Es la perla noble que anuncia las albas plateadas. La gota de oro de la constelación.
Es el ojo de agua que se deshace en trenzas de plata. ¡La rosa de carne de sus mejillas! ¡Un topacio incendiado!
¡Sus ojos! ¡Dan el color a la violeta, sus ojos rodeados de kohl azul!
Y la joven se levantó, fué a coger de la mano a Scharkán, le hizo sentarse a su lado, y le dijo: "¡Oh príncipe Scharkán! seguramente conoces el juego del ajedrez". Y él dijo: "Lo conozco; pero ¡por favor! no seas como aquella de quien se queja el poeta:
¡En vano me lamento! ¡Estoy martirizado por el amor! No puedo apagar la sed en su boca dichosa, ni respirar la vida bebiéndola en sus labios.
No es que me desprecie, ni que me falten sus atenciones, ni que olvide el ajedrez para distraerme; pero ¿acaso mi alma tiene sed de distracciones ni de juego?
Y además, ¿cómo podría luchar con ella, cuando me fascina el fuego de sus miradas, las miradas de sus ojos que penetran en mi hígado?"
Y la joven se echó a reír, pero acercó el ajedrez y empezó el juego. Y Scharkán, cada vez que le tocaba jugar, en vez de atender al juego miraba a la joven, y jugaba de cualquier modo, poniendo el caballo en lugar del elefante y el elefante en lugar del caballo.
Y ella, riendo, le dijo: "¡Por el Mesías! ¡Cuán profundo es tu juego!" Pero él contestó: "¡Esta es la primera partida! Ya sabes que no representa nada". Y prepararon el juego de nuevo. Pero ella lo venció otra vez, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez. Después le dijo: "¡He aquí que en todas sales vencido!"
Y él dijo: "¡Oh mi soberana, no está mal ser vencido por una adversaria como tú!"
Entonces la joven mandó poner el mantel, y comieron y se lavaron las manos; y no dejaron de beber de todas las bebidas. Y la joven cogió un arpa, y diestramente preludió una notas lentas y melodiosas. Y cantó estas estrofas:
Nadie escapa a su Destino, así esté oculto o no lo esté, así tenga el rostro sereno o amargado.
Olvídalo todo, ¡Oh amigo mío! y bebe por la belleza y por la vida.
¡Soy la hermosura, que ningún hijo de la tierra puede mirar indiferentemente!
Calló, y sólo el arpa resonó bajo los finos dedos de marfil. Y Scharkán, arrebatado, se sentía perdido en deseos infinitos. Entonces, tras un nuevo preludio, la joven cantó:
¡La amistad verdadera no puede soportar la amargura de la separación! ¡Hasta el sol palidece cuando tiene que dejar a la tierra!
Pero apenas cesó este canto, oyeron un enorme tumulto y un gran vocerío. Y vieron que avanzaba un tropel de guerreros cristianos con las espadas desnudas, y gritaban: "¡He aquí que has caído en nuestras manos! ¡He aquí, oh Scharkán, tu día de perdición!"
Y al oír Scharkán estas palabras, pensó en seguida en una traición, encaminándose sus sospechas contra la joven. Pero cuando se volvía hacia donde estaba, dispuesto a reconvenirla, la vió lanzarse afuera, muy pálida.
Y la joven llegó ante los guerreros, y les dijo: "¿Qué queréis?"
Entonces se adelantó el jefe de los guerreros, y le contestó, después de haber besado la tierra entre sus manos: "¡Oh reina llena de gloria! ¡Oh mi noble señora Abriza, la perla más noble entre las perlas de las aguas! ¿Ignoras la presencia del que está en este monasterio?"
Y la reina Abriza contestó: "¿De quién hablas?" Y él dijo: "Hablo de aquel a quien llaman maestro de héroes, el destructor de ciudades, el terrible Scharkán ibn-Omar Al-Nemán, aquel que no ha dejado una torre sin destruirla, ni una fortaleza sin derribarla. Ahora bien, ¡oh reina Abriza! el rey Hardobios, tu padre y señor nuestro, ha sabido en Kaissaria, su ciudad, por los propios labios de la anciana Madre de todas las Calamidades, que el príncipe Scharkán estaba aquí. Porque la Madre de todas las Calamidades ha dicho al rey que había visto a Scharkán en el bosque, cuando se dirigía a este monasterio. Así, pues, ¡oh reina! tu mérito es inconmensurable, por haber cogido al león en tus redes, facilitándonos la victoria sobre el ejército de los musulmanes".
Entonces, la joven reina Abriza, hija del rey Hardobios, señora de Kaissaria, miró indignadísima al jefe de los guerreros, y le dijo: "¿Cuál es tu nombre?" Y el otro contestó: "¡Tu esclavo el patricio Massura ibn-Mossora ibn-Kacherda!"
Y ella le dijo: "¿Y cómo es que has osado, ¡oh insolente Massura! entrar en este monasterio sin avisarme ni pedir permiso?" Y él dijo: "¡Oh mi soberana! Ninguno de los porteros me ha cerrado el camino, pues al contrario, todos nos han guiado hasta la puerta de tu aposento. Y ahora, según las órdenes de tu padre, esperamos que nos entregues a ese Scharkán, el guerrero más formidable entre los musulmanes". Y la reina Abriza dijo: "¿Pero qué piensas? ¿No sabes que esa Madre de todas las Calamidades es una embustera? ¡Por el Mesías! Aquí hay un hombre, pero no es el Scharkán de quien hablas, sino un extranjero que ha venido a pedirnos hospitalidad, y en seguida se la hemos otorgado generosamente. Y además, aun en el caso de que fuera Scharkán, los deberes de la hospitalidad me mandan protegerle contra todo el mundo.
¡Nunca se dirá que Abriza hizo traición al huésped, después de haber mediado entre ellos el pan y la sal!
De modo que lo que debes hacer, ¡oh patricio Massura! es marcharte en seguida cerca del rey, mi padre; besarás la tierra entre sus manos, y le dirás que la vieja Madre de todas las Calamidades ha mentido y le ha engañado".
El patricio Massura, dijo: "Reina Abriza, no puedo volver junto al rey Hardobios, tu padre, sin llevar al prisionero, como nos ha mandado". Ella llena de cólera, dijo: "¿Quién te mete en estas cosas, ¡oh guerrero!? Sólo te toca combatir cuando puedas, pues te pagan para combatir. Pero guárdate de meterte en asuntos que no te incumben. Además, si te atrevieras a atacar a Scharkán, lo pagarás con tu vida y con la vida de todos los guerreros que están contigo. ¡Y he aquí que lo voy a llamar, para que venga con su alfanje y su escudo!"
Y el patricio Massura dijo: "¡Oh qué desgracia la mía! Porque si me libro de tu cólera, caeré en la de tu padre, nuestro rey. Si se presentase ese Scharkán, lo mandaría detener inmediatamente por mis soldados, y lo llevaría prisionero entre las manos de tu padre, el rey de Kaissaria".
Y Abriza exclamó: "Hablas demasiado para ser un guerrero, ¡oh patricio Massura! ¡Y tus palabras exceden en punto a pretensión e insolencia! ¿Olvidas acaso que sois cien contra uno? Si tu patriciado no te quitó hasta el rastro del valor, combátele de hombre a hombre. Pues si eres vencido, otro ocupará tu puesto, y así sucesivamente, hasta que Scharkán caiga en nuestras manos. ¡Y así se decidirá quién de todos vosotros es el héroe!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

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